República Argentina: 11:17:44pm

Europa enfrenta un desafío existencial en el contexto del regreso triunfal de Donald Trump a la Casa Blanca. Un escenario que pone nuevamente en relieve, la dependencia persistente de Europa hacia Estados Unidos, y plantea dudas sobre si el continente puede realmente trazar su propio camino estratégico o seguirá atado a las decisiones y cambios políticos de Washington.

Si bien las aspiraciones de independencia estratégica europea han sido enunciadas repetidamente por líderes europeos, su materialización ha sido inconsistente y, en muchos casos, insuficiente. La advertencia reciente del primer ministro polaco, Donald Tusk, es sintomática de la creciente inquietud en el continente.

Vocero

En un llamado a la "madurez europea," Tusk sugirió en redes sociales que Europa debe finalmente confiar en su propia fortaleza y dejar de delegar su seguridad a los caprichos de Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de los repetidos llamados a una autonomía estratégica desde tiempos de la canciller alemana Angela Merkel, los avances son escasos.

Durante el primer mandato de Trump, Merkel instó a los europeos a tomar su destino en sus propias manos. No obstante, el esfuerzo en defensa de Alemania solo pasó de un 1.15% a un 1.33% de su PIB entre 2016 y 2021, muy por debajo del objetivo mínimo del 2% fijado por la OTAN.

En este contexto de inseguridad, la preocupación de Tusk resuena con urgencia. En 2024, Polonia ha destinado un 4.1% de su PIB a gastos en defensa, proyectando un incremento al 4.7% en 2025. Sin embargo, la mayoría de este presupuesto se dirige a la compra de armamento proveniente de Estados Unidos y Corea del Sur, lo que revela una contradicción fundamental: incluso las naciones europeas más comprometidas con el fortalecimiento militar siguen dependiendo en gran medida de proveedores externos.

La falta de una industria de defensa europea robusta limita las opciones de los países de la región, especialmente aquellos como Polonia, que enfrentan amenazas directas en sus fronteras y desean reducir su dependencia de las potencias externas.

Frentes

La realidad es que la seguridad europea sigue dividida. Mientras Polonia y algunos países del este ven a Rusia como la mayor amenaza y buscan una postura más firme, países como Hungría mantienen relaciones más ambiguas con Moscú. El ministro de Relaciones Exteriores húngaro, Péter Szijjártó, incluso se reunió con su homólogo en Minsk, lo que resalta una falta de unidad en la política exterior europea frente a la seducción rusa.

La llegada de Trump podría exacerbar estas divisiones y poner a prueba la cohesión de Europa en materia de defensa y política exterior. Los líderes europeos, reunidos recientemente en Budapest, reconocieron que la situación actual exige decisiones firmes y rápidas.

En particular el presidente francés Emmanuel Macron, que adoptó un tono combativo, instando a los países europeos a escribir su propia historia y dejar de depender de terceros, especialmente de Estados Unidos. El galo bien podría ser la contracara de Trump en el Viejo Continente, pero enfrenta problemas internos que lo obligan a remendar sus propias políticas; y su contraparte alemana, Olaf Scholz, tampoco tiene una posición estable, tras la reciente crisis en su coalición de gobierno.

Y la posibilidad de que Trump retire el apoyo estadounidense a Ucrania y desencadene una guerra comercial con Europa plantea riesgos que van más allá de la política de defensa.

Para Ucrania, la continuidad del apoyo occidental es vital, y su presidente, Volodímir Zelenski, dejó claro que aún cuenta con el respaldo de Washington. No obstante, las recientes posturas de Trump hacia el conflicto en Ucrania sugieren que un segundo mandato podría traer un cambio radical en la política exterior estadounidense, algo que los aliados europeos, y en especial Ucrania, temen profundamente.

Paralizados

En cuanto a la política de defensa de la Unión Europea, el análisis de Mario Draghi (ex presidente del Consejo de Ministros de Italia y ex presidente del Banco Central Europeo) subraya la necesidad de crear nuevos mecanismos de financiamiento para defensa y desarrollo tecnológico, destinados a fortalecer la soberanía europea.

Sin embargo, el reporte no garantiza una acción inmediata ni unidad en el bloque. Europa se encuentra en una encrucijada: o bien consolida una estrategia de defensa independiente y sólida, o sigue siendo vulnerable a los vaivenes políticos de Estados Unidos.

El retorno de Trump subraya una vez más la cruda realidad de la dependencia europea en temas bélicos y de seguridad. La ambición de una Europa capaz de garantizar su propia estabilidad, sin necesidad de un “papá” transatlántico, sigue siendo un objetivo lejano, y el tiempo para lograrlo se agota.

El futuro de una verdadera autonomía europea dependerá, en gran medida, de la voluntad y la capacidad de sus líderes para adoptar decisiones concertadas que no solo refuercen la cohesión interna, sino que también permitan al continente plantar bandera en un escenario global cada vez más incierto y competitivo. Pero los abanderados dispuestos no abundan en un Viejo Continente que necesita justamente un bálsamo de juventud y nuevos bríos.

 

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