República Argentina: 4:23:47pm

Por Daniel Cecchini publicado en www.infobae.com

El mismo líder que los había calificado como la “juventud maravillosa”, echó de la plaza a los Montoneros en el Día del Trabajador de 1974. El inicio del enfrentamiento y el “documento reservado” donde Perón denunció “la infiltración de esos grupos marxistas en los cuadros del Movimiento”

En la historia argentina reciente, el 1° de mayo de 1974 quedó marcado a fuego como el día de la ruptura de Juan Domingo Perón con esa “juventud maravillosa” a la que había elogiado e impulsado en sus acciones durante los últimos años de su exilio madrileño. Ese hito, el de la puesta en escena de manera flagrante en la Plaza de Mayo el enfrentamiento entre el líder justicialista con Montoneros y las organizaciones de “la tendencia revolucionaria” del peronismo, quedó sintetizado para millones de argentinos como el día que media plaza le gritó a Perón:

“¡¿Qué pasa, qué pasa/ qué pasa General/ que está lleno de gorilas/ el gobierno popular?!”.

Y el presidente respondió, con una inocultable indignación:

“¡Hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años!”. Una frase que en el recuerdo de muchos quedó sintetizada en dos calificativos dirigidos por el viejo general a los manifestantes de las columnas de Montoneros y la Juventud Peronista: “Estúpidos, imberbes”. También la imagen de miles de manifestantes dándole la espalda cuando todavía no había terminado su discurso para dejar semivacía la plaza.

La fuerza de esas palabras y de esas imágenes, sin embargo, puede tener un efecto engañoso que tiende a cristalizarse con el paso del tiempo, el de perder la perspectiva de que lo ocurrido en la Plaza de Mayo el Día de los Trabajadores de 1974 no fue producto de cuestiones del momento sino el punto más alto de un proceso desgastante de luchas intestinas entre dos grandes sectores del peronismo gobernante, durante el cual Perón, mucho antes de ese 1° de mayo, ya se había inclinado abiertamente hacia la derecha.

Las primeras señales

El propio Juan Domingo Perón había dado indicios de cuál sería su posición apenas tres días después de la aplastante victoria de la formula Héctor j. Cámpora – Vicente Solano Lima en las elecciones del 11 de marzo de 1973. Si bien el mayor peso de la campaña electoral lo había cargado sobre sus hombros – y con su enorme poder de movilización – el ala izquierda del peronismo bajo la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, el 14 de marzo, desde Madrid, el líder justicialista apuntó contra la existencia misma de Montoneros:

“Yo pienso que el problema de la guerrilla no escapa a una ley natural que establece que, desaparecidas las causas, deben desaparecer sus efectos. La violencia popular en la Argentina ha sido consecuencia de la violencia gubernamental de la dictadura y, naturalmente, todo nos hace pensar que, desaparecidos los sistemas de represión violenta y sus deformaciones hacia la delincuencia oficial, no tendrán razón de ser los métodos violentos que el pueblo puso en ejecución como elemental defensa de sus derechos conculcados”, dijo en una entrevista.

El mensaje llegó a destino y de inmediato el jefe montonero Mario Firmenich anunció que la organización suspendería sus actividades armadas, aunque no sin aclarar que no se desarmaría.

La segunda señal fue la composición del gabinete de Cámpora al asumir el 25 de mayo, con una fuerte preeminencia de figuras del ala más ortodoxa del sindicalismo, como Ricardo Otero en el Ministerio de Trabajo, y de los sectores más conservadores del peronismo, como Juan Carlos Puig, Ángel Robledo y Antonio Benítez, a los que se sumaba la siniestra presencia de José López Rega.

 

Años después, Juan Manuel Abal Medina (padre), uno de los hombres más cercanos a Perón en ese momento, se refirió a aquel gabinete: “Los sectores revolucionarios no contaban con representación alguna. La designación de López Rega fue un disparate y la de Robledo un gravísimo error, sobre todo conociendo el aventurerismo del personaje”, señaló.

La masacre de Ezeiza perpetrada el 20 de junio por sectores de la burocracia sindical y la ultraderecha peronista y las posteriores renuncias de Cámpora y Solano Lima para dejar la presidencia provisional en manos del yerno de López Rega, Raúl Lastiri, aceleraron todavía más el proceso.

En ese contexto se convocó a nuevas elecciones presidenciales, que llevaron a Perón a la Casa Rosada acompañado por su mujer, María Estela Martínez, una designación que fue leída como otro golpe para el ala izquierda del movimiento.

La “depuración” del peronismo

Para septiembre, antes incluso de la asunción de Perón, la violencia había estallado con dos acciones de altísimo impacto: el intento de copamiento del Comando de Sanidad Militar del Ejército en Buenos Aires por parte del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y el atentado que le costó la vida al sindicalista más cercano al líder justicialista, José Ignacio Rucci, ejecutado por Montoneros, aunque la organización no se adjudicó el hecho.

En ese contexto, El 1° de octubre de 1973 –doce días antes de su asunción – el líder justicialista dio a conocer en una reunión semisecreta lo que se llamó “El documento reservado”, que fue filtrado por un ministro a la prensa y cuyo contenido el gobierno terminó admitiendo dos días más tarde.

El documento, firmado por el propio Perón, denunciaba la “Infiltración de esos grupos marxistas en los cuadros del Movimiento con doble objetivo: desvirtuar los principios doctrinarios del justicialismo, presentando posiciones aparentemente más radicalizadas y llevar a la acción tumultuosa y agresiva a nuestros adherentes (especialmente sectores juveniles) colocándose así nuestros enemigos al frente del movimiento de masas que por sí solo no pueden concitar, tal que resulten orientando según sus conveniencias”.

La identidad de “los infiltrados” no quedaba en duda: Montoneros y sus organizaciones de superficie, otras organizaciones peronistas de izquierda y, por extensión, la izquierda marxista.

Para combatir esa “infiltración”, “se utilizará todos los (medios de lucha) que se consideren eficientes, en cada lugar y oportunidad. La necesidad de los medios que se propongan, será apreciada por los dirigentes de cada distrito”. En otras palabras, él propiciaba el accionar de grupos paraestatales.

El 21 de noviembre, la Triple A atentó contra el contra el senador radical Hipólito Solari Yrigoyen con explosivos que estallaron cuando encendió el motor de su auto.

Para la represión, todos entraban en la misma bolsa, justificada desde el gobierno por la muerte de Rucci pero también por el accionar del ERP, que seguía operando con blancos exclusivamente militares.

La situación se puso más candente que nunca el 19 de enero de 1974, cuando otro comando del ERP intentó copar la guarnición militar de Azul, lo que derivaría en la obligada renuncia – apenas 5 días después – del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Oscar Bidegain, un peronista histórico que en esta nueva etapa tenía el apoyo del ala izquierda del peronismo y estaba en la mira de los sectores más recalcitrantes de la derecha, encarnados en su propio vicegobernador, el metalúrgico de ultraderecha Victorio Calabró.

La salida de los diputados

La escalada continuó en enero de 1974, cuando la tarde del 22, mientras las Juventudes Políticas Argentinas convocaban a una marcha contra le legislación represiva que se trataría dos días después en la Cámara de Diputados, el grupo de jóvenes legisladores que respondían a la Juventud Peronista fue recibido por Perón en Olivos.

Los diputados Rodolfo Vittar, Roberto Vidaña, Aníbal Iturriera, Armando Croatto, Carlos Kunkel, Santiago Díaz Ortiz, Jorge Glellel y Diego Muniz Barreto legaron creyendo que tendrían un encuentro a solas con el líder – tal vez acompañado por algunos de sus ministros – y que podrían transmitirle sus cuestionamientos a la reforma del Código Penal, que incorporaba medidas represivas, entre ellas la penalización de las huelgas y cualquier medida de acción directa de los trabajadores que no fueran avaladas por la burocracia sindical.

La reunión distó de ser lo que imaginaban, por que Perón los esperó en un salón donde había periodistas y cámaras de televisión. Por eso, todo el país pudo ver como el presidente les marcaba despiadadamente la cancha: “Nadie está obligado a permanecer en una fracción política. El que no está contento, se va. En ese sentido, nosotros no vamos a poner el menor inconveniente. El que esté en otra tendencia, distinta de la peronista, lo que debe hacer es irse. En este aspecto hemos sido muy tolerantes con todo el mundo: el que no esté de acuerdo o al que no le conviene, se va”, les dijo con dureza apenas comenzaron a plantearle el tema.

Dos días después, el jueves 24, los ocho diputados que respondían a Montoneros renunciaron a sus bancas para no votar el proyecto de reforma del Código Penal. Así, la izquierda peronista quedó sin representantes en la Cámara. Habían permanecido apenas ocho meses en sus cargos.

Ese mismo jueves, los diputados del FREJULI (Frente Justicialista de Liberación Nacional) votaron la mencionada reforma que pasó al Senado y días después le dio fuerza de ley.

Cuatro días más tarde, Perón firmó un decreto en el que Alberto Villar era ascendido a comisario general y nombrado subjefe de la Policía Federal. Se trató de la consolidación del accionar de los grupos parapoliciales.

El 29 de enero, presionado por Perón, renunció Oscar Bidegain, gobernador de la Provincia de Buenos Aires cercano a “la tendencia”. En su lugar asumió en burócrata sindical de ultraderecha Victorio Calabró.

Para el 1° de mayo de 1974, los distintos sectores de la derecha ya manejaban todos los resortes del Movimiento Peronista.

El acto del 1° de Mayo

Para participar del acto, todas las columnas de “La tendencia” tenían como epicentro el cruce de las avenidas Belgrano y 9 de Julio para avanzar por la Diagonal Sur aunque algunos ingresaban por la Norte. Tenían que situarse en el ala norte de la Plaza, del lado que da para la Catedral y el Banco Nación. Había un diagrama preciso para evitar que sectores enfrentados estuvieran juntos.

 

Desde el edificio de la CGT en la calle Azopardo también partían las columnas sindicales y sus líderes también tenían brazaletes. Esas columnas estarían del lado sur, hacia el ministerio de Economía.

No solo la plaza estaba parcelada y con grietas. Desde los techos del Ministerio de Economía, muchachos de civil exhibían armas largas. Eran parte del Comando de Organización y otros llevados por el ministro de Bienestar Social, José López Rega.

“¡Compañeros, ahora vamos a saludar todos a la reina del Trabajo, que ha sido elegida entre 24 jóvenes maravillosas, una por cada provincia argentina, y será coronada por la compañera vicepresidenta de la Nación, la señora Isabel Martínez de Perón!” dijo el locutor desde la Casa Rosada.

“¡No rompan más las bolas/ Evita hay una sola! ¡No rompan más las bolas/ Evita hay una sola!”, contestaron miles desde el lado de la Catedral mientras desde el costado izquierdo –mirando desde el balcón- aplaudían.

Los gritos de enojo coparon casi toda la plaza: “¡No queremos carnaval/ asamblea popular! ¡No queremos carnaval/ asamblea popular!”, cantaban las columnas de la JP.

Del otro lado, se escuchaban los cánticos de la Juventud Sindical, la JPRA y de otras agrupaciones de la derecha peronista: “¡Ni yanquis ni marxistas, peronistas! ¡Ni yanquis ni marxistas, peronistas!”

No había avenida del medio, ni neutrales. Habría unas 80.000 personas y, probablemente, el 60 por ciento era de la izquierda peronista. Además de los brazaletes con siglas distintas, al compás de los gritos empezaron a verse los palos.

desde la Casa de Gobierno el 1° de Mayo de 1974

El balcón y la plaza

A las cinco de la tarde, Perón el líder salió al balcón y levantó los brazos. Por un momento, los gritos se unieron en uno solo: “¡Perón, Perón!”

Pero esa coincidencia fue fugaz.

“¡Perón/ Evita/ la patria socialista!”, empezaron a gritar de un lado.

“¡Perón/ Evita /la patria peronista!”, respondieron del otro

Perón parecía poner la cuota de calma. Pero eso también duró poco. Sus brazos aleteaban en un claro pedido de silencio. Formado en el mando de tropa, recurrió a hablar con vehemencia y así acallar los gritos.

“¡Compañeros! Hace hoy veinte años que en este mismo balcón y con un día luminoso como éste, hablé por última vez a los trabajadores argentinos. Fue entonces cuando les recomendé que ajustasen sus organizaciones, porque venían tiempos difíciles”, empezó a decir.

Desde abajo, las columnas montoneras tenían su propio libreto: “¡Se va a acabar/ se va a acabar/ la burocracia sindical!”, gritaron.

Eso no cayó bien al General y salió al cruce. “No me equivoqué ni en la apreciación de los días que venían ni en la calidad de la organización sindical, que se mantuvo a través de veinte años, ¡pese a estos estúpidos que gritan!”, levantó más la voz, con visible enojo.

El contrapunto entre el líder y los manifestantes de la izquierda peronista continuó:

“¡Montoneros, carajo! ¡Montoneros, carajo!”, gritaron desde abajo.

“Decía que a través de estos veinte años, las organizaciones sindicales se han mantenido inconmovibles, ¡y hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años!”, siguió Perón.

“¡¿Qué pasa, qué pasa/ qué pasa General/ que está lleno de gorilas/ el gobierno popular?!”, lo interrumpieron.

“Por eso, compañeros, quiero que esta primera reunión del día del Trabajador sea para rendir homenaje a esas organizaciones y a esos dirigentes sabios y prudentes que han mantenido su fuerza orgánica, y han visto caer a sus dirigentes asesinados sin que todavía haya sonado el escarmiento”, insistió el líder desde el balcón.

“¡Rucci, traidor/ saludos a Vandor! ¡Rucci, traidor/ saludos a Vandor!”, volvieron a interrumpirlo.

Esas consignas eran un grito de guerra. La mención al asesinato de Rucci fue un duro golpe para Perón. Pese a todo, siguió: “¡Compañeros! Nos hemos reunido nueve años en esta misma plaza, y en esta misma plaza hemos estado todos de acuerdo en la lucha que hemos realizado por las reivindicaciones del pueblo argentino. Ahora resulta que, después de veinte años, hay algunos que todavía no están conformes con todo lo que hemos hecho”.

Y remató: “¡Compañeros! Anhelamos que nuestro movimiento sepa ponerse a tono con el momento que vivimos. La clase trabajadora argentina, como columna vertebral de nuestro movimiento, es la que ha de llevar adelante los estandartes de nuestra lucha. Por eso compañeros, esta reunión, en esta plaza, como en los buenos tiempos, debe afirmar una decisión absoluta para que en el futuro cada cual ocupe el lugar que le corresponde en la lucha que, si los malvados no cejan, hemos de hacer”.

Vaciar la plaza

Los dirigentes del sector combativo no sabían qué hacer frente a la encerrona que se planteaba. Sus propias agrupaciones se estaban retirando. Tenían walkies talkies y trataron de evitar una estampida, pedían a sus enlaces que retuvieran a la gente.

Uno de los que intentaba calmar los ánimos era Paco Urondo, cuadro dirigente de las FAR y luego de Montoneros. Pero en ese momento no había jerarquía que valiera. La avenida Diagonal Norte empezó a registrar el camino de vuelta anticipado de miles y miles de militantes de la izquierda peronista.

Perón vio por primera vez en su vida cómo tanta gente le daba la espalda. Gente que había gritado “la vida por Perón”. Muchos de quienes habían dicho eso efectivamente habían muerto por Perón. Por impotencia, por astucia, por omnipotencia, por una combinación de factores, a solo dos meses de su muerte, el General dijo:

“¡Compañeros! Tras ese agradecimiento y esa gratitud puedo asegurarles que los días venideros serían para la reconstrucción nacional y la liberación de la Nación y el pueblo argentinos. Repito, compañeros, que será para la reconstrucción del país, y en esa tarea está empeñado a fondo el gobierno. Será también para la liberación, no solamente del colonialismo que viene azotando a la República a través de tantos años, sino también de estos infiltrados que trabajan de adentro, y que traidoramente son más peligrosos que los que trabajan desde afuera, sin contar que la mayoría de ellos son mercenarios al servicio del dinero extranjero”.

Para entonces, la Plaza de Mayo ya estaba semivacía.

 

 

 


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