Desde un punto de vista estrictamente militar, el atentado contra el comedor de la Policía Federal, el viernes 2 de julio de 1976, el más sangriento de aquellos años de plomo, fue una obra maestra del servicio de Inteligencia e Informaciones de Montoneros.
Eran otros tiempos: ya existía el llamado Ejército Montonero y, como ocurre con todo grupo armado orientado a la toma del poder, la cúpula guerrillera estaba en relación directa con su aparato de Inteligencia, que le proveía información vital sobre los blancos u objetivos elegidos.
Eso ocurrió no solo con la bomba vietnamita que mató a veintitrés personas e hirió a otras ciento diez en el comedor policial sino también en el secuestro de los hermanos Born y en el asesinato del jefe de la Policía Federal, el comisario general Alberto Villar y su esposa.
Todas esas operaciones llevan el sello de la persona clave del aparato de Inteligencia de Montoneros, que era el famoso periodista y escritor Rodolfo Walsh, como explico en detalle en mi último libro, Masacre en el comedor.
Varios periodistas cumplían allí tareas de mayor o menor relevancia; algunas de esas actividades eran coordinadas por Walsh, desde la creación y el funcionamiento de una agencia clandestina de noticias hasta la relación con los numerosos infiltrados en la policía, el Ejército, la Marina y la Aeronáutica.
Nunca hasta ahora se había podido penetrar el secreto que siempre rodeó, y protegió, al aparato de Inteligencia del grupo guerrillero de origen peronista. Y eso que su eficacia fue detectada ya en 1981 por el profesor inglés Richard Gillespie. “Fue, innegablemente, uno de los aspectos más impresionantes y en constante proceso de mejora, del aparato en ebullición de la guerrilla”, señaló en su libro Soldados de Perón. De acuerdo con Gillespie, esa pericia se debía a “la colaboración no pagada de individuos situados en casi todas las esferas de la vida pública argentina”.
El atentado más sangriento de los 70: la bomba vietnamita que voló el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal y provocó 23 muertos y 110 heridos
Fue una de las características principales de Montoneros: su inserción en todos los niveles sociales, desde las villas miserias al “círculo rojo”, no solo en Buenos Aires sino también en Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, por nombrar solo a tres provincias.
Seguramente, la falta de información sobre el Walsh combatiente y, en general, acerca del área de Inteligencia de ese grupo guerrillero, se debió a que los periodistas que lograron sobrevivir nunca mostraron interés en contarnos qué hacían realmente.
Por ejemplo, Horacio Verbitsky, que formó parte del Servicio de Inteligencia e Informaciones, sostuvo que “nosotros no elaborábamos información operativa, sino información política, estructural. Esa mezcla que hacen, como si hubiéramos sido la SIDE de Montoneros, no era así. En las Fuerzas Armadas los grupos que hacían Inteligencia eran operativos, nosotros no”.
Sin embargo, según las fuentes a las que pude acceder, la Inteligencia montonera funcionaba de una manera más bien clásica: no elaboraban solamente informes sobre, por ejemplo, las disputas internas en las Fuerzas Armadas, sino que, por ejemplo, seguían a militares, policías y empresarios de un cierto nivel para establecer sus rutinas y detectar los momentos adecuados para secuestrarlos o atentar contra ellos.
Todo eso en estrecho contacto con la jefatura del Ejército Montonero, que en aquel momento era ejercida por el comandante Horacio Mendizábal, Hernán, quien a su vez informaba directamente a los dos jefes de Montoneros, los comandantes Mario Firmenich, Pepe, y Roberto Perdía, Carlos o Pelado.
Obviamente, no todos los miembros de la Inteligencia montonera realizaban esas u otras tareas similares. Walsh era el “responsable” o jefe de varias células, que se dedicaban a actividades bien diversas, siempre “tabicadas”, es decir ningún grupo sabía bien a qué se dedicaba el otro, ni quería saberlo.
La bomba fue colocada por José María Pepe Salgado, un joven de 21 años infiltrado en la Policía Federal, donde cumplía funciones de agente en el Departamento Central, a una cuadra en diagonal del comedor.
Su breve vida militante tuvo un vuelco decisivo cuando conoció a Rodolfo Walsh, en el segundo trimestre de 1974, luego de una charla organizada por el Centro de Estudiantes de la Facultad de Ingeniería, según recordó un ex montonero que trabajó también bajo las órdenes de Walsh, cuyo nombre de guerra era Esteban.
Como casi todos los jóvenes militantes, Salgado había quedado fascinado por Operación Masacre, el libro más conocido de Walsh, el formidable relato de un fusilamiento de prisioneros en 1956, en el inicio de la llamada Resistencia Peronista contra la proscripción del ex presidente Juan Perón, pero también un modelo de investigación periodística que, además, anticipó un nuevo género a nivel global, que enriquecía al periodismo con recursos de la literatura.
Pero Walsh no se agotaba en su rol de escritor. Tampoco en el de periodista del diario montonero Noticias, donde era una de las firmas más famosas, a cargo de una sección muy relevante para un medio que pretendía conquistar lectores en los sectores populares: Policiales, aunque integraba también la cúpula de la Redacción.
Hacía ya tiempo que Walsh había dejado atrás su etapa de mero “intelectual comprometido” con la revolución socialista, en la cual intentan congelarlo casi todas las muchas biografías escritas sobre él, que cancelan o disimulan su activa participación en varias de las operaciones más relevantes decididas por la cúpula de Montoneros.
Según su hija Patricia, Esteban -usaba este nombre de guerra en honor a su papá, Miguel Esteban- “estaba orgulloso de haber podido llegar a ser un combatiente. Y precisamente a él, que se ocupó tanto de sostener una versión de rigor con la verdad, mal podemos pretender arreglarle la biografía. ¿Cómo vamos a querer cambiarle la biografía?”.
Toda la intensa actividad de Walsh en el aparato de Inteligencia de Montoneros apuntaba a tres objetivos: reunir información que podía ser útil en la lucha guerrillera, difundirla de una manera selectiva para eludir la censura de prensa e influir en la opinión pública y confundir al enemigo. Por ejemplo, esos tres objetivos distinguieron a la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA), cuya sigla ya buscaba confundir a los militares acerca de quiénes estaban detrás de esa agencia de noticias tan particular, que, con un lenguaje periodístico neutro -sobrio y preciso- difundía cables durante la dictadura con información de primera mano sobre temas picantes, como las peleas internas entre el Ejército, la Marina y la Aeronáutica.
La agencia de Walsh -en ese “ámbito” (espacio, en la jerga montonera), con otro alias: Basualdo- consiguió su propósito original: su primer cable fue emitido en junio de 1976 y la dictadura tardó diez meses en identificar que era una criatura de Montoneros, aunque el Ejército y la Marina siguieron desconfiándose mutuamente sobre de dónde salían esas informaciones.
Walsh seleccionó a los cuatro militantes que serían los editores de la agencia -Lila Pastoriza, Lucila Pagliai, Carlos Aznárez y Eduardo Suárez- y, una vez que la puso en funcionamiento, “se dedicó a otras tareas relacionadas al departamento de Informaciones e Inteligencia de Montoneros”, señaló Natalia Vinelli en su libro sobre ANCLA.
Otra de sus criaturas, Cadena Informativa, fue realizada solo por él, a partir de diciembre de 1976, cuando se le ocurrió escribir informaciones cortas y militantes para denunciar a la dictadura. Pensaba que una de las formas de combatir el temor paralizante era involucrar a muchos en la circulación de esas noticias, sin reuniones riesgosas, lejos de los lugares públicos. “Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando”, fue la pieza de marketing revolucionario que acompañaba esos textos.
ANCLA quedó bajo la responsabilidad de Pastoriza, Lidia, hasta que fue secuestrada en junio de 1977; Pagliai y Aznárez habían partido al exilio, y Suárez ya había sido detenido y seguía desaparecido. La agencia dejó de funcionar hasta el 10 de agosto de aquel año, cuando “Verbitsky se hace cargo de esta segunda y última etapa de la agencia, que se extiende por algunos meses más”, precisó Lucila Pagliai.
En realidad, Walsh ingresó tarde a Montoneros, en abril de 1973, cuando, junto a su colega y amigo Verbitsky y otros militantes, llegaron desde las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) como un grupo que ya se había especializado en tareas de Inteligencia e Información.
Estaban bien adiestrados en las escuchas de la red radioeléctrica de la Policía Federal, que descubrieron de casualidad, mientras miraban uno de los almuerzos de Mirtha Legrand por televisión y apareció una voz masculina: “Comando llama, 222, comando llama”, según recordó Verbitsky.
Hacía tiempo que Walsh estaba obsesionado con la policía, en especial las de la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires. Ya en 1958, después de investigar el asesinato que derivó en otro de los libros que lo hicieron famoso, Caso Satanowsky, comenzó a organizar una serie de archivos policiales que fueron creciendo con el paso del tiempo y, que, según su biógrafo irlandés Michael McCaughan, le proporcionaron “una base de datos única sobre las relaciones que había dentro de las fuerzas, métodos de entrenamiento, ascensos, políticas y corrillos internos”. Y sobre los vicios más denunciados: la corrupción y los abusos, en especial el uso de la picana eléctrica en los interrogatorios a presos.
También McCaughan destacó el momento en que Walsh y su grupo descubrieron por casualidad, mientras todavía militaban en las Fuerzas Armadas Peronistas, que podían acceder a las frecuencias de radio que usaba la Policía Federal. “Así se inició una era decisiva en su militancia política”, sostuvo el biógrafo ya que ese hallazgo empalmó a la perfección con su permanente interés por las actividades de la policía.
Solo que, a diferencia de Verbitsky, McCaughan ubicó el descubrimiento casual en una noche en la que Walsh miraba una serie en el departamento de la calle Tucumán, en el microcentro porteño, que alquilaba con su pareja y compañera de sus últimos años, Lilia Ferreyra. El viejo televisor de segunda mano tenía una muy mala conexión con la antena y no funcionaba bien hasta que se rompió del todo y apareció una voz desconocida: estaban captando las frecuencias de radio de la policía. “Ése fue el fin de El Planeta de los Simios y Superagente 86″, recordó Ferreyra. Walsh empezó a aplicar sus habilidades para descifrar códigos y le pidió a un pequeño grupo de amigos que lo ayudara a registrar todas las actividades policiales a través de guardias que cubrieran las veinticuatro horas del día.
La vivienda de Tucumán 456 se convirtió en la base de las escuchas. “Rodolfo consiguió radios viejas. El departamento se llenó de aparatos y cables. En verano era insoportable, todo cerrado. Me iba a la calle para tomar aire”, le contó Lilia Ferreyra a la periodista Gabriela Esquivada en el libro Noticias de los Montoneros.
La escritora y periodista Tununa Mercado aceptó cubrir el turno de la noche; trabajaba en el diario La Opinión, muy cerca del departamento de Walsh y Ferreyra, y a esa hora sus dos hijos ya estaban dormidos. “Tenías una pequeña radiografía de lo que era el aparato de seguridad del Estado. Lo disfrutaba muchísimo. Era una forma pequeña, pero significativa, de joder al sistema, un pequeño eslabón en una historia más grande”, le dijo Mercado a McCaughan, quien detalló que “los demás integrantes del equipo eran Verbitsky y Mónica, su segunda mujer; Pirí Lugones y su pareja, Carlos, y Milton Roberts, militante de las FAP”.
Tununa Mercado elogió el carisma de Walsh: “Lo llamábamos Capitán; era un líder nato. A Rodolfo le daba inmenso placer hacer algo en contra del enemigo. Era una acción positiva, estimulante”. Pero, cuando él se acercó a Montoneros, ella se desvinculó porque “vislumbró un futuro negro”, y en 1974 partió al exilio a México, con su marido, el escritor y crítico literario Noé Jitrik.
Cuando Pepe Salgado se incorporó como colaborador directo de Walsh, en 1974, el jefe o responsable del servicio de Inteligencia e Informaciones de Montoneros era Horacio Campliglia, Petrus o Ignacio, un visitador médico que había llegado a Montoneros el año anterior, con la fusión con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
Campiglia estaba en contacto directo con la cúpula montonera y tenía una mirada estratégica sobre el aparato de Inteligencia, pero era Walsh quien lideraba las tareas cotidianas con un estilo de conducción participativo, ayudado por una rara mezcla de destreza específica, prestigio social y humildad en el trato.
El periodista Jorge Lewinger, Josecito, fue también jefe o responsable de Walsh y no supo quién era Esteban o Neurus -en alusión al profesor de la tira de Hijitus por su aspecto a veces enajenado- hasta que “un día, leyendo un libro de él, vi su foto en la solapa. Nunca había tenido una palabra o un gesto de superioridad, ni de ostentación de conocimientos que lo delataran. Me sorprendía su capacidad de síntesis. En sus informes nunca había una palabra de más”.
“Walsh nunca fue el jefe de Inteligencia, pero era ‘el’ tipo de Inteligencia”, coincidió Lewinger, que, como Petrus Campiglia, provenía de las FAR, más marxistas, desconfiados de Perón y el peronismo. “Era ‘el’ hombre de Inteligencia; no era el jefe, el responsable del área, sino el operativo principal: no solo delegaba tareas, sino que iba él mismo a muchísimas reuniones para recoger información de primera mano porque tenía muchísimos contactos, de los más variados, en todos los ámbitos”, describió un ex guerrillero que colaboró con Walsh. “No podía ser el jefe porque había ingresado hacía poco tiempo en Montoneros y todavía tenía un grado bajo. Además, porque necesitaba tiempo para hacer todo lo que hacía”, agregó.
Hay que tener en cuenta que Walsh era una persona muy conocida, con una trayectoria política que había ido de la derecha nacionalista a la izquierda revolucionaria, pasando por distintas organizaciones, y del antiperonismo al peronismo. En todo ese tiempo, había construido una amplia red de informantes, cuya identidad mantenía en un riguroso secreto; compartimentada o tabicada.
Se movía en los círculos más diversos, desde la Iglesia Católica, los militares, la policía, la política y el sindicalismo a los diplomáticos, periodistas, escritores, actores y artistas plásticos. Eran contactos de alto nivel. En la Policía Federal, por ejemplo, el comisario general Ricardo Vittani, uno de sus viejos amigos, fue el subjefe durante el retorno del peronismo al poder hasta el 28 de enero de 1974, cuando el presidente Juan Perón lo sustituyó por el comisario Villar.
Por ejemplo, una de sus fuentes era, seguramente sin saberlo, el brillante actor y director Emilio Alfaro, quien le dio información de primera mano sobre la reacción inmediata de los altos mandos de la Policía Federal luego de la masacre en el comedor, como explico en el libro.
Es decir que Walsh no solo estuvo detrás de la bomba vietnamita que colocó uno de sus principales recursos del aparato de Inteligencia montonera, sino que también informó en exclusiva en la agencia ANCLA la vendetta que un grupo de comisarios quiso llevar a cabo ya en la noche del atentado.
Su trabajo en Montoneros fue tan prolífico que parecen haber habido varios Walsh. Pero, era uno solo; una persona con un talento fuera de lo común para las múltiples tareas de inteligencia y contrainteligencia que desarrollaba al frente de una compleja red de espionaje.
* El autor es periodista y escritor. Su último trabajo fue Masacre en el comedor. Publicado en infobae.com