Por Juan Bautista Tata Yofre publicado en www.infobae.com
A principios de 1976, en un intento desesperado de mantener la institucionalidad, el gobierno junto a un joven diplomático trazó un plan similar al que funcionaba en Uruguay, donde gobernaba José María Bordaberry bajo el control de las Fuerzas Armadas. Las opciones que se barajaron y las últimas reuniones entre Videla, Massera y Agosti con Isabel y su ministro de Defensa hasta un día antes del golpe militar: “De esta gente ya no se puede esperar nada”
La Cancillería siempre fue el botín más preciado de los gobiernos constitucionales y también los de facto. Hay siempre algo mágico, llamativo y deslumbrante alrededor del viejo palacio que perteneció a la familia Anchorena y que más tarde pasó a llamarse el Palacio San Martín. Para muchos, entrar por los amplios portones de la calle Arenales 721 otorgaba (u otorga) lustre intelectual, ascenso en la ponderación social, viajes al extranjero y buenos sueldos en el exterior. A tal punto que los ajenos a la Cancillería la llamaban “la cuna encantada”. Esa visión un tanto superficial primó siempre salvo algunos períodos excepcionales.
Como consecuencia de cumplir órdenes superiores varios diplomáticos se vieron en la calle por razones funcionales. Para estos tampoco había “obediencia debida”. Entre muchos, es el caso del entonces secretario de tercera José María Castellano. Todo parecía el resultado de un mal sueño si no se hubiera convertido en realidad. En 1976, Castellano era un joven diplomático de muy bajo rango destinado en la embajada argentina en Montevideo, Uruguay. Aproximadamente quince días antes del golpe militar, fue llamado telefónicamente de urgencia desde la Casa de Gobierno por Julio González, el secretario general de la Presidencia de Isabel Martínez de Perón, a quien no conocía. A las pocas horas se presentó ante González, quien le ordenó juntar cuanto antes todos los antecedentes posibles sobre la “bordaberrización” en Uruguay. Es decir, cómo un presidente constitucional como Juan María Bordaberry (1973-1976) cogobernaba con las Fuerzas Armadas a través de poderes especiales. Castellano cumplió la orden que se le dio, con el conocimiento del secretario general de la Presidencia, el ministro de Defensa, José A. Deheza, y de su embajador en Montevideo, Guillermo de la Plaza. Su paso por la Casa Rosada lo convirtieron en mudo testigo de los últimos momentos de Isabel Perón como Presidenta de la Nación. Cuando en la madrugada del 24 de marzo de 1976, Isabel partió en helicóptero de la Casa Rosada supuestamente a Olivos, para ser detenida en Aeroparque por una delegación militar, ya estaba al tanto de los papeles que habían llegado de Uruguay y González llevaba entre sus pertenencias una carpeta con un trabajo sobre la “bordaberrización” uruguaya, que se pensaba ofrecer como última instancia a los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas, Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti.
Julio González relató en su libro “Isabel Perón, intimidades de un gobierno” que el proyecto de “bordaberrización” contemplaba la clausura del Congreso y la administración del país a través de decretos “con el cogobierno de las Fuerzas Armadas” y concluyó que la idea de ese cogobierno “se imponía y en mi portafolio llevaba desde hacía unos días los documentos del procedimiento que para tal fin se había usado en Uruguay.” La carpeta cayó en manos castrenses y al abrirse, en la primera página, se leía que en caso de mayores precisiones se llamara al secretario José María Castellano a un número telefónico de Montevideo. Su nombre y autoría del trabajo lo dejó fuera de la carrera diplomática que recién iniciaba y años más tarde supo la razón de su penuria de boca del propio Julio González. Nadie lo defendió, ni siquiera su embajador Guillermo de la Plaza quien desde mucho antes intentaba acordar “un gobierno de unidad” que también incluiría a radicales y militares en una operación denominada “Por la Patria”. Tanto es así que en octubre de 1979, durante una corta visita a Montevideo, Balbín le diría a De la Plaza, en presencia de los diplomáticos Daniel Olmos (cesanteado en 1966 por el gobierno de facto del general Juan Carlos Onganía) y Haydeé Osuna: “Yo sabía lo que usted hacía, como usted tampoco ignoraba que yo hacía lo mismo, en procura de un entendimiento que le ahorrara al país graves situaciones…yo conocía sus gestiones y las compartía.”
“No es que la amenaza de golpe provocó la crisis sino que los últimos vestigios de autoridad se diluían ante el anunciado golpe” meditó ante los militares José Alberto Deheza la tarde del lunes 22 de marzo de 1976. Por lo tanto, al día siguiente les iba a pedir una clara definición a los comandantes generales. A las 11 de la mañana del martes 23 se reunió con los jefes militares y les dijo: “Todos los diarios de la mañana coinciden en señalar que hoy es el día de las grandes decisiones, así también lo entiende el gobierno en cuyo nombre les pido una definición sobre la inminencia del golpe militar.” Luego, pasó a leerles un documento con sugerencias de las Fuerzas Armadas que el gobierno había recibido el 8 de enero pasado luego de una gestión del embajador argentino en el Uruguay. El “Negro” De la Plaza tenía una muy buena relación con los militares nacida en los días de su exilio en Montevideo durante los años del segundo mandato presidencial de Perón (1952-1955). El embajador fue llamado de urgencia a Olivos y la presidente le pidió su esfuerzo “en procura de una tentativa patriótica que evitara la quiebra del orden constitucional”. Con esa solicitud, el diplomático tomó contacto con los jefes militares y tras largos encuentros los comandantes se reunieron en Olivos con Isabel y le expusieron que “brindarían su autoridad si ella asumía en plenitud la autoridad del Poder Ejecutivo para poner orden en el país.” Entre el 6 y el 8 de enero se elaboró el documento que alude Deheza. En el mismo se aconsejaban “modificaciones profundas, inmediatas y enérgicas que garantizaran una corrección urgente de los hechos que vivía el país, a los efectos de afianzar el orden, frenar la anarquía y asegurar el funcionamiento de las instituciones.” Entre las medidas estaba un cambio de personas en el gabinete presidencial.
Los tres comandantes le respondieron a Deheza que el documento contenía sugerencias y no una exigencia de las FF.AA. y acordaron volver a reunirse por la tarde. Cerca de las 19 del 23 de marzo de 1976, los comandantes Videla, Massera y Agosti se presentaron nuevamente en el despacho del titular de Defensa. Según Deheza, Videla dijo: “Doctor, el país se encuentra en una grave crisis que lo tiene paralizado, como usted lo ha reconocido, y nos pide que las Fuerzas Armadas disipen toda posibilidad de golpe para que se encuentre una salida que el país exige con urgencia, pero debemos admitir para llegar a una solución, que la crisis es el resultado de un proceso en el que juegan múltiples factores que afectan a todas las instituciones.” Volvieron a debatir en los mismos términos con que lo habían hecho a la mañana. Con el paso de los años además de las palabras del ministro y de Videla surgieron otras revelaciones. Por ejemplo la respuesta que formuló, en nombre de los tres, el almirante Emilio Eduardo Massera en un libro de memorias que nunca se publicó: “Señor Ministro. Si usted nos dice que la señora presidente está afligida y acorralada por el gremialismo. Si, además, nos sondea para ver cómo podemos ayudarla. Nuestra respuesta es clara: El poder lo tienen ustedes. Si lo tienen úsenlo, si no que la señora presidente renuncie.” Deheza, recordó que “fue entonces cuando los señores comandantes expresaron que se le había ofrecido a la señora presidente, por intermedio de Aníbal Demarco, a la sazón presidente de Loterías y Casinos y luego ministro de Bienestar Social, el apoyo de las tres Fuerzas Armadas para que el gobierno pudiera sortear la crisis que ya apuntaba con los acontecimientos que provocaron la caída de López Rega y que esa respuesta nunca fue contestada; por el contrario, el gobierno siguió sumando desconciertos hasta llegar a las circunstancias actuales. Como resultado de ese encuentro los señores comandantes me darían la respuesta al día siguiente.” Deheza pensó que al día siguiente seguirían discutiendo. No se dio cuenta que los términos de la conversación marcaban el punto final. La reunión se levantó y los comandantes se reunieron para deliberar en sus propios comandos.
Años más tarde Videla relataría en la intimidad que “cuando salimos del Ministerio de Defensa nos cruzamos al Edificio Libertador, sede del Ejército. Nos preguntamos ¿qué hacemos, mañana va a pasar lo mismo? De esta gente ya no se puede esperar nada. Los planes de la “Operación Aries” estaban terminados, lo mismo que las directivas “Bolsa” (detención de dirigentes políticos y afines) y “Perdiz” (detención de Isabel). Cuando llegamos al despacho de Videla nos comunicamos con el capitán de navío Fernández y le preguntamos ¿cómo está todo por allí? ‘Bien’, fue la respuesta del jefe de la Casa Militar de la Presidencia. Muy bien, dígale a la señora presidente que por razones de seguridad viaje a Olivos en helicóptero. Era el mensaje que Fernández debía recibir para comenzar la operación de detención de Isabel Perón.
Roberto Di Sandro, el actual decano de los periodistas acreditados en la Casa Rosada da un detalle no tenido en cuenta en su libro “A mí no me lo contaron”. Dice que al filo de la medianoche Videla llamó a la Presidente “diciéndole que estaba todo normal y que no había ningún problema. Este contacto fue comunicado por Isabel a los funcionarios y dirigentes que se hallaban reunidos en su despacho. El mensaje dejaba traslucir que se podía superar la situación. Todo lo contrario. Los siguientes minutos dieron por tierra esa presunción.” A pocas cuadras de allí, el periodista Enrique José Maceira de “La Prensa” pedía hablar con Argentino Ítalo Luder. Luego de unos minutos de espera Maceira estaba parado enfrente del segundo hombre en la línea sucesoria presidencial. El político lo atajó diciendo que no iba a hacer declaraciones. “No, doctor, no busco declaraciones…he venido a despedirme”, le dijo respondió el periodista.
Luder: “¿A despedirse? ¿Por qué, Maceira…abandona el Congreso?”
Maceira: “No doctor, yo no me voy… son ustedes quienes se van.”
Luder: “Pero, Maceira, todo está arreglado, (Lorenzo) Miguel acaba de hacer declaraciones en la Casa de Gobierno y ha dicho que no hay problemas, que todo se ha solucionado”.
Maceira: “Se lo que ha dicho, pero créame, doctor, este gobierno está terminado… las Fuerzas Armadas asumirán el poder…me atrevo a decirlo dentro de un rato… así de simple.”
El “petizo” Maceira sabía más de los que salían de la Casa Rosada en medio de la algarabía. Como contó en su libro “La Prensa que he vivido”, poco antes de promediar febrero, el general Rodolfo Clodomiro Mujica le había adelantado “el acontecimiento” y la fecha. En la Cámara Baja se suscitó un episodio similar. Jorge Gómez López, de “Clarín”, junto con dos colegas, pidió ver a Nicasio Sánchez Toranzo. Luego de un rato, al entrar, el diputado salteño lo atajó con una pregunta: “¿Vienen a velar al angelito, eh?”. Conversaron de la actualidad y al poco rato llegó otro periodista que comenzó a dar detalles de lo que iba a suceder: “Ya está todo listo. Aquí va a funcionar un organismo especial. El Comité Asesor Legislativo o algo así. El movimiento empezó a las seis de la tarde.” El único comentario del titular de Diputados fue: “Ya me parecía que estaban mejor informados que yo.”
Esa misma noche Julio González pasó a convertirse en el preso político de más largo tiempo en prisión: estuvo tras las rejas hasta el 18 de abril de 1983. Al salir se le ofreció una alta indemnización económica que no aceptó y Castellano recién volvería al Palacio San Martín después de la caída del régimen militar.