República Argentina: 1:37:20pm

 

Trajeron a Buenos Aires a Luiz Inácio Lula da Silva, también sospechado de corrupción pero en niveles sideralmente menores a los de nuestra multimillonaria emperatriz hotelera; en cambio, José Pepe Mujica, también de visita, brilla por su honestidad. Pronto veremos si ese acto, pensado como un misil contra el MemePresidente, funcionó como tal y si la más reciente afirmación de éste –“ella y yo pensamos lo mismo, pero yo decido”- no es sólo una mentira más; seguramente, la CGT, los gobernadores y los “barones”, todos ausentes, también están esperando que se aclare.

 

Cristina Fernández, brillante y audaz cuando libra la batalla cultural y maestra en edificar falsos castillos en la maleable arena de la historia argentina, usa todas las tribuna para su lucha personal, hasta ahora perdidosa, contra la Justicia y recurre, desnaturalizándola, a la teoría del lawfare; olvida que las causas en las que su suerte penal está más comprometida se iniciaron durante su propia presidencia y que sólo la innoble protección que le brindó el Senado desde 2015 evitó que fuera presa; ¿será cierto que, ante la probabilidad cierta de una nueva derrota, se postularía para volver a esa Cámara en 2023 y así conservar fueros?

 

La nota de la semana, que mostró la angustia que sufre la familia de la PresidenteVice ante el avance de esos procesos –el sobreseimiento que dictó el Tribunal Oral Federal N° 5 no subsistirá porque, seguramente, será revocado por Casación- la dio el inefable Ministro de Justicia, Martín Soria, al visitar a la Corte Suprema. Su delirante tentativa de “apretar” al máximo Tribunal para aliviar la situación procesal de su jefa fue, como era de esperar, un estrepitoso fracaso y lo probó él mismo al salir del Palacio de Justicia y tuitear enloquecidamente contra sus miembros.

 

Las veletas han comenzado a girar, suave pero firmemente. El Juez Ariel Lijo, en la denuncia penal formulada por José D’Angelo a raíz del descubrimiento de los numerosos fraudes que expuso en su reciente libro “La estafa con los desaparecidos”, ha exigido al Ministerio de Economía y a la Secretaría de Derechos Humanos informes sobre todos las indemnizaciones pagadas por el Estado a las víctimas o a los deudos, reales o ficticios, de las fuerzas legales, con las listas de los beneficiados. Estamos hablando de miles de millones de dólares robados; por supuesto, el Gobierno se resiste a entregar esos datos, otra fuente de la gigantesca corrupción.

 

En los próximos días tendremos algunos indicios más de los nuevos vientos que soplan en la Justicia. Por un lado, la Corte parece pronta a decidir, después de seis años, si la modificación que impuso Cristina Fernández a su paso anterior por el Senado en la composición del Consejo de la Magistratura es inconstitucional o no. Y, por otro, la Cámara de Casación deberá elegir a su Presidente; como la longitud de esta nota no me permite explayarme, sólo diré que, si el Juez Daniel Petrone no es elegido para ocupar ese cargo, la noble viuda del pingüino guerrero llorará amargamente.

 

Así como el delirio se ha transformado en un mal endémico del kirchnerismo gobernante, que se autopercibe vencedor después de una paliza histórica y que todos los días lucha en su propia cumbre por un pedacito individual de futuro, el radicalismo no le va en zaga. La penosa imagen que proyectó sobre una ciudadanía agobiada por la inseguridad, la inflación, la pobreza, la falta de futuro, la pérdida de empresas y trabajos y la muerte de 117.000 de los suyos por la impericia, la ideologización y la corrupción, demuestra que la estupidez también cunde en la oposición.

 

La frase de Andrés Malamud (“los radicales olfatean el poder y huyen en sentido contrario”), que reprodujo Carlos Pagni, remite a la descarnada pelea por las candidaturas para 2023 que el más que centenario partido, por instigación del nefasto Enrique Coti Nosiglia, ya está librando a la vista de la sociedad; parece no haber notado que faltan dos años en un país donde el largo plazo es la semana siguiente y, peor aún, ha ignorado el mandato que recibió hace un mes en las urnas: ponerse a trabajar para evitar la destrucción final de la Argentina. El Pro también lo hace pero, al menos, no exhibe impúdicamente sus diferencias en público.

 

Quiero cerrar esta columna rindiendo un emocionado homenaje a una de las mejores y más nobles personas que he conocido y que acaba de renunciar a su banca senatorial por la cruel enfermedad que sufre. A él merece aplicarse un viejo proverbio judío: “No es más grande quien más espacio ocupa cuando está, sino el que más vacío deja cuando se va”. ¡Hasta siempre, querido Esteban Bullrich, y que Jesús, ya pronto a renacer, los bendiga a a ti, a tu mujer y a los chicos!

 

Bs.As., 11 Dic 21

 

Enrique Guillermo Avogadro

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