República Argentina: 8:01:41am

Por Ceferino Reato publicado en www.clarin.com

Tras años ocultando sus pérdidas, despreciados por los organismos de derechos humanos, invisibilizados por los gobiernos sucesivos, los familiares celebraron el fallo de la Cámara Federal porteña.

Firmenich a indagatoria, Montoneros y la hija que ahora puede ser feliz "Masacre en el comedor", el último libro de Ceferino Reato.

Fue Alejandra Cepeda —una de las hijas de la única víctima civil de la masacre— quien me contó que la Cámara Federal porteña había ordenado la indagatoria de Mario Firmenich, el jefe del grupo guerrillero que colocó la poderosa bomba que destruyó el comedor de la Policía Federal, en el atentado más sangriento de los 70.

“Estoy feliz, no paro de llorar”, me dijo la hija mayor de Josefina Melucci de Cepeda, que murió destrozada por la feroz bomba vietnamita utilizada por Montoneros, el 2 de julio de 1976. Josefina tenía cuarenta y dos años; tres hijos de once, diez y cincos años, y trabajaba en YPF. Almorzaba con su amiga, la sargento María Olga Pérez de Bravo, otra de las víctimas.

En total, hubo veintitrés muertos y ciento diez heridos, casi todos policías o ex policías de baja graduación, que fueron a comer allí porque se servían platos buenos, abundantes y baratos.

La bomba fue dejada en una silla por José María Salgado, un joven agente infiltrado en la Policía que integraba el aparato de Inteligencia de Montoneros, a las órdenes del periodista y escritor Rodolfo Walsh.

A diferencia de otros atentados, la bomba en el comedor de Moreno a 1400, en el centro de Buenos Aires, fue reconocido con orgullo por Montoneros, en un “Parte de Guerra” y en una conferencia de prensa con los corresponsales extranjeros del “comandante” Horacio Mendizábal, jefe del “Ejército Montonero”.

Cuando entrevisté a Alejandra Cepeda y a otros parientes de las víctimas, así como a heridos, para mi libro Masacre en el comedor, me llamó la atención que no tenían ganas de hablar.

Luego comprendí que, tantos años ocultando sus pérdidas, despreciados por los organismos de derechos humanos, invisibilizados por los gobiernos sucesivos, los habían acostumbrados a un rol de ciudadanos de segunda, que ni siquiera podían contar lo que les había pasado.

Creo que Alejandra Cepeda y otras víctimas de esta masacre, directas e indirectas, han recuperado la ciudadanía plena. Eso parece abstracto, pero se traduce en cosas muy concretas como sentirse feliz por un fallo judicial y poder expresas sus emociones sin que nadie las critique o las censure.

El fallo de la Cámara es inédito porque dice a las claras que el atentado guerrillero fue un acto de terrorismo que no puede ser justificado por el horror de la dictadura militar, que transitaba sus primeros meses. Y que es un delito de lesa humanidad, hasta ahora reservado a los cometidos desde el aparato estatal, en una interpretación muy floja de papeles, pero ciertamente funcional a los intereses del kirchnerismo y sus aliados.

Por lo tanto, es un delito que no está prescripto y debe ser investigado por la Justicia, comenzando con el jefe montonero, Firmenich, y por los miembros aún vivos de aquel muy eficiente servicio de Inteligencia e Informaciones de Montoneros.

No sé si la Justicia alcanzará a los autores de esta masacre. No es tampoco algo que tenga que ver con mi rol de periodista. Lo que sí estoy seguro de que ahora estamos un poco más cerca de la verdad histórica. ¿Y qué puede haber mejor que la verdad para un periodista?


Más Leídas