Dichas afirmaciones no distan demasiado de la situación que hoy se da en el teatro de operaciones. Ahora, el Presidente estadounidense -explicitado por su ministro de Defensa, Austin- ha dicho que la guerra continuará hasta que Rusia pierda su capacidad de volver a invadir un país, como ha hecho con Ucrania, y que esto requerirá una asistencia militar prolongada a este país. A su vez, el Primer Ministro británico dio un pronóstico preciso: dijo que la guerra duraría hasta fines de 2023. Por otra parte, las previsiones sobre que Rusia desarrollaría una guerra sobre los modelos que experimentó con éxito en Chechenia y Siria se han confirmado. Lo que sucede en el asedio de Mariupol se asemeja a la destrucción de Grozny, la capital chechena, que duró cuatro meses, y a la lucha por Aleppo, la principal ciudad de Siria, que se prolongó durante cuatro años y en el cual las fuerzas rusas cumplieron un papel decisivo. Putin eligió para reorganizar sus tropas en Ucrania al general que comandó las operaciones en apoyo del régimen de Asad.
En cuanto a la tendencia del conflicto, se asume que emergerá de esta guerra un mundo menos globalizado, más nacionalista y con reglas de juego muy debilitadas. La globalización ha retrocedido a niveles impensables para muchos hasta días antes de la guerra. La lucha por el gas es un ejemplo de ello. Durante el primer bimestre de la guerra, el 71% del gas que vendió Rusia lo hizo a la Unión Europea. La independencia de ese suministro es clave para intentar volcar el curso de la guerra a favor de la OTAN, sin cuyo apoyo Ucrania no puede sostenerla. A medida que avanza el conflicto, van surgiendo modos alternativos de pagos internacionales que debilitan el dólar como moneda de reserva mundial. Las reglas financieras han sido vulneradas para castigar a los oligarcas rusos. Hasta ahora se trata de una guerra limitada geográficamente al territorio ucraniano. Pero paralelamente se está desarrollando una guerra económica mundial, con la alianza occidental y sus aliados mostrándose decididos a terminar con el líder ruso, éste decidido a mantener la existencia de su país -respaldado por la neutralidad “por rusa” del Grupo de Shanghai (China, India, Pakistán, Rusia y los países de Asia Central)-, y un conjunto de potencias medianas de Asia, África y América Latina que aunque condenan la invasión, no participan en las sanciones económicas ni en el esfuerzo de guerra a favor de Ucrania. Esta situación va gestando un mundo que económicamente comienza a regionalizarse. El rechazo en Occidente a las expresiones culturales de Rusia es otra manifestación de la mencionada desglobalización. El nacionalismo ha vuelto a ser un valor que no sólo define políticas, sino también la decisión de ir a la guerra. Las Convenciones de Ginebra que antes de la Guerra Mundial intentaron regular los conflictos bélicos, se han transformado en inexistentes.
El riesgo de que la guerra se extienda geográficamente más allá de las fronteras de Ucrania, crece a medida que la guerra se prolonga. Ha habido ataques ucranianos sobre territorio ruso desde la frontera este de Kiev. El Primer Ministro británico afirmó que Ucrania tiene derecho a atacar el territorio de Rusia. Al mismo tiempo, crecen las advertencias de Moscú de que podría atacar los centros de suministro de equipo militar a Ucrania en los países fronterizos de la OTAN. El objetivo estratégico de Putin de dejar a Ucrania sin costa sobre el mar, aumenta la posibilidad de que Moldavia, donde existe una zona pro-rusa autónoma, se vea involucrada en el conflicto. La eventual incorporación de Suecia y Finlandia a la OTAN aumentaría la frontera de Rusia con esta alianza militar en 1.300 kilómetros y eso incrementa el riesgo de extensión. Hasta ahora, la OTAN ha mantenido su estrategia de evitar involucrarse militarmente en el conflicto. Pero mantiene la decisión de hacerlo si uno de sus 30 países miembros fuera atacado militarmente, y en esto radica el mayor riesgo: que se precipite una guerra directa entre la OTAN y Rusia. Esto podría incluso suceder por errores de cálculo y no por una decisión deliberada de extender el ámbito geográfico de la guerra. En este caso, toda Europa, Estados Unidos y Canadá, además de Rusia, se verían involucrados.
El riesgo del empleo de armas nucleares por parte de Rusia crece a medida que asume fracasos parciales. No se puede prever quién ganará la guerra. Es el fenómeno más sujeto al azar, circunstancias e imprevistos, incluso más que la política. Pero sí se puede prever la personalidad de Putin: siempre redoblará la apuesta. Se parte de la base de que usará armas nucleares tácticas sobre blancos específicamente delimitados y con una onda expansiva controlada. Frente a este riesgo, la OTAN sólo respondería con una escalada si fuera alcanzado uno de los 30 países que la integran. Para Putin, esta situación se dará si entra en riesgo la existencia del estado ruso. El líder de Rusia contempla que la decisión de la OTAN de atacar a su país hasta que deje de tener capacidad de invadir, puede llevar a imponer una división de su territorio en varios países separados y una desmilitarización. Este es el tipo de situación que puede llevar a Putin al uso de armas nucleares. Quien ha explicitado esta intención es el Presidente del Consejo de Seguridad de Rusia, el ex Presidente y firme aliado de Putin, Dimitri Medvedev. El arsenal nuclear es el sistema de armas en el cual Putin es más fuerte frente a la OTAN.
Por último están los imponderables, que muchas veces pueden decidir el resultado de las guerras. Se trata de esas situaciones que no pueden preverse ni realizar un cálculo de probabilidades certero. Un ejemplo es la salud de Putin. Posiblemente sea un líder irremplazable. Su ausencia podría generar hoy escenarios impensados. Las armas cibernéticas todavía no han tenido un empleo masivo y su uso podría generar situaciones diferentes, como la paralización del funcionamiento de los estados. Con las armas químicas sucede otro tanto en cuanto a las consecuencias de su uso. Que Putin sea derrocado dentro de su propio país es posible, pero improbable, debido al ejercicio autoritario del poder, unido a la historia y la cultura rusa en tiempos de guerra. Pero los imponderables suelen ser consecuencia de errores de cálculo y de situaciones no queridas. La historia contrafáctica da numerosos ejemplos de este tipo. ¿Qué hubiera pasado si Alemania llegaba a la bomba nuclear antes que Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial? Ello pudo haber pasado y seguramente el resultado de la guerra habría sido otro.
En conclusión: la guerra de Ucrania se encamina a ser prolongada, como lo habían anticipado los líderes occidentales, y con el concepto del tiempo del accionar militar ruso de no apurarse; en cuanto a la tendencia que se está gestando, es la de un mundo menos globalizado, más nacionalista y con mayor regionalización, rol militar más relevante y generalizado incumplimiento de reglas; la extensión del conflicto a la OTAN crece a medida que se prolonga la guerra y ello puede suceder incluso por errores de cálculo; el riesgo de que Putin recurra a armas nucleares tácticas avanza a medida que sus objetivos militares se tornen incumplibles y la “existencia” del estado ruso esté en riesgo; por último, los imponderables como la salud de Putin o las consecuencias del uso de armas cibernéticas o químicas, pueden crear escenarios impensados que hoy no pueden calcularse.