El dirigente gremial, que había sucedido a Augusto Vandor en la CGT, fue asesinado con 14 balazos el 27 de agosto de 1970; Rucci –la víctima siguiente- lo lloró en la despedida y la organización guerrillera se jactó del crimen.
“Ayer fue Vandor, hoy lloramos a José Alonso”. Recién encumbrado como secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci le hablaba en el cementerio de la Chacarita a la multitud desde una tarima improvisada. No imaginaba, desde luego, que tres años después él sería el siguiente sindicalista importante asesinado por Montoneros.
“Ambos fueron paladines de la unidad -evocaba Rucci en el sepelio de Alonso- y resulta por demás sintomático y coincidente que en operativos comando precisos y contundentes ambos resultaron víctimas de las luchas que entablaron por las reivindicaciones de los trabajadores”. Honras fúnebres que salteaban el detalle de que la incipiente violencia se estaba desarrollando también en el seno del movimiento peronista.
El auto en el que José Alonso viajaba en la mañana del 27 de agosto de 1970, camino a su escritorio en el sindicato del vestido, en Tucumán al 700, había sido interceptado por dos vehículos en la esquina de Benjamín Matienzo y Ciudad de la Paz, a una cuadra y media de su casa. Del vehículo que lo precedía descendió un hombre y le descerrajó 14 balazos. Esa misma tarde los Montoneros se atribuyeron el crimen en un comunicado. Acusaron al sindicalista de traidor a la patria, a la clase trabajadora y al movimiento peronista. Lo firmaba un “Comando Emilio Maza”, nombre de un montonero muerto el mes anterior en el ataque a La Calera, Córdoba. “Hoy José Alonso fue pasado por las armas conforme al comunicado número 1 del 4 de agosto, donde aseguramos que los traidores del pueblo serán ejecutados”, decía.
Ocurrido apenas tres meses después del secuestro y asesinato del general Pedro Aramburu, el hecho causó enorme conmoción en todo el país, especialmente en el peronismo moderado. Alonso había sido el secretario general de la CGT entre 1963 y 1966.
En los comienzos de los años de plomo proliferaban los grupos revolucionarios, muchos de los cuales luego se fusionaron con Montoneros. Se cree que a Alonso, de 53 años, lo asesinaron los mismos que el año anterior terminaron con la vida de Augusto Vandor. El hecho nunca se esclareció, más allá de que en la revista “La causa peronista” los autores, sin identificarse, se jactaron en 1974 de haberlo llevado adelante y reiteraron las acusaciones de traición como justificativo. El texto de la jactancia explica con nitidez la forma de pensar de los Montoneros: “Nos manejábamos con un esquema muy elemental, pero que de todos modos servía. De un lado el imperialismo, del otro la Nación. La fuerza principal de la Nación era el Movimiento Peronista; y dentro de éste la clase trabajadora. Cualquier infiltrado, entonces, del campo imperialista dentro del corazón de la Nación, es decir dentro del Movimiento y de la clase trabajadora peronista, era un objetivo prioritario para ser eliminado. Y el nombre salió solito: José Alonso”.
Silencio de Perón
En Madrid, Perón guardó silencio. Tampoco había aprobado ni desaprobado explícitamente el asesinato de Aramburu. Ocho meses después los Montoneros le escribieron: “Hemos observado, general, que usted no ha hecho condenas públicas respecto a la ejecución de Alonso, lo cual significa -de algún modo- convalidar la acción”. En una carta fechada el 21 de febrero de 1971, Perón respondió: “Totalmente de acuerdo en cuanto afirman sobre la guerra revolucionaria”. Sin pormenores. Sólo extensos párrafos a favor de la violencia ejercida por “el pueblo” contra los opresores.
Secretario general de la CGT entre los tiempos de José María Guido y el final de la presidencia de Arturo Illia, Alonso fue un gran protagonista político de la década del sesenta, primero al acosar con huelgas y tomas de fábricas, junto con Vandor, al gobierno radical. Y luego, por su enfrentamiento con Vandor, con quien acabaría compartiendo el mismo destino trágico.
El plan de lucha contra Illia giraba en torno de la causa de traer de vuelta a Perón al país. La Resistencia peronista hasta aprovechó la visita del general Charles de Gaulle a la Argentina para hacer agitación. “De Gaulle y Perón, un solo corazón”, cantaban delante del estadista francés, un prolegómeno de la campaña “luche y vuelve”, que en 1972 ornamentaría el retorno efectivo. Por pedido del gobierno de Illia, en 1964 en Rio de Janeiro a Perón lo hicieron descender del avión que había abordado subrepticiamente en Madrid (el imaginario “avión negro”, en los hechos un vuelo regular de Iberia) y lo mandaron de vuelta a España.
Para 1965, Alonso, que había comenzado a enfrentar el proyecto vandorista de erigir un peronismo sin Perón, creó las 62 Organizaciones “De pie junto a Perón”. Sobre el gobierno radical, decía: “Este corset de la Constitución ahoga al país y lo desgarra”. No en vano, en junio del 66 fue uno de los sindicalistas peronistas que asistieron a la asunción del general Onganía.
Su posición iba de la mano de las primeras declaraciones de Perón después del golpe, a favor de Onganía, recogidas en Madrid por Tomás Eloy Martínez. Alonso declaró entonces a la prensa sobre Illia: “nos congratulamos de haber asistido a la caída del último gobierno liberal burgués, porque jamás podrá volver a implantarse nada así”. Esa postura le valió en la época el mote de “participacionista”. Alonso formó parte de la CGT Azopardo, que en 1968 enfrentó a la CGT de los Argentinos, pero al año siguiente fundó la Nueva Corriente de Opinión, más cercana a la dictadura militar.
Personalidad de Alonso
No daba el aspecto del sindicalista típico. Como describieron Santiago Senén González y Fabián Bosoer: “No fumaba ni bebía, era austero y serio, tal vez debido a la educación benedictina. Su expresión adusta, bigote prolijamente recortado y gomina, sólo era alterada por el recurrente tic nervioso que le hacía guiñar el ojo izquierdo. Para leer usaba anteojos. Si a pedido de los asistentes a un acto –común en las reuniones de la época- se quitaba el saco, resaltaba entonces la corbata, prenda que siempre llevaba”.
El padre era sastre. Les enseñó el oficio a los tres hijos. Por eso Alonso se convirtió en obrero del rubro y se afilió al sindicato del vestido. Fue uno de los sindicatos en los cuales la dictadura del 43 promovió el desplazamiento de la conducción comunista, en favor de los seguidores del coronel Perón. En la Federación Obrera del Vestido confluían comunistas, socialistas y anarquistas.
En 1938, cuando trabajaba en la sastrería Boeri y Valesta, fue elegido delegado. Once años después era el secretario general del gremio. En el camino dejó sus primigenias ideas socialistas. Se convirtió en peronista de la primera hora. Cercano al coronel, participó de la fundación de la Federación Nacional de Obreros del Vestido, de donde pasaría a la CGT.
Fue nombrado interventor en la Union Ferroviaria y vicepresidente del directorio de La Prensa cuando el peronismo confiscó ese diario y se lo entregó a la CGT. En 1952 se casó con María Luisa Pinella, muy cercana a Eva Perón, con quien tuvo dos hijos. Ese mismo año ingresó a la Cámara de Diputados y recibió la medalla de la Lealtad Peronista, que de poco le serviría en 1970. También ocupó un puesto directivo en la Fundación Eva Perón.
Después de estar preso un año bajo la Revolución Libertadora fue liberado por error, pero cuando lo quisieron volver a meter preso ya no lo encontraron. Permaneció profugo hasta la amnistía de 1958. Al volver, enroló al sindicato en las 62 Organizaciones.
Alonso era un dirigente de enorme influencia, más allá de los cargos. Su duradera vigencia no parecía empalmar con la calidad de “infiltrado” que le atribuyeron sus verdugos. En 1970 seguía participando activamente de la vida de la CGT Azopardo. En marzo, como presidente de la Comisión Normalizadora se reunió en la Casa Rosada con el general Juan Carlos Onganía, y el secretario de Trabajo, Rubens San Sebastián. Después de la caída de Onganía, ocurrida en junio de 1970, Alonso continuó como interlocutor del general Roberto Marcelo Levingston.
En el sitio del Sindicato Obrero de la Industria del Vestido y Afines (SOIVA) se incluye hoy una laudatoria biografía del sindicalista, que culmina diciendo: “fue asesinado en 1970″. Y agrega: “El movimiento obrero entregaba una nueva víctima a un país que se desangraba en sus luchas intestinas”. Los Montoneros no están mencionados.
Por Pablo Mendelevich
Publicado en La Nación