23 de Agosto de 2022
Bajé del avión en Santiago de Chile el día 10 del corriente, y mis anfitriones en el país trasandino (los editores de mi flamante libro), me llevaron de urgencia a un opulento shopping situado en la comuna de Ñuñoa, para firmar ejemplares en una pequeña librería que se encontraba dentro del predio. Notable fue el impacto vivido cuando al llegar advertí que los lectores que estaban esperando con impaciencia (mayormente adolescentes) eran unos quinientos, y estuve firmando entre las siete de la tarde y las once de la noche: cuatro gratificantes horas sin respiro. Así empezó mi pequeña gira de cuatro días en dicho país, brindando un promedio de tres conferencias diarias con concurrencias hasta el tope, en las cuales se agotaron tres ediciones en menos de una semana. El libro en cuestión se titula “La Dictadura Comunista de Salvador Allende”.
En este trabajo de apenas 220 páginas pero que cuenta con un caudal de 400 citas que ratifican y documentan todo lo allí expuesto, se descompone por completo el mito del “Allende democrático, bueno y caritativo” y se expone al que verdaderamente fue.
Devoto confeso del genocida Stalin, Salvador Allende gobernó Chile en el período 1970-1973 (llegó al poder con tan sólo el 36% de los votos pero para lograr el triunfo gozó de una oposición dividida). Y bajo el amparo y subsidio del totalitarismo soviético, más el auxilio permanente de legiones terroristas autóctonas y cubanas, al asumir impuso a sangre y fuego un despotismo en donde el crimen político de la mano de sus guerrillas era moneda corriente. Impulsó la persecución a la prensa libre. Encarceló opositores. Instaló el robo/confiscación masivo de empresas, fundos e inmuebles. Promovió el adoctrinamiento marxista en la enseñanza infantil. Todo ello sin detallar las hambrunas generalizadas y el desabastecimiento que su empobrecedora administración engendró.
Contra el régimen se fueron tornando multitudinarias. La dictadura perdió asimismo las elecciones de medio término (a pesar del gigantesco fraude efectuado que denunció y luego comprobó la Cámara de Diputados). Allende desatendió y despreció, además, las instituciones del Estado, las cuales promediando 1973 (el Congreso, la Contraloría General de la Nación y la Corte Suprema de Justicia al unísono) se pronunciaron todas y cada una de ellas determinando de manera oficial y expresa la ilegalidad, inconstitucionalidad e ilegitimidad del ejercicio de su investidura, fijando entonces que el propio Allende era ya una suerte de invasor, un asaltante, un verdadero intruso en el Poder Ejecutivo chileno y que por ende estaba usurpando un status que ya no le correspondía: urgía entonces impulsar la inmediata destitución de quien accedió al poder por una vía legal pero que lo ejerció de modo manifiestamente ilegal.
Arrinconado por las fuerzas vivas chilenas, el dictador Allende se encontraba en el lugar político más incómodo de su vida. El hartazgo popular era apabullante y sólo las milicias guerrilleras (calculadas entre 10 y 20 mil elementos armados según las distintas fuentes), más un puñado de adherentes dispersos, seguían consintiendo a la tambaleante dictadura de la Unidad Popular (este último era el nombre de la coalición gobernante que encabezaba Allende). Fue entonces cuando el protagonista de este libro en sus horas más hostiles tuvo que poner a prueba su liderazgo, valentía, grandeza y virilidad. Pues no lo hizo y nadie del “pueblo” (al que tanto adulaba en sus demagógicos discursos a pesar de gobernar siempre en minoría) ni sus guerrillas salieron en su rescate cuando se produjo el pronunciamiento militar en la histórica mañana del 11 de septiembre de 1973, el cual tras varias advertencias de rendición, no tuvo mayor remedio que atacar el Palacio de Gobierno (La Casa de la Moneda) en el afán de ponerle fin a esta triste y sangrienta aventura castro-comunista.
En el medio de ese transcurrir, probablemente Allende, sintiéndose más sólo que nunca ante la inmovilidad guerrillera y el silencio de los pocos acólitos que le quedaban, escapó de sí mismo pegándose un tiro en el mentón en uno de los despachos del edificio gubernamental, tras presionar el gatillo de un fusil soviético AK47 que le había regalado su amigo y colega Fidel Castro, huyendo así de la tremenda responsabilidad política y moral que le cabía por el terrible daño infligido a su país: tras su gestión Chile era junto con Haití el país más rezagado y pobre del continente.
Ahora bien: ¿qué tiene que ver todo lo antedicho con la denominada batalla cultural? Pues las multitudes chilenas que convirtieron en un santiamén en best seller a este libro en apenas unas horas, no son todos fervientes aficionados por la historia en cuanto ciencia, pero sí son conscientes de que hoy se libra una contienda sin cuartel ante la agresión cultural de cuño progresista que se manifiesta a escala global, y uno de los tantos frentes de batalla presentados es la disputa por el pasado.
En efecto, con el insistente aforismo de “mantener viva la memoria” la izquierda se apoderó del relato adulterando todo lo supuestamente acontecido, ocultando sus miserias, inventándose a sí misma grandezas y satanizando a sus enemigos con una agobiante campaña propagandística. Con este consecuente ardid mantenido por espacio de décadas, han conseguido que las sucesivas generaciones engañadas sufraguen a favor del regreso de ideas que ya fracasaron o de “herederos” de supuestos héroes (verdaderos gigantes de cartón), a los cuales se les imaginaron epopeyas o atributos de fantasía. Huelga destacar que la izquierda no le puede mostrar al público ni un solo ejemplo de gobierno exitoso tanto sea en el Siglo XX como en el XXI. Luego, ante tan dificultosa situación argumentativa, esta resolvió fabricar hazañas e inventar próceres de utilería con el fin de sembrar fascinación en las nuevas camadas generacionales.
En consecuencia, reflotó vigorosamente la derecha (corriente que una década atrás era apreciada con olor a naftalina), la cual hoy luce llamativamente joven y multitudinaria, emergiendo como espontánea reacción en el afán de ponerle freno a los embustes y pretensiones de la nueva izquierda, la cual ya no se presenta bajo el símbolo temible de la hoz y el martillo y su consiguiente discurso de odio de inspiración clasista, sino que ahora se disfraza con un sonriente ropaje “inclusivo”, “ecológico”, “multicultural”, “diverso” y nos cuenta con hegemónica prepotencia un pasado que no fue.
Mi flamante trabajo, “La Dictadura Comunista de Salvador Allende” es furor en Chile (país en dónde por cuestiones obvias este libro iba a ser más requerido que en cualquier otra latitud), ya está editado en Argentina y se está publicando en numerosos países de occidente.
La nueva izquierda (que no perdió su carácter internacionalista) viene llevando a cabo una embestida global, pues entonces la respuesta tiene que tener el mismo tenor, y es por ello que no debe resultar una rareza que un argentino se haya ocupado de un país ajeno al suyo puesto que hay que trabajar en bloque ante una afrenta trasnacional, intentando en este caso puntual desarmar de cabo a rabo las falsedades edificadas en torno a quien después del Che Guevara, quizás haya sido el fetiche histórico más exitoso de los enemigos del progreso y la prosperidad. Justamente, un engaño publicitario mantenido durante décadas, indujo a las nuevas generaciones del continente a sufragar por vetustas opciones que ya gobernaron y naufragaron miserablemente, por lo tanto, no debe sorprendernos que hoy Chile, en pleno funcionamiento de una Convención Constituyente desopilante que busca suplantar la exitosa y razonable Carta Magna actual por otra de inspiración neo-marxista, vuelva a encontrarse con la drástica disyuntiva de medio Siglo atrás: “Comunismo o Libertad”.
*El autor es abogado, conferencista y analista político. Posee numerosos estudios en diversas disciplinas complementarias y ha publicado 15 libros, muchos de ellos traducidos a varios idiomas
Publicado en Infobae.com