República Argentina: 7:26:51pm

Mientras Massa va proclamando que su futuro gobierno –si gana– va a ser de unidad y que acabará con la “grieta”, la intervención de Rossi mostró todo lo contrario, ya que aparentaba haber sido instruido por Estela de Carlotto o el CELS de Verbitsky, máximos exponentes de la campaña de odio y desinformación histórica que conformó el “curro K” de los derechos humanos. A la pregunta final sobre “la libertad de los militares genocidas” –que no dudo de que Villarruel la sabe contestar con gran altura– o el infame uso de la figura de Alfonsín, yo le contestaría: no se puede liberar a quienes ya no viven, pues los que hoy sí viven y están presos o no eran militares en los 70 o bien acababan de salir de los institutos de formación castrense. Esa es la razón por la que hoy los mantienen detenidos con extensas e ilegales prisiones preventivas y sin condena alguna: los jueces no se animan a juzgarlos y tampoco a liberarlos por temor a las represalias de los profetas del odio. Viví también, a fines de 1983, el comienzo de la campaña de juicios contra militares orquestada para “ganarle de mano a Alfonsín” (que planeaba ya entonces el juicio a los comandantes). El gobierno debió crear la llamada Comisión de Asuntos Institucionales (CAI), encargada de la defensa legal de quienes comenzaban a desfilar por despachos de jueces que buscaban “madrugar” al gobierno y orquestar de esta forma tempranas venganzas. Como integrante de esa CAI, defendí a varios jóvenes oficiales (entre ellos, al edecán militar de Alfonsín, encarcelado en La Pampa sin prueba alguna solo para enviarle un mensaje mafioso al presidente); experimenté de cerca la encubierta guerra interna de sectores afines a los grupos terroristas con el entorno del presidente, conflicto que grandes malestares causó a Raúl Alfonsín. La activa intervención de la CAI en todo el país frenó en gran parte esta embestida y permitió llegar al conocido juicio a la cúpula militar. Alfonsín pudo esgrimir su triunfo, pero le duró poco. La ofensiva continuó y se potenció con la llegada al poder de los Kirchner y la derogación de las normas alfonsinistas de punto final y obediencia debida (armada y obtenida por Patricia Walsh y Elisa Carrió). Y hoy asistimos al manoseo de la figura de aquel presidente, que es alabado y elogiado por los mismos que en su momento buscaron destruirlo, ahora con el solo fin de capturar el “voto radical”. Un acto de desesperación que repugna. No creo que con estas tácticas logren captar votos de gente razonable. Por mi parte, no necesito ver por TV otro farsesco “debate”. Mi voto está decidido.

Edgardo Frola

DNI 4.403.415

 

Publicado en La Nación.

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