En nuestro caso, la inflación y la incapacidad del Gobierno para controlarla, ha llevado a que se realicen sucesivas ampliaciones de las partidas, más de quince, lo que torna imposible realizar un control serio de un presupuesto que ha sido totalmente desvirtuado. Simultáneamente, la inflación produce un ajuste de hecho en la ejecución presupuestaria.
De los escasos fondos disponibles en el área de la defensa y las Fuerzas Armadas, casi el 90% está destinado a sueldos del personal, que son, además, las remuneraciones más bajas de todo el Estado nacional.
Una demostración patética de lo que está ocurriendo es que, por un comunicado interno, el Gobierno acaba de informar a las diferentes dependencias del Ejército que, en las actividades correspondientes al segundo semestre, se arbitrarán las medidas para reducir a su mínima expresión los costos de funcionamiento (servicios básicos, racionamiento, combustible, viáticos). Lo mismo ocurre en la Armada. Mientras tanto, el ministro de Defensa, locuaz en sus intervenciones, anuncia la compra de submarinos franceses o alemanes, aviones chinos, un buque polar finlandés, cuyo equipamiento para la puesta en servicio implica inversiones de millones de dólares.
Envuelto en estas fantasías, demora más de ocho meses el envío de los pliegos de ascensos de oficiales al Senado, por una pelea dentro del mismo Gobierno, y presiones del Instituto Patria, por aplicar criterios políticos para propiciar algunos ascensos, uno de coronel a general y otro de teniente coronel a coronel, al margen de los reales méritos del personal seleccionado. Por esta razón el Ejército resistió. Se introduce, así, un virus que conduce a la politización de las Fuerzas con las consecuencias dolorosas que este criterio ha demostrado a lo largo de nuestra historia.
Más allá de la esquizofrenia que en la conducción del área de Defensa evidencian estas realidades, es necesario que, nos ocupemos de los problemas que tenemos que enfrentar, y lo hagamos, desde los ámbitos en que podemos contribuir a mejorar la situación. Uno de ellos es el Congreso.
Hace tiempo que hemos perdido el control de nuestros espacios territoriales soberanos. Tenemos serias dificultades para controlar la riqueza en nuestro territorio marítimo y fluvial, también el contrabando, especialmente de droga, que ingresa por nuestras fronteras desprotegidas. Rosario es un anticipo de lo que ocurrirá en otras regiones si no hacemos algo eficaz para combatir el narcotráfico. La corrupción y asesinatos diarios que padece la ciudad, es consecuencia de la pelea por la distribución del remanente que queda en ella por el tráfico de la droga que ingresó para otros destinos. Los cientos de pistas de aterrizaje clandestinas, contribuyen al crecimiento del delito.
La Gendarmería, nuestra fuerza de fronteras, ocupa gran parte de sus efectivos en tareas de seguridad en el Gran Buenos Aires, Gran Córdoba y Gran Rosario, en desmedro de su función principal. No tenemos recursos para aumentar sustancialmente su personal y encontramos una fuerte resistencia para retirarlos del lugar urbano en donde están, dada la ineficacia de las policías locales para proteger a los vecinos.
La única manera de mitigar esta realidad y recuperar en parte el control fronterizo, es organizar relaciones de complementación entre las Fuerzas Armadas y las de Seguridad. Ya, en determinadas circunstancias, se han empleado hombres de nuestro Ejército en las áreas fronterizas, pero carecemos del plexo legal adecuado para esa situación, por lo cual se lo ha sustituido por reglas de empeñamiento, que no alcanzan para contemplar adecuadamente las diferentes circunstancias en las que el personal podría verse involucrado.
La escasez presupuestaria se agrava porque no solo estamos gastando poco, también estamos gastando mal. La separación tajante que instituimos entre Seguridad y Defensa posibilita el mal gasto, porque oculta que se superponen funciones y se multiplica la burocracia en desmedro de lo operativo.
Fuera de los Estados Unidos, que tiene su Armada distribuida por el mundo, la Argentina es el único país de América que mantiene separadas a la Armada de la Prefectura: dobles burocracias administrativas, dobles institutos de formación, dobles escuelas de aviación, dobles escuelas de buceo, etcétera.
Contamos con tres Fuerzas Armadas, cuatro fuerzas de seguridad, (Gendarmería, Prefectura, Policía de Seguridad Aeroportuaria, Policía Federal), Policías provinciales, Policías municipales y cientos de agentes de seguridad privada. Somos el país en el mundo que, fuera de Rusia, tiene más agentes de seguridad por habitante. Algo estamos haciendo mal. Dos ministerios, uno de Defensa y otro de Seguridad, con sus respectivas burocracias, se suman a la disparatada cantidad de ministerios, más de veinte, que hemos inventado.
Lo que está ocurriendo en el planeta -calores extremos, inundaciones, sequías que se prolongan- son las respuestas de la naturaleza a la frivolidad con que los gobiernos encaran el cambio climático. Es previsible que esas catástrofes también ocurran en nuestro territorio y debemos estar preparados para enfrentarlas con todos los escasos elementos que tenemos. El ejemplo de la forma en que respondimos con nuestras Fuerzas Armadas durante la pandemia, frente a la inexistencia de otras agencias, y el esfuerzo que realizan auxiliando a la población ante nevadas extremas o incendios, hasta ahora atendidas con recursos extrapresupuestarios, nos está mostrando que algo más podemos hacer en el futuro empleando y organizando bien los elementos con los que contamos.
No se trata de confundir soldados con gendarmes, ni marinos con prefectos, ni debemos perder de vista la misión principal de nuestras Fuerzas Armadas en la defensa de nuestra patria. Pero no podemos dejar de reconocer la inmensa tarea que les espera en sus misiones secundarias. Se trata de coordinar y complementar las acciones de cada una, de eliminar burocracias, terminar con la superposición de funciones, asignarle un presupuesto adecuado, y modernizar el plexo normativo.
Nadie bien informado niega que en materia de defensa estamos en desbalance por defecto con respecto a nuestros vecinos Brasil y Chile. La revolución tecnológica que se vive en el mundo y el desarrollo de nuestra defensa cibernética señala un camino para recuperar nuestra capacidad disuasoria.
Conformemos una agenda con las cuestiones que vamos a tener que enfrentar teniendo en cuenta los recursos con los que contamos. Mejorar el control y vigilancia de nuestras fronteras, prepararnos para mitigar las consecuencias de las catástrofes naturales, terminar con el mal gasto en que se incurre por el empleo descuidado de nuestros recursos, definir una estrategia que nos permita aumentar la capacidad disuasoria de nuestro sistema de defensa.
Es en el Congreso, en el trabajo conjunto de las comisiones de Seguridad y de Defensa, donde podemos elaborar los consensos en torno de los temas que hemos planteado para proteger a nuestra población. La inseguridad no distingue y mata por igual a oficialistas y opositores. Dejemos de lado prejuicios e ideologías que se corresponden con un mundo que ya no existe. Lo peor que le puede pasar a la democracia es que no esté a la altura de responder a los requerimientos de su tiempo.
*El autor fue ministro de Defensa de la Nación durante los gobiernos de Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde.