Nos referíamos ayer a la decisión del intendente de Bariloche, Gustavo Gennuso, de trasladar la estatua del general Julio Argentino Roca, ubicada en el Centro Cívico de Bariloche, a una barranca más cercana al lago Nahuel Huapi en la que ya se ubica otro conjunto escultórico.
La propia gobernadora rionegrina y candidata a sucederlo en la intendencia, Arabela Carreras, criticó el proyecto de Gennuso al señalar que “la discusión sobre la historia requiere un debate mucho más profundo, fuera de los contextos electorales para evitar especulación”.
Sería imposible determinar cuál es más absurda entre las razones prevalecientes para pretender desplazar aquel monumento ecuestre. Si es para “refuncionalizar” la plaza en que se encuentra desde 1941 en lugar dominante, argumentando que entorpece visuales al lago, o si la decisión obedece, de acuerdo con los vientos revisionistas que soplan desde hace años, al interés por congraciarse con el sentimiento de supuestos “pueblos originarios afectados por la presencia de Roca” en un espacio tan central como el Centro Cívico de la ciudad patagónica. Como si los dineros públicos sobraran, además, en medio de la pobreza generalizada en el país para mudanzas sin ton ni son.
Convengamos que la segunda razón se acomoda mejor a los criterios históricos que, en el orden nacional, los Kirchner llevaron a otros dislates, inspirados en el difunto dictador venezolano Hugo Chávez.
El busto del brigadier general Juan Manuel de Rosas, emplazado por años también en el Centro Cívico, fue retirado hace 20 meses con la promesa de ser restaurado. A raíz de esta nueva polémica en torno a Roca, las autoridades anuncian que volverá a su emplazamiento antes de fines del corriente mes. No tuvo esa suerte Colón, reemplazado por Juana Azurduy frente a la Casa Rosada y trasladado a la Costanera porteña en otro ejemplo de ideologización rampante.
Nada, en el fondo, logrará empequeñecer la figura de Roca; más bien la magnificará
La cultura de la cancelación a la que también nos referíamos ayer, tan de moda en los Estados Unidos y Europa, ha prosperado durante veinte años sin que se opusieran los debidos obstáculos permitiéndole avanzar hasta extremos de insensatez. Solo de un tiempo a esta parte ha comenzado una reacción proporcional a los desafíos que impone. Que la estatua de Churchill haya debido ser protegida en las vecindades de Westminster, frente a la iracundia de manifestantes que arremetían contra toda expresión de tiempos coloniales, muestra que el caso de uno de los grandes constructores del Estado argentino pertenece, lamentablemente, a una categoría propia todavía de estos tiempos, y no solo de la Argentina.
En 1999, el Estado nacional transfirió por ley a título gratuito, aceptado por la Municipalidad de San Carlos de Bariloche, el denominado conjunto arquitectónico Centro Cívico –que al año de su inauguración sumó el monumento al general Roca por decisión de Exequiel Bustillo, presidente de la Dirección de Parques Nacionales– para que esta conserve y preserve a perpetuidad, tanto en su aspecto exterior como interior; los edificios así como los diseños arquitectónicos y paisajísticos de terrenos y plazas que lo integran. El cargo impuesto solo podría ser modificado, mediante ley del Congreso de la Nación.
El gobierno de Bariloche se ha amparado para tan controvertida decisión en la tesis exhumada por Gonzalo de Estrada, hijo del arquitecto Ernesto de Estrada, creador del Centro Cívico. Ha pedido que el predio retorne a la idea original de su padre, que era la de una plaza seca, despojada de cualquier ornamentación histórica como las que están en debate. Sea la de Roca o una en honor a las Madres de Plaza de Mayo, presentes ya en los pañuelos que se repintan en el suelo cada 24 de marzo, según contempla también la polémica propuesta oficial.
El Centro Cívico lució como plaza seca en su primer año. Sería un exceso de formalismo retornar al proyecto original después de más de 80 años. Provocaría una confusión tal que no podría menos que tomarse como atajo para desplazar finalmente a la estatua que sufre, año tras año, en cada manifestación, el ataque vandálico de quienes reniegan del agradecimiento ciudadano a uno de los gobernantes argentinos más ilustres. El gobierno local argumenta que en un lugar menos central se desalentará su vandalización.
Gobiernos incapaces de cualquier emulación pretenden deshacer la obra constructora de los grandes gobernantes del pasado
Su responsabilidad es custodiar el patrimonio histórico. Con sus aviesas intenciones políticas no hace más que alentar las depredaciones que no logran desvalorizar el peso histórico de una personalidad notable del país. Nada, en el fondo, logrará empequeñecer la figura de Roca.
Estas peripecias de época terminarán por magnificarla aún más en tiempos de zozobra nacional, con gobiernos que, incapaces de cualquier emulación, no han hecho más que pretender deshacer la obra constructora de los grandes gobernantes del pasado.
Publicado en La Nación