El gobierno democrático había sido elegido en elecciones limpias. Pero el ERP y otras organizaciones guerrilleras decidieron tomar el poder por las armas, traicionando la voluntad del pueblo, asesinando a mansalva a civiles y uniformados. En horas del mediodía, cuando ingresaban los familiares de soldados en la primera visita luego de la incorporación, los guerrilleros ingresaron merced a la entrega que hiciera un soldado telefonista traidor dando una autorización falsa. Ingresaron vestidos como soldados y cuando mi padre, coronel Carpani Costa, salió de su casa en el barrio militar, se identificó ante dos supuestos soldados y les ordenó seguirlo para participar de la defensa. Tan solo darse vuelta lo mataron por la espalda, dejando una viuda, cuatro hijos menores y uno en camino. A pesar de la muerte artera, la vida de mi familia siguió adelante sin cultivar el odio. De hecho, con mis hermanos hemos perdonado cristianamente a los autores, pues de otro modo el odio no deja vivir. El juzgamiento y la condena de los guerrilleros involucrados no cambiarán nuestra vida. Si aprendieron algo, los prefiero libres. Hoy me desilusiona ver una sociedad tuerta, que persigue solo a los militares convocados para defenderla, con sus errores, con sus excesos, pero también con sus aciertos. Hoy todos obran como si fueran ajenos a la sociedad que pedía a gritos un golpe de Estado y el combate a la guerrilla, que asesinaba civiles y militares por igual. La culpa siempre es del otro, y hoy mantenemos injustamente presos a ancianos de 75, 80, 90 y más años condenados solo por ser militares, cuando no existe delincuente civil alguno que permanezca preso después de los 70 años. Es hora de la paz y el perdón. Una batalla más importante nos espera. Unificar a todos los argentinos y empeñarnos en la reconstrucción de un país saqueado y espoleado por los vivillos de siempre.
Juan Carpani Costa
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