República Argentina: 8:39:09am

Por Juan Bautista Tata Yofre Publicado en www.infobae.com

En abril de 1974, con su salud en jaque Juan Domingo Perón enfrentaba a su enemigo menos pensado: la guerrilla que había anidado el movimiento fundado por él. Reuniones con la cúpula de las FFAA, asados con políticos y la muerte que lo esperaba dos meses después.

Comenzaba abril de 1974 y la salud del presidente de la Nación nuevamente daba muestras de fragilidad. Como anotó el doctor Jorge Taiana en su libro “El último Perón” el primer mandatario “a fines de marzo, volvió a registrar arritmia cardíaca y se le recomendó reposo absoluto”. Algo impensado: no fue a la Casa de Gobierno hasta el 15 de abril pero en la residencia de Olivos mantuvo una agenda de actividades que no le daba respiro. El lunes 1º de abril de 1974, al Secretario de Deportes de la Nación, el médico Pedro Eladio Vázquez, se lo vio eufórico, en Ezeiza, cuando comenzaron a descender del Boeing que las transporto, las jugadoras del equipo nacional de hockey sobre césped. En aquél tiempo todavía no las llamaban “las leonas”, pero ya existían. Habían salido subcampeonas del mundo en Cannes, Francia. No fueron campeonas porque en la final las derroto Holanda con un gol sobre la hora. Sin embargo, la noticia del día fue la renuncia de Jorge Obeid a continuar siendo el jefe de la Regional II de la JP (Montoneros). En una breve declaración, hizo un llamado: “hoy más que nunca, en torno a nuestro conductor, el general Juan Domingo Perón, para garantizar su defensa y la del Movimiento, luchando contra sus enemigos, que son los enemigos del pueblo y de la Patria”. Días más tarde, el renunciante --y los que lo seguían-- fueron “expulsados” de la JP. Para El Caudillo “el deterioro de la JP es tan notable que ya alcanza a sus niveles dirigentes. La renuncia de Obeid fue un largo proceso de desinteligencias que involucra también a un gran sector de cuadros altos, medios y de base de éste grupo. Años más tarde, Obeid llegaría en los noventa a asumir la gobernación de Santa Fe.

Apenas unas horas antes de la reunión con los políticos, Perón mantuvo un encuentro con los tres comandantes generales de las FFAA y algunos asesores, en la residencia de Olivos, el epicentro del poder. Al presidente, vestido con su uniforme de teniente general, se lo vio de espléndido humor y se abordaron tres cuestiones principales: La Ley de Defensa Nacional, demandó cerca de 40 minutos y coincidió con el primer café. Para ese momento ya se tenía una visión clara del fenómeno subversivo “propio”, el que tenía el Movimiento Peronista en sus entrañas, y “ajeno” representando particular atención el PRT-ERP. Los diarios dicen poco o nada de esa cita en Olivos. Pero los que abordaron sus resultados contaron que ya en esa época Perón “ordenó instrumentar el Plan Topo”. El diseño del mismo llevaba a coordinar todas las dependencias del Estado y cada una de ellas debía enviar sus aportes al Ministerio del Interior. Este plan debía estar preparado, para entrar en vigencia entre septiembre y octubre de 1974. El Plan Topo “debía ser duro pero legal, esa fue la instrucción que se dio dentro del Estado Mayor Conjunto”. Cuando el brigadier Orlando Capellini, llegó destinado a una de las jefaturas del EMC se encontró con el trabajo y la “luz verde” del jefe del organismo pero lo cierto es que la respuesta del Estado se diluyó. Perón asumió la titularidad de un Consejo de Seguridad, pero con los problemas de todos los días y su fallecimiento, el 1º de julio de 1974, ese Consejo no funcionó.

En 1975, tras la “Operación Primicia” de Montoneros en Formosa, la sociedad pegó el grito en el cielo por la situación de indefensión que se percibía. La Opinión y el periodista Bernardo Neustadt se hicieron eco de las quejas. Dos cables “Priority” (6713 y 6814), de la embajada de los Estados Unidos de Norteamérica, emitidos en octubre de 1975, recogieron el clima del momento, al informar a Washington: “Después de 18 meses de indecisiones, el Consejo (de Seguridad Interior) finalmente se ha unificado para manejar el problema subversivo. Está claro que los eventos de Formosa fueron la causa del decreto. En Canal 11, durante un programa político, Bernardo Neustadt fue muy crítico con respecto a que tuvieron que ocurrir media docena de ataques a instalaciones militares en los dos últimos años para que el Consejo finalmente actúe. “La Opinión” se hizo eco de las críticas de Bernardo Neustadt contra el gobierno por no haber tomado medidas contra la guerrilla con anterioridad.” La otra cuestión que abordó Perón en la reunión de Olivos fue las “Hipótesis de Conflicto” con el exterior, oportunidad en que habló de las relaciones hemisféricas y el Tercer Mundo, mientras prendía su primer cigarrillo Kent. Tras cartón se habló de la situación salarial de las FFAA. En esos días se habían manifestado quejas y circularon panfletos intimidatorios en los edificios militares, cuestión que aprovechó Perón para criticar la eficiencia de los servicios de inteligencia militares por no haber adelantado la existencia del malestar. Los aumentos en el ámbito militar—entre una banda del 15% al 45%-- fueron anunciados por el ministro Ángel Federico Robledo en la mañana del jueves 4 de abril.

Perón entrega regalo pascual a un soldado en presencia del teniente Jorge Mones Ruiz

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El sábado 6 de abril el presidente ofreció un asado a la dirigencia política. Antes del encuentro presidio una reunión de gabinete y los ministros fueron invitados a participar. Según el biógrafo Enrique Pavón Pereyra la idea nació luego de un encuentro con Horacio Sueldo, cuando al momento de despedirse el dirigente revolucionario cristiano le dijo a Perón que “sería bueno que la próxima vez comiéramos un asadito”. Los políticos fueron invitados a las 10.30 de la mañana para dialogar con el presidente y sus ministros sobre diferentes cuestiones: medidas salariales, comercialización de hidrocarburos, la eventual ley de prescindibilidad, la carestía de la vida, reforma constitucional y el rumor sobre la posibilidad de un golpe de estado. Tanto Perón como los miembros del gabinete respondieron a las inquietudes. Sueldo llegó dijo que “el golpe de estado puede conducir al deterioro económico del pueblo y Vanoli pidió una rápida sanción de una ley de hidrocarburos y que solo YPF pueda comercializar el petróleo. “No hay apuro para eso” opinó Perón cuando el demoprogresista Horacio Thedy pregunto sobre la reforma de la constitución. Al tratarse la ola de violencia terrorista, el presidente dijo que tenía “un plan para erradicar la violencia guerrillera definitivamente de la Argentina.”

Además del asado, en esos días y a pesar de los consejos de los galenos, el presidente mantuvo una intensa actividad. Como observa Pavón Pereyra “cada mañana demanda al General un permanente esfuerzo físico y mental”. Así, entre otras actividades, anota: clausura de la segunda asamblea nacional de entidades empresarias; recibe dirigentes políticos, empresarios y sindicales del país y extranjeros y es invitado a visitar unidades de las FF.AA. El historiador estadounidense Joseph Page observara que “Perón trabajaba bien durante la mañana pero, a medida que avanzaba el día, se cansaba y perdía interés en lo que estaba haciendo.”

En abril de 1974, Mario Eduardo Firmenich realizó una sesión de autocrítica en la que, según Última Clave del 18 de abril, un “infiltrado” consiguió realizar una grabación magnetofónica y se la llevó a Juan Domingo Perón. El jefe Montonero comenzó diciendo que Perón no era, ni mucho menos, un personaje infalible, ni siquiera cuando habla “ex cátedra”. Según él cometía serios errores, a saber: Por ejemplo, no debería haber hecho el intento de llegar a la Presidencia de la Nación. En ese sentido, Firmenich razona: “Perón, en lugar de reservarse el liderazgo continental, vuelve a ocupar la presidencia de la nación, pero esto es índice del retroceso del proyecto estratégico; o sea, Perón tiende a ocupar poder en la Argentina porque ha fracasado el proyecto latinoamericano. Perón tiene a producir acumulación de poder dentro del régimen constitucional—cosa que es imposible—y busca negociar con los países del cerco para romper el cerco, y (busca) la negociación con el imperialismo yanqui”.

Además, Firmenich, encuentra que la ideología de Perón es contradictoria con la ideología de la tendencia revolucionaria, es decir los de la tendencia buscan la “patria socialista” y Perón no la busca o, mejor, rechaza esa “patria” y formula la “patria peronista”. Habría, además, una contradicción entre la política de Perón y su propia ideología. Así “la política de Perón, el antiimperialismo apoyado en los trabajadores organizados, con una alianza de clases, etc., conduce necesariamente al socialismo; es decir, la situación objetiva determina una contradicción entre las consecuencias de la política de Perón y su propia ideología. Por eso, posiblemente, nos ve a nosotros como infiltrados ideológicos, pero no lo somos. Somos el hijo legítimo del Movimiento, somos la consecuencia de la política de Perón. En todo caso podríamos ser el hijo ilegítimo de Perón, el hijo que no quiso, pero el hijo al fin”.

Según Firmenich, la jotapé es una especie de chivo emisario que el líder ofrecería como una prenda de negociación o tregua a diversos enemigos reales o potenciales. “Sus negociaciones (las de Perón) para lograr la unidad nacional y sus negociaciones con el imperialismo tienen como elemento de entrega, de buena voluntad, a nosotros. Obviamente, todos los sectores demoliberales comparten que se nos aniquile, porque saben que el desarrollo de nuestro proyecto significa su desaparición. Toda la burocracia comparte que se nos aniquile, porque nuestra existencia, el desarrollo de nuestro proyecto, significa también su desaparición. Para todos estos sectores somos el enemigo común. Entonces, ofrecer éste elemento como enemigo común y negociarlo, es decir cederlo, es un aglutinante para los otros sectores” […] “Si nos disolviéramos, si entregáramos nuestras armas, si abandonáramos nuestro proyecto, por supuesto no habría ningún problema en que, por ejemplo, algunos de los compañeros de JP estuvieran en el Consejo Superior. Pero si todas estas agrupaciones de activistas expresan una política que tiende a la liberación nacional como transición al socialismo, entonces evidentemente nunca vamos a estar en el Consejo Superior, a menos que la opción que tiene Perón opte por resignar su proyecto ideológico para tener herramientas que le permitan visualizar su proyecto estratégico”.

El 12 de mayo de 1977 Joseph Page entrevisto al general Vernon Walters para su libro “Perón, una biografía”. Durante el encuentro (del que nos hemos interesado en otros artículos), Walters relató que en abril de 1974 realizó una visita ultrasecreta a Olivos y Perón salió a saludarlo en la entrada del chalet con un “fuerte apretón de manos; su forma de caminar no traslucía ningún signo de inseguridad y sus tobillos no estaban hinchados. Hablamos privadamente durante tres horas y Perón nunca perdió el hilo de la conversación y no debió nunca retirarse para ir al baño.” Cuando regresó a los Estados Unidos y a su oficina en la CIA, en Langley, Walters transmitió a los especialistas sus impresiones sobre el estado físico del presidente argentino. Los analistas del organismo opinaban que, probablemente, Perón no viviría más de un par de meses.

Walters le dijo a Page que su visita no era para comprobar el estado físico del presidente sino para asegurarle que EE.UU. no tenía la más mínima intención de participar en su derrocamiento, algo de por sí alocado porque EE.UU. apoyó el retorno de Perón a la Argentina y al Cono Sur. La verdadera intención fue transmitir la preocupación de Nixon y su gobierno “sobre un posible giro de la Argentina hacia la extrema izquierda”. Además de algunos detalles, Walters le recordó a la periodista de “Clarín” Ana Barón, el 5 de septiembre de 1999, otro momento del encuentro en Olivos: “La última vez que lo vi a Perón antes de su muerte (en 1974) me dijo: ‘Yo nunca he matado. Ahora voy a tener que matar, porque si no esta gente va a matar a la Argentina’. Se refería a los montoneros.” Era, como se dijo, abril de 1974 y aún faltaban pocos días para el 1° de mayo de 1974, cuando Montoneros es echado de la Plaza de Mayo.

 


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