Esta circunstancia marcó el fin de la “Guerra fría” y permitió al entonces presidente de los Estados Unidos de América (George Bush) hablar del “New World Order” (Nuevo Orden Mundial) en el que su país se entronizaba como una única superpotencia y los conflictos se resolverían a través del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sin que país alguno ejerciera el derecho de veto para bloquear las resoluciones adoptadas por ese organismo.
Ese Nuevo Orden Mundial se estrenó cuando la Irak de Sadam Hussein invadió a Kuwait y el Consejo de Seguridad dispuso una operación de “Peace Enforcing” (forzamiento de la paz) que fue ejecutada por una gran alianza multilateral coordinada por los Estados Unidos en la que participaron países tan distantes como la República Argentina, quien destinó dos grupos de dos unidades navales a esa operación.
Sin embargo, una generación de estrategas y analistas militares, en EUA y Rusia, formados en la fragua de la guerra fría, siempre creyeron que tarde o temprano los viejos adversarios volvería a enfrentarse tan pronto los rusos recobraran sus fuerzas y rearmaran sus ejércitos.
Esa profecía no era compartida por todos, al menos en EUA. En los años 1992 y 1993 mi carrera naval me llevó a desempeñarme en el Centro de Estrategia y Campaña de la Escuela de Guerra Naval de la armada de los Estados Unidos (United States Naval War College).
Había entre mis colegas americanos de entonces dos preocupaciones dominantes. Una era que Rusia se disgregara y terminara en un descontrol de tal magnitud que sus armas nucleares cayeran en poder de grupos paramilitares o terroristas con consecuencias impredecibles. La otra era que los EUA se relajaran ante la pérdida de poder ruso y se desguarnecieran quedando a merced de un resurgimiento de la Unión Soviética.
Esta discusión se saldó con el análisis de la revolución de agosto de1991 en la Unión Soviética que fue abortada por la decidida acción de Boris Yeltsin.
Los analistas americanos concluyeron que, si la revolución hubiera triunfado, Rusia hubiera vuelto a constituirse en una amenaza ya que su capacidad nuclear estaba intacta. La definición de “amenaza” quedó establecida como la existencia de un actor con capacidad militar para dañar los intereses vitales de los EUA y una intención hostil. Pero mientras que el tiempo para modificar una actitud amistosa o neutral y transformarla en hostil podía ser muy breve, incluso de semanas y aun días, el tiempo para desarrollar una capacidad militar requería un promedio no menor a cinco años. Por ello se decidió que mientras Rusia o cualquier otro actor en la escena internacional poseyera capacidad nuclear, los EUA mantendrían la suya.
Eran tiempos en que la Argentina a través de la voluntad de la dupla Menem – Di Tella pugnaba por ser admitida en la OTAN y mis colegas americanos me decían socarronamente que con la presente realidad, más que nuevos amigos necesitaban nuevos enemigos, para justificar y mantener sus presupuestos.
A medida que Rusia fue recuperando sus capacidades y consolidando su economía, a partir de que Vladimir Putin alcanzara el poder en 1999, la desconfianza en las potencias occidentales integrantes de la OTAN fue aumentando. Asimismo, los países integrantes de la ex Unión Soviética comenzaron a sentir un fundado temor a la hostilidad de su poderoso vecino y pugnaron por ser admitidos en la Unión Europea por razones económicas y en la OTAN por razones de seguridad.
En el otro extremo, del lado ruso, ese crecimiento de la OTAN, que se acercaba inexorablemente a sus fronteras occidentales, fue visto como una grave amenaza a su seguridad ya que, en su entender, la desaparición del Pacto de Varsovia, que agrupaba a los países bajo la órbita de la ex Unión Soviética, debería haber llevado a la disolución de la OTAN o al menos a inhibir su crecimiento.
Las profecías formuladas en ambos bandos, de que un nuevo enfrentamiento era inexorable fueron aumentando y cada nuevo acontecimiento las reforzaba. Los rusos se sintieron agredidos por la “revolución naranja” del año 2004 que llevó al poder a un presidente pro occidental en Ucrania. EUA y Europa contemplaron con preocupación las acciones militares rusas en Georgia en el 2008, la anexión de Crimea en el 2014 y la eficaz participación de Rusia en el conflicto sirio del 2015.
Lo cierto fue que la OTAN siguió su expansión hacia el Este hasta llegar a lo que Rusia consideró el punto de inflexión que fue la posibilidad de la incorporación de Ucrania, adonde ya había un conflicto abierto entre el gobierno central y las dos repúblicas separatistas pro rusas en el este del país.
Vistos todos los antecedentes, los movimientos militares rusos en las fronteras ucranianas, señalados por el presidente Vladimir Vladimirovich Putin como meros ejercicios, fueron percibidos inicialmente como típicas jugadas de crisis, para realizar negociaciones ventajosas,
La invasión generalizada y masiva de Rusia que comenzó el 24 de febrero rompió con el orden internacional imperante y terminó con toda posibilidad de una negociación pacífica. Las profecías se habían autocumplido y la palabra guerra volvió a aparecer de la forma más súbita e impensada.
El Presidente Ucraniano Volodímir Oleksándrovich Zelenski enfrentó tres opciones cruciales. Rendirse y evitar la guerra al costo de la libertad de Ucrania, escaparse y formar un gobierno en el exilio abandonando a sus compatriotas o plantarse y enfrentar a una fuerza militar superior con todas las consecuencias que ello implica en términos de pérdida de vidas y bienes. Eligió la tercera, para gloria de su nombre y de su país y allí comenzó la guerra de verdad.
En este punto terminan los análisis previos y comienzan las reflexiones geopolíticas y militares.
El militar prusiano Karl Von Clausewwitz describía a la “niebla de la guerra” como la consecuencia de factores de incertidumbre propios de las acciones bélicas que generan que los planes nunca se cumplan exactamente como fueron concebidos en los Estados Mayores. Ello explica que Putin haya sorprendido a Occidente lanzando una invasión general a Ucrania y que Zelenski haya sorprendido a los rusos decidiendo enfrentarlos en vez de rendirse o huir. Ahora los rusos sufren los problemas logísticos de ocupar un territorio tan extenso como dos veces la provincia de Buenos Aires y una población similar a la de toda la Argentina. En tanto los ucranianos ven impotentes como se destruye su infraestructura y deben abandonar sus hogares. Una tragedia evitable, generada por errores de cálculo de los líderes del Este y el Oeste.
La lucha aún no está definida y probablemente la fase armada del conflicto se prolongue, pero ya tenemos elementos como para hacer algunas reflexiones y conclusiones de interés.
1. El orden internacional ha sido alterado en forma definitiva. Cuando el presidente de EUA, Joseph Robinette Biden, manifestó que una invasión rusa a Ucrania era inminente y fue desmentido por su par ruso, quedó claro que uno de los dos mentía. La invasión se produjo y Putin, no solo violó groseramente el orden internacional, también demostró que había intentado engañar al mundo y perdió toda confianza y credibilidad.
Cierre como cierre el conflicto, la desconfianza y el armamentismo serán la nueva norma dominante en las relaciones internacionales.
2. El virus de la desconfianza también alcanzará a China. Aunque los chinos son tradicionalmente más astutos y pacientes que sus pares rusos la sospecha latente en los halcones de la OTAN de que tratarán de imponer por la fuerza sus objetivos políticos, cuando tengan el poder suficiente, ahora se ve reforzada y robustecida.
3. Desatada la guerra, Occidente apoyó a Ucrania con medios militares y suministros e impuso durísimas sanciones económicas a Rusia, pero en el terreno, poniendo el pecho y sufriendo las bajas, solo quedaron los ucranianos, con sus Fuerzas Armadas, sus reservistas y sus voluntarios civiles. Esta es una lección muy importante para todos los países que piensan que pueden confiar su defensa a terceros y renunciar a sus propias fuerzas defensivas y disuasorias. Sabido es que la OTAN no puede empeñarse bélicamente para defender a países no miembros de la alianza y que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no puede resolver acciones contra países que tienen derecho de veto como Rusia, pero el resultado final es que Ucrania quedó sola y dependiendo de sus propias fuerzas.
4. Considero necesario hacer una mención a los sucesivos gobiernos argentinos que desde hace décadas vienen golpeando a su aparato de defensa desarticulando los organismos de producción para la defensa, asignando presupuestos por debajo de los promedios de la región y debilitando a sus Fuerzas Armadas material y moralmente. La lección de Ucrania debería servir para cambiar urgente y dramáticamente esa actitud. Para los que no visualizan riesgos que justifiquen ese cambio de actitud, les recuerdo aquello de que las intenciones cambian en semanas y aún en días, mientras que las capacidades tardan años en adquirirse o recuperarse...
5. Finalmente, una última reflexión dirigida a los estrategas de escritorio que afirmaban que las guerras convencionales pertenecían al pasado y que, en todo caso, las guerras contemporáneas se desarrollarían únicamente con ataques a los sistemas de C3I2 (Comando, Control, Comunicaciones, Inteligencia e Informática) efectuados a distancia y empeñando sólo medios sofisticados y tecnológicos. En Ucrania, estamos viendo una guerra convencional con tropas en el terreno, tanques, helicópteros y aviones, demostrando una vez más que desde lejos solo se puede hacer daño pero que la ocupación de una nación y los objetivos políticos de tener el control y el acceso a su territorio y sus bienes, solo se alcanzan poniendo las botas sobre el terreno.
El mundo ha cambiado, más rápido aún que con el ataque del virus chino y siempre de una forma inesperada y sorprendente. Preparémonos para las nuevas realidades antes de que éstas nos desborden por exceso de confianza e imprevisión.
JUAN CARLOS NEVES
Master en Relaciones Internacionales
Contralmirante Retirado, Veterano de Guerra de Malvinas
Presidente de Nueva Unión Ciudadana