República Argentina: 11:52:12am

Por Germán Masserdotti publicado en www.laprensa.com.ar

Manuel Belgrano, una de esas personalidades con vocación pública de nuestro país –que no abundan mucho, dicho sea de paso, aunque haya muchos políticos–, suele ser conocido por sus acciones relevantes inscriptas en la historia nacional argentina.

Belgrano ha sido secretario del Consulado de Buenos Aires, jefe militar, diplomático, periodista y otras tantas actividades vinculadas a la cosa pública. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, su participación en Mayo de 1810, en las campañas al Paraguay y al Norte, la creación de la Bandera Nacional, sus misiones diplomáticas en Europa, su afán por la educación popular, sus sacrificios por la Patria incluso a costa de su salud y de su patrimonio y un largo etcétera?

Sin embargo, en el caso de Belgrano como en el de otros patriotas argentinos, nos quedaríamos cortos si solamente reparásemos en esa vida pública, en algún sentido, exterior. Convendría preguntarse lo siguiente: ¿cómo explicar más de una acción heroica de la cual fue protagonista Belgrano? ¿Bastaría con la sola referencia a los estímulos exteriores que le reclamaban, por cierto, actuar y, con frecuencia, rápidamente?

Aquí es donde es necesario recurrir a otra argumentación a efectos de comprender mejor la vida de un hombre con vocación pública. Nada de lo mencionado arriba podría haber resultado posible sin la debida reflexión y, todavía mejor, la vida interior.

FRAGMENTO EPISTOLAR

En este sentido, hay un fragmento antológico del epistolario que puede servir como muestra de la fibra espiritual con la que estaba hecho Belgrano.

En una carta del 19 de octubre de 1814, Belgrano le escribe a Tomás de Anchorena: “¿Para qué da lugar V. a ideas tristes? mucho tiempo ha, me propuse libertarme de ellas, y jamás les doy entrada en mis mayores apuros; los que creemos que hay una Providencia, y que ésta todo lo dispone, veremos adelantado cuanto hay para no admitir la tristeza entre nosotros; ¿a qué anticiparse los males? con demasiada aceleración vienen a nosotros; resignarse a recibirlos con tranquilidad, y conseguir ésta en las mayores tempestades, debe ser nuestro principal estudio; que nos entristezcamos, o nos alegremos, la mano que todo lo dirige, no por eso ha de variar: esta es una verdad evangélica, ¿y en tal caso no es mejor alegrarse? adopte V. este sistema que no es el de los iluminados, y sus momentos se harán más llevaderos; demasiados males físicos padecemos, dejemos los morales a otros”.

El fragmento citado merece diversos comentarios. Señalaré algunas ideas. Belgrano sabe de las luchas interiores que son principales, además, respecto de las exteriores: “mucho tiempo ha, me propuse libertarme de ellas [las ideas tristes], y jamás les doy entrada en mis mayores apuros”. La confianza en la divina Providencia es el mejor remedio contra la tristeza: “los que creemos que hay una Providencia, y que ésta todo lo dispone, veremos adelantado cuanto hay para no admitir la tristeza entre nosotros”. Uno de los ejercicios espirituales es “resignarse a recibirlos [los males] con tranquilidad, y conseguir ésta en las mayores tempestades” lo cual debe ser “nuestro principal estudio”. Existe la divina Providencia, por eso hay más razones para alegrarse que para entristecerse. Realismo belgraniano –tan frecuente también en otros temas–: “adopte V. este sistema que no es el de los iluminados, y sus momentos se harán más llevaderos; demasiados males físicos padecemos, dejemos los morales a otros”.

Con sus dichos, que revelan algo de su vida interior, Manuel Belgrano nos brinda una preciosa lección a los argentinos de hoy: debemos confiar el destino de nuestra querida Patria a la divina Providencia sin entristecernos por los males que la aquejan y que parecen obrar su ruina. Antes bien, debemos alegrarnos no obstante las tribulaciones que nos tocan vivir.

Hombres con vida interior como Manuel Belgrano son los verdaderos protagonistas de la historia. Así como la boca habla desde la abundacia del corazón, otro tanto puede decirse respecto de la edificación de la ciudad o vida política. Los hombres de vida interior cimentada en la concepción cristiana de la vida y el sentido común con vocación pública como Belgrano son lo que engrandecen auténticamente a la Patria.

 


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