Por Rosendo Fraga. (Director del Centro de Estudios Nueva Mayoría)
Al iniciarse el sexto mes de la guerra de Ucrania, el factor tiempo empieza a jugar un papel más relevante. Quizás fue Boris Johnson el jefe de gobierno de los países de la OTAN quien lo expresó en forma más explícita: el 24 de enero, un mes antes de la invasión, dijo que Rusia tendría un prolongado desgaste como en Chechenia, y a fines de junio anunció que la guerra iba a durar años. Esta es la postura que asumió días después, en la Cumbre de Madrid, la OTAN. Johnson dijo en forma abierta lo que compartían tanto el Presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, como el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg. En los meses iniciales de la guerra, la dirigencia de la alianza militar occidental consideró que una guerra prolongada jugaba en contra de Rusia, que no podría soportar el costo del aislamiento económico y tecnológico con el cual había sido amenazada en los días previos a la invasión. Se especuló con que los traspiés iniciales de Rusia en su intento de tomar la capital ucraniana, iban a generar el debilitamiento del liderazgo de Putin y una crisis interna en cuanto a ese liderazgo. Pero esta opinión mostró ser en realidad una expresión de deseo.