República Argentina: 10:40:06pm

Solo la ignorancia y la falta de patriotismo pueden llevar a desconocer las dotes de estadista de quien fue artífice del Estado moderno en la Argentina.

omo cada tanto ocurre, la nueva iniciativa antirroquista que propone desplazar la estatua ecuestre de su ubicación central en el Centro Cívico de Bariloche y que cuestionamos desde estas columnas confirma no solo la ignorancia histórica, sino también una preocupante falta de patriotismo de sus promotores.

Pocas veces ha estado tan de moda poner el pasado al servicio del presente y juzgar retrospectivamente la historia como si la visión de los hombres sobre sí mismos, y sobre sus conductas individuales y colectivas, debiera acreditarse con igual valoración que la que hoy suscitan. ¿Qué juicio resistiría hoy Aristóteles por su aprobación en el siglo IV a.C. de las leyes de esclavitud? Dice bien la resolución oficial en cuestión que el monumento a Roca ha representado la “metáfora de la victoria de la civilización sobre la barbarie, del trabajo agrario sobre la tierra improductiva, de la organización y el orden sobre la anarquía, del progreso sobre el derecho”. ¿Por qué no se atiene entonces por entero a la magnífica metáfora que invoca?

Por otra parte, increíblemente, el intendente barilochense, Gustavo Gennuso, parece no recordar siquiera vagamente que el 3 de mayo de 1902 Julio A. Roca, a la sazón presidente de la Argentina, fundó por decreto la colonia Nahuel Huapi, hoy San Carlos de Bariloche.

Un país sin conciencia histórica es un país sin raíces que lo sostengan en el derrotero hacia el futuro. Como repasábamos desde este espacio, Roca avanzó hacia el desierto en 1879 en su condición de jefe del Ejército para engrandecimiento de la nación. Juan Manuel de Rosas, siempre a salvo de las iracundias del revisionismo histórico, lo había hecho en 1833, produciendo un saldo manifiestamente mayor de bajas indígenas con acento en sus intereses privados.

La guerra del Paraguay, en tiempos de Bartolomé Mitre, y la guerra de Entre Ríos, provocada por el asesinato de Justo José de Urquiza durante el gobierno de Domingo Faustino Sarmiento, postergaron la solución de un problema patagónico que se había agudizado desde 1820. Fue cuando oficiales realistas, refugiados al sur del Bio Bio, en Chile, continuaron la guerra contra los independentistas, reclutando tribus araucanas. Estas penetraron a fondo en la pampa argentina, al punto de asolar pueblos bonaerenses como SaltoRojas o Pergamino.

Roca realizó la Campaña del Desierto en cumplimiento de una ley del Congreso de la Nación de 1867. Debemos a su extraordinario liderazgo la integración al territorio nacional de tierras equivalentes en extensión a algunos países europeos, como Alemania, y la consolidación de los títulos de posesión por derecho que devengaron al país como herencia de la corona española.

En la campaña final contra los malones, las tropas de Roca abatieron en lucha franca a un millar de aborígenes, casi tanto como el número de cautivos que lograron liberar. Poco tiempo atrás, dirigentes indígenas de la tribu Ancalao reafirmaron en el Círculo Militar su carácter de argentinos, y reconocieron en reunión académica a Roca por haberles otorgado más de 110.000 hectáreas entre Río Negro y Neuquén. Un bisnieto de Manuel Namuncurá, el último líder indígena de la guerra en el sur, recordó en otro acto las visitas de su antecesor, vistiendo uniforme militar, al general Roca en sus viajes a Buenos Aires.

Marcado por el ejemplo de su padre, veterano de las guerras de la Independencia y del Brasil, como presidente, el general Roca redefinió la misión del Ejército y de la Armada, profesionalizándolos y dotándolos del equipamiento disuasorio en su tiempo en respaldo a una diplomacia de paz que cerró conflictos con países vecinos, sobre todo el extremadamente grave que se cernía con Chile, superado con la firma de los Pactos de Mayo, en 1902.

Por dos veces presidente de la Nación (1880-1886 y 1898-1904), Roca multiplicó en su gobierno las líneas ferroviarias como manera de afianzar la soberanía y el desarrollo de las economías regionales en territorios alejados miles de kilómetros. De hecho, el ferrocarril Sur, inaugurado durante su segunda presidencia, llegó por entonces a la provincia de Neuquén. Fue también el responsable de que las Islas Malvinas fueran incluidas por primera vez en el mapa de la república.

Más allá de los merecidos mármoles y bronces, el general Roca se ha hecho acreedor del pedestal que le concede la sanción de la ley 1420 de enseñanza primaria laica, gratuita y obligatoria. A él le debemos también la inmigración masiva que desembarcó en nuestros puertos a partir de 1880, construidos precisamente por su gobierno, como también las obras sanitarias y los primeros colegios industriales.

En su haber contabiliza además los proyectos de reformas electorales, la creación del Registro Civil y del Sistema Monetario Nacional y el primer proyecto de Código Nacional del Trabajo, entre otros.

Como buen estadista, en otro notable contraste con los tiempos que corren, Roca supo rodearse de sobresalientes personalidades en sus gabinetes, ministros con jerarquía propia como para ser presidentes. En palabras del reconocido historiador Miguel Ángel de Marco, Roca es el artífice del Estado moderno en la Argentina.

Con Roca, quien buscaba la paz para construir un país, se cerró el proceso de organización nacional. Su trabajo, junto al del presidente Nicolás Avellaneda, posibilitó la federalización de la ciudad de Buenos Aires, aquel viejo reclamo de las provincias que ciertos gobernadores de hoy en día evidencian desconocer cuando alzan sus voces.

Quienes buscan dirimir los conflictos del presente atacando símbolos del pasado -llegando incluso a ultrajar monumentos levantados en homenaje al expresidente argentino- deben cejar en sus esfuerzos por seguir dividiéndonos. La ilustre figura de Roca genera rencor en quienes han dilapidado una y otra vez en los últimos 20 años la posibilidad de dar un salto trascendente hacia el progreso, prefiriendo apostar por la división de los argentinos, atándose a tan anacrónicos como ideologizados revisionismos. Ignorantes, también, creen que la historia de la nación se inició con ellos cuando, desde el poder, confirmaron no poder resolver viejos problemas, esmerándose exclusivamente por agravarlos, carentes de cualquier aptitud ética o profesional para afrontar los desafíos de un presente que cada día nos aleja más del sueño del desarrollo de quienes nos antecedieron.

Fue el general Roca el timonel de una generación. Tal como describió Federico Pinedo en el libro En tiempos de la república en 1946, supo edificar en treinta años una nación moderna en el desierto. Frente al duro desafío que hoy enfrentamos los argentinos, retrotraernos a aquellos ejemplos y desenmascarar un capcioso revisionismo debería ser tan obligatorio como perentorio.

Publicado en La Nación


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