República Argentina: 3:54:57pm

Por Facundo Chaves publicado en www.infobae.com

El Comando Conjunto Antártico realizó el recambio del personal que permanece un año en el continente blanco. Infobae participó del operativo que trasladó a los contingentes. La experiencia de tres días, cuatro viajes en avión Hércules y 6.600 kilómetros de ida y vuelta

 “¡Papi, llegaste!”. El regreso de la Base Marambio fue la contracara exacta de la partida. Después de un año entero, las familias de los militares de la Fuerza Aérea, la Armada y el Ejército que estuvieron en la Antártida dejaron atrás la ausencia y se reencontraron en abrazos demorados. Son los mismos, pero no tanto. Después de tres días, cuatro vuelos en uno de los míticos y ensordecedores aviones Hércules y 6.600 kilómetros de ida y vuelta, Infobae fue testigo del final de la operación de recambio del personal que mantiene la presencia soberana de la Argentina y asiste a las investigaciones científicas de todo el mundo.

Ya había pasado la breve, pero emotiva, ceremonia que encabezaron en Marambio el jefe entrante y el saliente: los vicecomodoros Manuel Castaño y Damián Rizzo, respectivamente, hicieron el jueves último el traspaso de mando. Cuando ocurrió, eran poco más de las 22 y había luz de día, como si fueran las 4 o 5 de la tarde. Entre la tropa, unos cuarenta que llegaban para reemplazar a otros 40 que se iban, se combinaba en dosis desparejas, la ansiedad y la incertidumbre.

Los “nuevos” salieron de la I Brigada Aérea de El Palomar, llegaron a Río Gallegos y de allí, partieron a la Antártida para trabajar y al mismo tiempo hacer Patria. Fueron vuelos de cuatro horas -minutos más, minutos menos- que tuvieron como bisagra el aterrizaje en la terrosa pista que sirve de puente aéreo para conectar ambos continentes. Para llegar hubo un cálculo que mezcló la ciencia meteorológica con el saber del experto: había que acertar en la “ventana climática” que permitiera llegar a Marambio, hacer el recambio y pegar la vuelta con los veteranos que soportaron la “invernada”, como les llaman en la jerga castrense a la campaña anual.

Si lo que reinaba en la partida era la incertidumbre y la ilusión por lo que les esperaba a aquellos que se prepararon un año para llegar a la base austral, en el caso de los que regresaban había, sobre todo, ansiedad y urgencia. En Marambio hubo una algarabía contenida de los hombres y mujeres que convivieron por un tiempo fugaz: unos se iban de la nieve y el frío con todo el pasado por delante y los que llegaban allí dejaron atrás el futuro que ya vino. Entre ellos el presente era un tiempo raro, esquivo.

En diálogo con Infobae, el vicecomodoro Rizzo contó la experiencia que vivió después de pasar un año a cargo de la Base Marambio. La ausencia del hogar familiar no le es ajena: estuvo dos veces en Haití como parte de las misiones de paz de los cascos azules. “Estuve primero seis meses y después nueve meses. Tengo dos hijos de 13 y 15 años y ya no quieren saber nada con tener a su papá afuera de casa”, contó el militar a este medio.

 “Tengo 49 años y 30 de servicio. La carrera va llevando a uno a estar capacitado para ser jefe de un base y no hay problemas con eso. Lo distinto con la Antártida es conseguir que todos puedan cumplir sus funciones sabiendo que si hay algún problema no se puede salir a resolverlo como si estuviera en el continente. Las inclemencias del tiempo y el aislamiento le dan a todo nuestro trabajo una forma diferente. Mi preocupación siempre fue que la gente se lleve bien, que estén seguros y regresar todos, sin novedades”, confesó el jefe de Marambio, tras el año de invernada.

Este cordobés, oriundo de Villa Carlos Paz, se llevó como experiencia pasar cuatro a cinco días manteniendo a la dotación con buen espíritu y activos, mientras afuera los vientos soplaban a más de 80 kilómetros por hora. “Se nos congeló un caño y eso fue un problema, pero rápidamente pudimos resolverlo porque tenemos un personal excelente y comprometido con la misión. Volví con la certeza de que la gente pudo cumplir sus objetivos y que mantuvieron el buen clima hasta el último día”, contó.

Dos mil días en la Antártida

A Raúl Velázquez, 50 años, suboficial mayor de la Fuerza Aérea y paracaidista, le festejaron un singular “cumpleaños”: superó los 2.000 días en la Antártida, después de atravesar seis campañas y dos medias “invernadas”: la primera en 2004 y la última, la que concluyó el jueves pasado. Padre de dos hijos de 20 y 21 años, reconoció en una charla con Infobae en la base aérea de Río Gallegos que la Antártida es para él “parte de la vida, el lugar donde pasé los mejores momentos”.

Después de dos décadas de “antártico”, en 2024 por primera vez llegó a ser “encargado” de Marambio y volvió con el mismo orgullo que en las anteriores experiencias. “Soy usinista, responsable de que funcione la usina que tiene la base y que provee, además de la energía, la calefacción, el agua y las comunicaciones, el funcionamiento mismo de todo. Sin la usina, no hay nada”, contó el militar.

“La satisfacción más grande y a la vez el desafío más grande para mí es que todo funcione. Eso fue siempre, cada año, la prueba a superar cada día. Cada problema se tiene que resolver ya, no se puede esperar, porque ante cualquier desperfecto, la base se congela. Los problemas siempre aparecen en invierno, cuando hace más frío, hay 40 grados bajo cero y hay viento blanco”, contó Velázquez.

Con el recuerdo de un camarada que falleció en una campaña hace más de diez años, el usinista antártico más experimentado de la Argentina, habló sobre su trabajo -el militar- que tiene mucho de compromiso y más de vocación: “Uno siempre va a la Antártida con ese sentimiento de cumplir y servir, porque uno está sirviendo a la Patria a través de la Fuerza Aérea, dándole vida a la Antártida Argentina, que es parte de nuestro país, parte de nosotros, los argentinos, mía, de mis hijos, de mi familia, de mis amigos”.

Infobae pregunta lo inevitable: ¿Le gustaría volver? Y la respuesta no sorprende: “Por supuesto. Siempre quiero volver”.

Pedido de casamiento

El teniente Matías Llanos pasó un año en Marambio y recién llegado a la I Brigada Aérea de El Palomar ejecutó una maniobra perfecta. Con una “cómplice” perfecta, apenas abrazó a Marina, su pareja por 16 años, se arrodilló y le pidió casamiento. Ambos ya pasaron más de la mitad de su vida juntos. Con 31 años y 30, respectivamente, los dos se van a casar con la hija como prueba de un vínculo que no pudo separar los 3.300 kilómetros de distancia.

“El anillo me lo puse acá”, le contó a Infobae la hija adolescente de ambos, mientras se señala un bolsillo secreto que tenía en la botamanga de un jean ancho de color celeste. Las dos esperaron que volviera noviembre para que trajera al teniente del Ejército Llanos del frío continente blanco. Gastaron horas de WhatsApp y revelaron que la comunicación era diaria, sin perderse detalles de las rutinas cotidianas. “Cuando necesitábamos, le escribíamos o hablábamos”, dijeron. Maravillas de la mensajería instantánea que antes eran imposibles y ahora, hábitos.

Siguiendo el destino de Matías, los tres vivían en Entre Ríos y, finalizado el año antártico, se preparan para marchar a Junín de los Andes, en Neuquén. Es el nuevo destino que le asignó el Ejército Argentino. Ahora con anillos y una experiencia única que los acompañará toda la vida.

Una vocación que llegó después

Mariel Aurora Kottwitz tiene 29 años, es cabo primero del Ejército y lo que dice asombra. Después de un año largo, con sus días y sus noches, admite en la charla con Infobae, en Río Gallegos, que el tiempo le pasó volando y que no quería dejar Marambio. Esta misionera, nacida en Cerro Azul, a media hora de Posadas, lo dice con todas las letras: “Yo no me quería volver”.

“Cuando el año pasado nos fuimos, pensaba: cuando estemos llegando a fin de año voy a estar loca por quererme volver, pero la verdad que no. Nos dijeron ‘nos tenemos que ir’ y me di cuenta de que no lo sufrí”, contó la joven, soltera, sin hijos y con una mamá que la espera ansiosa en el otro extremo de la Argentina. Sí reconoció que está antojada de una ensalada de pepinos y de sushi: “Le dije a una amiga que me espere con eso. Había días que moría por comer una ensalada fresca”.

Kottwitz llegó a Marambio como mecánico en radar y trabajó codo a codo con personal de la Fuerza Aérea. “Aprendí un montón y me hiciste andinista militar”, contó con orgullo y reveló que una de las actividades en los momentos de ocio era estar en la biblioteca con los libros que estaban a disposición de una dotación que intercala el trabajo duro, retemplado con el frío más crudo.

“Yo entré al Ejército por curiosidad, para probar, no tanto por vocación, pero a medida que fue pasando el tiempo me nació un sentimiento especial. Cuando una escucha la banda, las marchas o el Himno Nacional y siente orgullo en el alma. Ser militar me hizo conocer experiencias increíbles y conocer lugares y gente muy especial. Para mí, la Patria es mi Nación, es mi vida, mi casa”, contó Mariel, antes de subir al mítico y ruidoso avión Hércules.

Historias mínimas de los que, en silencio, hacen Patria.


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