No solamente implicó el dominio occidental la supremacía geográfica y económica, sino también la capacidad científico-tecnológica práctica. El papel, la pólvora y la imprenta son originarios de Oriente, pero en manos de Occidente se transformaron en instrumentos de su expansión global. Los imperios español y portugués primero; el inglés y el francés después; y el alemán e italiano en tercer término, fueron distintos instrumentos del dominio global occidental. La descolonización que tiene lugar después de la Segunda Guerra Mundial, probablemente sea el hecho político dominante del inicio de la hegemonía global de Occidente, y quizás la devolución de Hong Kong a China por parte de Gran Bretaña y la de Boa por Portugal a la India simbolizan, a finales del siglo XX, el sentido de este cambio geopolítico. La independencia de la India a mediados del siglo XX es también un hecho en esa dirección.
En la visión geopolítica de Estados Unidos al comenzar el siglo XXI, su idea dominante es seguir siendo la potencia del Pacífico, y para China y Rusia la ampliación de su influencia en el entorno inmediato. Así lo expresó textualmente Biden, quien como Vicepresidente de Obama hace 10 años dijo en Beijing: “Estados Unidos es y seguirá siendo la potencia del Pacífico”, dando por descontada la hegemonía en el Atlántico. Su intención de seguir siendo la potencia bioceánica por excelencia se ve reflejado en sus 11 portaaviones que recorren las aguas del mundo. Respecto a China, su idea geopolítica central es la Nueva Ruta de la Seda. Hunde sus raíces en el pasaje del primer al segundo milenio. Es un eje fundamentalmente terrestre, que va desde las costas del Lejano Oriente y el Pacífico, hasta el Báltico en el Atlántico, pasando por el Mediterráneo. Así como la geopolítica anglosajona ha tenido una visión marítima, la de China ha sido terrestre. Mientras Estados Unidos tiene fronteras con solo dos países, Canadá al norte y México al sur, la potencia asiática las tiene con dieciocho países. La Nueva Ruta de la Seda es un proyecto histórico y geográfico que tiene tres capítulos surgidos de las ambiciones geopolíticas: la expansión al sudeste de Asia, a África y a América del Sur. Rusia es el país más grande del mundo, que se extiende del Atlántico al Pacífico y que es la potencia dominante en el Ártico. Su proyecto geopolítico es muy claro y comienza a desarrollarse a principios del siglo XVIII por el Zar Pedro I, quien derrota a Suecia y llega al Báltico. Para este Zar, Rusia era la “Potencia de los Cinco Mares”: Negro, Azov, Caspio, Báltico y Ártico (Putin en julio, al presentar la nueva estrategia naval, agrega un sexto: el Oj, donde tiene islas en disputa con Japón). El proyecto geopolítico ruso en el siglo XXI es la reconstitución de la Unión Soviética, desarticulada tras la disolución del comunismo. Europa ha sido el centro del dominio global occidental y quizás por eso es el continente que enfrenta un mayor retroceso relativo. Su desafío central es mantener la cohesión lograda a través de la Unión Europea y su debate clave es si continúa como un aliado subordinado a Estados Unidos o intenta jugar una política de equilibrio entre este país y China, de la que hoy parece alejada.
En las primeras décadas del siglo XXI, los conflictos de la OTAN que en forma simultánea desarrolla con Rusia y con China, son en realidad la pugna entre Washington y Beijing por la hegemonía global. En el largo plazo, la cohesión de la Unión Europea y de la OTAN son un interrogante, aunque no lo sea en el corto ni en el mediano plazo, y la división ideológica de los Estados Unidos sea posiblemente, junto con el cuestionamiento al funcionamiento de la democracia en Occidente, su amenaza ideológica más importante. Treinta años atrás, la geopolítica estaba fuera de moda. Dominaba la idea de que el estado nacional desaparecía por la globalización económica y la multilateralidad política. Las nuevas tecnologías hacían que el territorio perdiera sentido y en la cual los recursos naturales pierden valor frente a la posesión del conocimiento. El nacionalismo era un valor en retroceso. Hoy la visión es diferente. Las nuevas tecnologías no solamente se han nacionalizado, sino que son un campo de batalla central entre Estados Unidos y China por la hegemonía global. Lo multilateral se ha debilitado y las potencias regionales tienen más gravitación. Las redes sociales, que se creía iban a imponer una cultura universal, hoy son más instrumentos que refuerzan los conflictos de identidad. Las guerras, que hace treinta años se las consideraba un hecho del pasado, hoy han vuelto a ser un dramático presente, en el cual los diplomáticos hablan como guerreros y los ejercicios militares son instrumentos centrales de la política exterior.
La geopolítica tiene estrecha vinculación con la historia y en mayo, en el Foro de Davos, Henry Kissinger señaló que era un error expulsar a Rusia de Europa, porque así el continente iba a quedar más inseguro. Cabe recordar que Gran Bretaña y Rusia fueron aliados militares en las tres guerras mundiales de la modernidad: las Napoleónicas, además de la Primera y la Segunda. También dijo que era un error empujar a Rusia a una alianza militar con China, algo que en las últimas semanas se ha producido. Agregó en esa oportunidad también que Ucrania iba a tener que aceptar concesiones territoriales. Cabe recordar que Kruschev entregó Crimea a Ucrania al cumplirse los 300 años de que este país aceptara someterse al Imperio Ruso. Crimea fue, a mediados del siglo XIX, el motivo de la guerra que libró Rusia con Gran Bretaña, Francia, Turquía y Cerdeña. La visión estratégica del Reino Unido para el 2030 presentada el año pasado, al vincular los conceptos de geopolítica y geoeconomía, señala tres tendencias predominantes: la importancia creciente del Indopácífico, una China más firme y amenazante, y un rol más importante de lo que llama las “potencias medianas”. Esto último se ha visto corroborado en los casi seis meses de guerra que llevan Rusia y Ucrania. Cabe recordar que países como México, Brasil y Argentina en América Latina; Egipto, Sudáfrica y Nigeria en África; e India, Indonesia, Pakistán, Tailandia y Vietnam en Asia, coincidieron, sin coordinación previa, en condenar la invasión rusa a Ucrania porque afectaba el principio de soberanía, y tampoco se sumaron al mismo tiempo a las sanciones económicas contra Rusia que lleva adelante Europa y Estados Unidos por la misma razón, porque afecta el principio de soberanía. Es decir, han mantenido una posición independiente en el conflicto. Hacia adelante, se dibuja un eje geopolítico entre el hemisferio norte y el hemisferio sur. Pero el primero seguirá siendo en los próximos siglos, el que concentre población y recursos. Históricamente, lo geopolítico ha estado vinculado a la capacidad militar de las potencias para alcanzar sus intereses estratégicos.
En conclusión: el fenómeno geopolítico en las primeras décadas del siglo XXI es la traslación del dominio global de Occidente hacia Oriente; Estados Unidos intenta mantener su rol de primera potencia global, mientras que China y Rusia todavía buscan afianzar la influencia en su entorno regional desde el punto de vista estratégico-militar; los conflictos que simultáneamente enfrenta la OTAN con Rusia y China -en el segundo caso con las alianzas de EEUU en el Indopacífico-, son en realidad un capítulo central de la pugna entre Washington y Beijing; por último, la geopolítica tiene una estrecha vinculación con la historia, y en este sentido Kissinger es un ejemplo acabado de este enfoque.