Al hacerlo batieron el récord nacional –el anterior era de 30 paracaidistas– y además convirtieron a la Argentina en el segundo país con la mayor formación en caída libre de Latinoamérica, detrás de Brasil. Fue hace una semana en Colonia, Uruguay. Y llevó dos años de prácticas y saltos dentro del país y del mundo. De los 44 que saltaron, cuatro viven fuera del país y llegaron a Colonia desde Brasil, Perú, Estados Unidos y Uruguay. El resto se reparte entre casi todas las provincias argentinas.
“Fue muy emocionante escuchar los gritos de alegría de todos los participantes que iban aterrizando, todos grandes amigos.
Fue difícil aguantar las lágrimas al ver que tanto esfuerzo había valido la pena ”, dice Guillermo Gorg, entrenador de paracaidistas y gestor del salto. “Es como el Messi del paracaidismo argentino”, asegura Aurora “Coca” Cocconi (37), una médica neuquina que hace cinco años practica paracaidismo. Para ella, ser parte de esta hazaña fue como haber sido elegida por Sabella para la selección nacional.
Gorg, que entrena paracaidistas en todo el mundo, recorrió el país durante 2 años. Su misión: convocar a los mejores. Al récord se llegó a pulmón, juntándose una vez por mes a entrenar en tierra y pagando ellos mismos el equipo y el alquiler de los aviones. Así hicieron tres saltos de prueba. “Siempre habíamos saltado en tandas. No es fácil que coincidan 50 personas. Recién dos días antes del récord, pudimos saltar todos juntos”, agrega Coca. La experiencia de un paracaidista se mide en saltos: Coca tiene 250 y Gorg, 12 mil.
Daniel Del Giudice (46), un analista de sistemas santiagueño con dos décadas de experiencia, dice que cumplió un sueño.
“Nos preparamos toda la vida para este salto, fue histórico”, cuenta. A pesar de su experiencia, en un ensayo se fue para abajo. “Esto ocurre cuando uno cae más rápido que sus compañeros que ya están formados. En el medio del bajón se acercó un amigo con mucha más experiencia y practicó en tierra conmigo hasta que nos aseguramos que iba a salir bien”, cuenta.
Los lazos que se construyen en el aire no se rompen en tierra. “Somos personas distintas, pero compartimos los mismos sentimientos, un lenguaje y una cultura que se repite en cualquier lugar del mundo”, explica Juan Pablo González (38), contador y vecino de la ciudad de Latrache en La Pampa. Paracaidista desde hace seis años, asegura que no hay palabras para describir qué se siente cuando se abre la puerta del avión “y uno mira a la cara a sus compañeros y se prepara para saltar con el ruido del viento sonando en los oídos”.
El salto dura unos segundos: los paracaidistas usan sus cuerpos como alas y se van tomando de las manos hasta formar la figura que ensayaron en tierra. A Luciano (29) camarógrafo e instructor de paracaidismo le tocó estar en la última línea con la gran responsabilidad de cerrar la estrella. “Saltar es diferente a todo. Te permite ver las cosas desde otro punto de vista”. Sin dudas.