República Argentina: 1:50:18pm

 

En su dura carta, Bullrich dijo que, de ser necesario, se habilite la intervención de las Fuerzas Armadas. 

 

Y ahí me calenté una vez más. Quienes me leen, habrán notado que desde hace rato vengo escribiendo, como Mario Sánchez, sobre los pajaritos y las florecillas, y trato de no morder la banquina con la bronca que, a diario, me ocasiona el desmanejo político de mi querido país. Pero lo de Bullrich ayer, no lo puedo dejar pasar. 

 

Las Fuerzas Armadas son (o deberían ser), la principal herramienta del Estado para ser utilizadas en defensa de su territorio y de sus habitantes, para lo cual tienen el monopolio del uso de la fuerza. 

 

Hasta acá, todo bonito, suponiendo que 100 tanques con 50 años de antigüedad, 5 aviones Beechcraft y tres lanchas patrulleras constituyan esa fuerza contundente con la que cuenta nuestro país para su defensa. 

 

Les pido disculpas a los señores generales, oficiales y suboficiales en actividad que, seguramente se enojarán conmigo por mis dichos, pero estoy absolutamente convencido de lo que estoy diciendo. Nuestras Fuerzas Armadas, por las venas de cuyos hombres y mujeres, gracias a Dios, todavía corre algo de la sangre de nuestras viejas glorias militares, son una parodia que ni siquiera se sabe para qué están. Pues sin una misión clara y sin hipótesis de conflicto que direccionen su organización, su capacitación, su equipamiento y su distribución territorial, son un conjunto de fierros viejos, que sólo nos recuerdan su existencia cuando se cae un avión prehistórico o cuando sucede una tragedia como la del San Juan. Y entonces nos desgarramos las vestiduras y salimos a buscar responsables. Mientras tanto, orgullosamente reparten guiso en lugares carenciados y asisten en las catástrofes naturales. ¿Para eso tienen el monopolio del uso de la fuerza del Estado Nacional? 

 

Hipócritas miserables. Las Fuerzas Armadas, el sistema inmunológico con el que debería contar nuestro país para su defensa, está destruido por prejuicios ideológicos. Lo único que, en materia de defensa nacional le importa a la runfla de politiqueros de cuarta que desde hace años conducen los destinos de nuestra Patria, sin distinciones de banderías políticas, radica en que no se produzca nunca más un golpe de Estado que los deje sin sus curros, y todo lo que se ha venido haciendo desde hace 40 años en materia de defensa, apunta solamente en esa dirección. Para lo cual no vacilamos en humillarlas, atacarlas y perseguirlas todo lo posible, para asegurarnos de que nunca más se vuelva a escuchar la voz de un militar. Que digo escuchar la voz. Ni siquiera conocer el nombre. ¿Cuántos conocen el nombre de los responsables de nuestra Defensa Nacional? ¡Vade retro! Los políticos pueden hacer mucho más daño sin su ayuda, y vaya si lo hacen. 

 

Las Fuerzas Armadas han sido perseguidas, juzgadas y condenadas por haber cumplido con un decreto presidencial dictado por una presidente democrática, en cumplimiento de sus atribuciones legales. Actuaron enmarcadas en una organización jerárquica que dependía del Estado Nacional, y sin embargo, el mismo Estado Nacional, las llevó al banquillo de los acusados, les destruyó sus pilares legales, anuló las leyes que el mismo Congreso había promulgado, juzgó supuestos delitos con leyes posteriores a los presuntos hechos que se juzgaban, aplicadas con retroactividad, declaró imprescriptibles esos supuestos delitos, y para culminar su oba macabra, transformó a los terroristas, delincuentes y asesinos que desataron la peor ola de violencia de que se tenga memoria en el siglo XX, en poco menos que héroes nacionales, a los que encima, enriquecimos con plataque pagamos todos los argentinos. 

 

Estimada Patricia Bullrich (ex miembro de la más rancia oligarquía ganadera, ex peronista, ex montonera, ex frepasista, ex radical, ex coalición cívica, y actual presidente del PRO), yo la banco, porque a pesar de sus antecedentes reconozco en usted los atributos y el valor de los que carece nuestra clase dirigente pero, con todo respeto, no me joda. 

 

Las Fuerzas Armadas están maniatadas y destruidas. Mi generación se pudre en la cárcel. Y no las destruyeron sus enemigos, sus ex cumpas Montoneros. Las destruyeron sus amigos de siempre. Los mismos cretinos, empresarios, políticos, periodistas, religiosos, sindicalistas, docentes, estudiantes y hasta amas de casa, que durante décadas se rompieron los nudillos golpeando las puertas de los cuarteles para pedir que los militares les sacáramos las papas del fuego y que no volviera el peronismo. 

 

¡Manga de cretinos, crápulas e hipócritas! ¡Háganse cargo! Empezando por los imbéciles de su propio partido que andan tirando flores en el parque de la Memoria, que se abrazan con Carlotto, que mantienen pintados los pañuelos blancos en las plazas, que le ponen el nombre de Walsh a una estación de subte y que sostienen que los desaparecidos son 30.000, aunque no pueden juntar 7.000 nombres, sin repetir y sin soplar. Y eso es lo mejor, estos son los amigos, porque los otros son peores, ¡son los enemigos contra los que luchamos! ¡País de idiotas! 

 

El organismo de la República Argentina padece una enfermedad autoinmune que él mismo eligió tener. Sufre de una condición patológica por la cual el propio organismo se encargó de destruir, no sólo al propio sistema inmunitario, sino también a sus órganos y tejidos sanos. Empezando por la Justicia y la Educación. Estamos a merced de cualquier enemigo, interno o externo, y ambas cosas, nos sobran. También por mérito propio de esta sociedad enferma. 

 

 

La Argentina, con todos nosotros adentro, merece disolverse como un Alka Seltzer en un vaso de agua. Y todos somos responsables. Nuestra generación, con suerte, no vivirá lo suficiente como para verlo. Y Dios sabe que si hay algo que hoy me sobran son ganas de vivir. Nuestros hijos y nietos, mientras tanto, que vayan preparando las valijas y se busquen un nuevo horizonte, o que se empiecen a hacer cargo con seriedad y responsabilidad. 

 

Tato Bores era un visionario. Su ciclo de 1999 se llamó “Argentinien von Tato” (La Argentina de Tato), en la que él personificaba a un antropólogo alemán, Helmut von Strasse, fundador de la primera escuela de “Argentinología”, que en el año 2499 trataba de desentrañar el misterio de la desaparición de la Argentina, un ignoto país de gran potencial, inexplicablemente desaparecido de la faz de la Tierra. Bueno, no habrá que esperar 4 siglos para que algún Helmut von Strasse venga a investigar seriamente nuestra autodestrucción. 

 

Por último, Patricia Bullrich, usted no es tonta y sabe perfectamente que para que las Fuerzas Armadas actúen en temas de “Seguridad Interior”, haría falta una ley. Y en este país en el que la seguridad jurídica no existe, en que las leyes se anulan con retroactividad y descartan como si se tratara de papel higiénico usado, y en el que la Justicia se aplica según la cara del cliente, lo que usted propone es absolutamente inviable. 

 

Argentinos. Nos llegó el momento. Ahora ajo y agua. Estamos recogiendo lo que con tanto esmero sembramos, y lo que, sin ninguna duda, nos merecemos. Todo esto me hace acordar a mi mamá, cuando me pasaba algo malo, y ella encima me decía “Yo te lo advertí” 

 

¿Y saben qué?, en el fondo me alegra, porque nos merecemos lo que nos está pasando. Me voy a disolver junto con todos, pero voy a disfrutar mientras pueda ver cómo tantos imbéciles se disuelven a mi lado. 

 

 

 

JORGE TISI BAÑA. 

 

 

 

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