18 de Abril de 2022
Un simple relevamiento en internet indica que Rodolfo Walsh es el periodista, escritor y revolucionario argentino con la mayor cantidad de honores y reconocimientos: libros, documentales, películas, barrios, calles, pasajes, plazas, plazoletas, escuelas, centros de enseñanza, aulas, unidades básicas, casas populares, monumentos, placas, auditorios, cátedras, jornadas académicas y premios. Y en todo el país. Mucho más que Ernesto Che Guevara.
Sin ir muy lejos, a una docena de cuadras del edificio de Seguridad Federal —que ahora se llama Superintendencia de Agencias Federales—la estación Entre Ríos de la Línea E de Subterráneos sumó el nombre Rodolfo Walsh en 2013 por el voto unánime de los legisladores porteños, en recuerdo del lugar donde fue acribillado a balazos. El proyecto de ley fue presentado por la entonces legisladora K Gabriela Cerruti, hoy portavoz presidencial.
En contraposición, los veintitrés muertos y ciento diez heridos de la bomba vietnamita colocada por Montoneros en el comedor de Seguridad Federal, el viernes 2 de julio de 1976, no tienen una sola calle ni un pasaje ni una plaza ni una plazoleta ni un monumento en toda la Capital Federal.
Ni siquiera una placa pública tienen las víctimas en toda la ciudad de Buenos Aires; hay una, pero adentro del comedor atacado e incluso no se refiere directamente a la bomba, sino que dice: “A los abnegados policías que aquí ofrendaron sus vidas en cumplimiento del deber”.
Eso a pesar de que fue el atentado más sangriento de los 70 y de toda la historia argentina hasta 1994, cuando un atentado terrorista destruyó la AMIA.
La bomba fue dejada en una silla a la hora del almuerzo por Salgado, un joven de veintiún años que era agente de la Policía Federal y también pertenecía al eficiente Servicio de Inteligencia e Informaciones de Montoneros. Un doble agente: hoy, un traidor para los policías; un héroe para los guerrilleros.