República Argentina: 8:47:41am

Cuando el avión número 11 de American Airlines se estrelló contra la primera torre, Héctor Horacio Prechi estaba en la base militar de Fort Drum, en el Estado de New York. Minutos después el vuelo 175 de United Airlines embistió contra la segunda torre gemela. Era el 11 de septiembre del 2001, casi exactamente hace veinte años.

Héctor Horacio Prechi era en ese entonces mayor del ejército argentino, pero estaba cursando un intercambio con el ejército norteamericano, por el cual iba a pasar dos años formándose en Estados Unidos. “El cimbronazo fue terrible. Nosotros nos levantábamos muy temprano para hacer actividad física. Volvimos, me pegué un baño, desayuné, volví al cuartel donde estábamos trabajando y ya estaban ocurriendo estos hechos. Inmediatamente pidieron un televisor para enchufarlo ahí en la sala de reuniones para ir siguiendo los hechos. Mis compañeros estadounidenses se estaban dando cuenta ahí mismo de que empezaba algo que no se sabía cuándo iba a terminar”, recuerda.

Lo que siguió en su vida es de película. Pocos meses después de esos hechos su jefe en la base norteamericana le preguntó si quería presentarse como voluntario a una misión en Asia Central. No le dio especificaciones, pero Prechi sabía de lo que se trataba. El intercambio suponía que durante el tiempo que estuviera ahí, debía ser tratado como uno más, y así lo hicieron. Con una salvedad: para convocarlo para una misión de combate, debían pedir expreso permiso al gobierno argentino.

El presidente por estos lares era Fernando De la Rua. Era él, en tanto comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, quien debía autorizar el despliegue. Prechi no dudó, dijo que quería ir, habló con las pocas personas autorizadas a saber, y se puso en marcha un decreto sumario del que nunca se supo nada, hasta hoy. Corrían fines del año 2001, De la Rúa estaba a poco de renunciar a su gobierno pero hizo a tiempo de firmar un decreto sumamente secreto en el que autorizaba a Prechi a participar de la operación. La lógica indicaba que era bueno tener ojos en una de las misiones por entonces más calientes del planeta.

Con su orden firmada, el entonces Mayor Prechi se presentó frente a sus superiores. No pudo decir nada a su familia ni a sus amigos o colegas. Vivía con su mujer y sus hijos, a quienes simplemente les dijo que “debía desplegar”. ¿A dónde? Un misterio. ¿Por qué? Indecible. Pero todos sospechaban. “Empecé a armar mi equipo, porque tenía menos de 48hs. Hablamos muchas cosas, pero sobre todo lo que tenía que ver con el manejo de la casa, del traspaso de ciertas tareas que hace uno con el otro, y nada más, no le pude decir mucho, ni siquiera durante todo el despliegue. Pero después, cuando salió en las noticias que el comando de la décima -el mío- estaba en determinada operación, todo el mundo supuso donde estaba”, cuenta.

 

En las pocas comunicaciones que tuvo, no podía ni hablar del clima del lugar en el que estaba para que nadie interceptara la conversación y pudiera atar cabos. Pero ya a veinte años de aquella misión, y después de una carrera en la que llegó a ser General de División del Ejército Argentino y Subjefe del Estado Mayor Conjunto, Héctor Prechi puede contarlo todo en detalle. Esta es la historia del único argentino que participó junto al ejército estadounidense de la invasión de Afganistán en el 2001, la historia del militar argentino que durante meses combatió a los talibanes.

 

-¿Cómo llegó la propuesta para sumarse a esta misión?

 

-Allá por el mes de noviembre del 2001 se me acercó el que era mi jefe en ese momento, que era el oficial de operaciones, un Teniente Coronel, y me dijo con total reserva que el comando de la división (un grupo muy chiquito de 150 hombres de la décima división), estaba por desplegar a un lugar de Asia Central para realizar una misión de combate. Me pregunta si yo sería voluntario para esa misión, porque si no lo era, obviamente no iba a mencionar mi nombre. Le dije que sí, casi sin pensarlo. Me pareció que era una oportunidad y una puerta que se abría para un oficial argentino, y que no se podía desperdiciarlo, entonces decidí ir.

 

-¿Lo autorizó el mismo presidente de Argentina? ¿De la Rúa?

 

-Sí. No sé cómo se gestionó, pero sé que a principios de diciembre esa autorización llegó. Yo nunca lo ví, pero sé que un oficial vio el decreto secreto firmado por el presidente De la Rúa. Y finalmente, a mediados de diciembre del 2001, desplegué y me reuní con mis compañeros de división, que estaban en Uzbekistán, en una vieja base aérea soviética que el Estado de Uzbekistán le había cedido para las operaciones a Estados Unidos.

 

-¿Por qué era todo tan secreto?

-Tiene que ver con que Estados Unidos es un país muy cuidadoso respecto a la transmisión de información, porque sabiendo a qué elemento pertenece una persona conseguís una serie de datos que terminan de demostrarle al enemigo qué fuerza vos estás teniendo en el terreno. Entonces, a través del ocultamiento de dónde está cada individuo, estás logrando que el enemigo no conozca a qué unidad está enfrentándose. Por lo tanto, si no sabés en qué unidad está, tampoco sabés qué armamento, qué fuerza, qué características se te oponen. Eso es un poco lo que se intentó lograr.

-¿Cuáles eran sus funciones en la misión?

-Yo estaba en un Estado Mayor cumpliendo la misma función que cumpliría un Mayor de los Estados Unidos, porque Estados Unidos tiene un comportamiento de absoluta igualdad con la gente que hace intercambios. Si a vos te colocan en un intercambio, ellos consideran que vos estás preparado para suplir a cualquier oficial de ellos en esa situación. Y nunca hicieron ningún tipo de consideración diferente respecto de mí, sino que me asignaron un puesto. En realidad, eran varios puestos, porque el comando era chiquitito, era de 150, y normalmente es de 300. Y tuve que llevar adelante varios puestos en esa misión, me hicieron llevar adelante muchas misiones para las que ellos consideraron que yo era apto.

 

-¿Cómo fue la llegada a Afganistán?

 

-Nosotros subimos a un avión, un Galaxy C-5, que es el avión grande de transporte que tiene Estados Unidos. Subimos en la misma base Fort Drum, junto con otros soldados que estaban desplegando. Ese avión hizo una escala en una base norteamericana en Turquía, de ahí nos trasladamos a un avión C-47 e hicimos un intento de llegar a Uzbekistán, pero por clima no se pudo, así que volvimos… Hicimos una escala previa en Qatar y después sí llegamos a Uzbekistán. Era una madrugada muy fría. Inmediatamente nos recibió nuestra gente, bajamos con todos nuestros bolsones, nuestras mochilas, fuimos a unas carpas que estaban ahí en la base. En mi caso tuve una cálida recepción porque había muchos de mis compañeros del comando, que ya estaban ahí hacía dos semanas y ya tenían reservado mi catre, mi lugar, donde yo me iba a alojar.

 

-¿Estuvieron ahí mucho tiempo?

 

-Estuvimos ahí en una primera fase. En la primera fase de la operación que se hizo en Afganistán (y que después se hicieron varias películas), las Fuerzas Especiales estadounidenses se infiltraban y trabajaban con algunos enemigos del talibán, que eran parte de la alianza del norte, fundamentalmente ayudándolos en la parte táctica y dirigiendo los ataques aéreos. Esto avanzó bien y el talibán y sus aliados de Al Qaeda terminaron siendo derrotados militarmente, y así empezaron a caer las ciudades en manos de estos efectivos de la alianza del norte.

 

-Mencionó que usted era parte del Estado Mayor. ¿Es la base de operaciones que aconseja al comandante de la misión?

-Así es. El comandante de la operación es el que toma las decisiones, y tiene su Estado Mayor que lo asesora y lo ayuda a tomar las decisiones.

 

-¿En qué departamento del Estado Mayor estaba usted?

-Yo era Oficial de Operaciones en Desarrollo. En la parte de operaciones hay tres células: la célula de planes y la célula de operaciones. La otra es de educación, pero no va a la guerra. Y la célula de operaciones es la que monitorea el presente. Cuando vos planificas, emitís un plan que después, cuando se ejecuta, se transforma en una orden. Esa orden tiene una serie de cosas escritas, pero también tiene un espíritu. Hay un montón de decisiones que se tomaron, que están escritas ahí, que tuvieron una idea, se tomaron porque tenían una idea. Entonces el Oficial de Operaciones que está ahí ve todas las ideas y todo el plan que se desarrolló. Y cuando se está monitoreando las Operaciones en Desarrollo, que era mi puesto, se está en condiciones muy profundas de modificar las cosas que deban modificarse. Ese era mi puesto.

 

Cuando querían salir a hacer ejercicio, estaban obligados a hacerlo con el equipamiento de combate, por si acaso. Aquí, Prechi junto a un campo de minas

Cuando querían salir a hacer ejercicio, estaban obligados a hacerlo con el equipamiento de combate, por si acaso. Aquí, Prechi junto a un campo de minas

-¿Cómo era el trabajo del día a día?

 

-Hacía turnos de 13 horas todos los días, y en mi puesto se sentaba otro Mayor, de Estados Unidos, que hacía sus 12 horas, y después teníamos una hora en común los dos, en la cual nos intercambiábamos toda la información para estar en condiciones de llevar adelante el monitoreo de las operaciones que estaban en desarrollo. Era un puesto muy importante para las misiones.

 

-¿Cómo fue el ingreso a Afganistán?

 

-El ingreso a Afganistán fue bastante diferente al ingreso a Uzbekistán, porque cuando estuvimos en Uzbekistán nosotros siempre circulamos por un espacio aéreo en el cual no había ninguna amenaza. Cuando hicimos el vuelo de ingreso a la base de Bagram, en Afganistán, que había sido ocupada muy recientemente por tropas de Estados Unidos, y que estaban reparando la pista de aterrizaje porque estaba dañada de tantas guerras que había tenido Afganistán, el ingreso se hizo en un Hércules C-130, un avión que para nosotros es muy conocido. Yo que soy paracaidista, salté muchas veces de él. El avión volaba con cortinas, con luces rojas en su interior, y los pilotos volaban con visores nocturnos. El ingreso se hacía de noche para que el Hércules no fuera vulnerable. El Hércules vuela muy pegado al suelo, porque al estar muy pegado al suelo evita la reacción de las armas antiaéreas del enemigo. Es decir, está dentro del alcance pero no les da tiempo de reaccionar. Y cuando movíamos las cortinitas para mirar un poco por el costado, veíamos todos los tiros de las municiones trazadoras antiaéreas que nos disparaban constantemente.

 

-¿Cómo era el clima humano en esos vuelos?

-La gente va seria, absolutamente seria. Yo me imaginaba la misma analogía de la seriedad de cada uno que le habrá tocado ir dentro de un Hércules cuando ingresaban a Malvinas, porque no hay peor cosa que para alguien que está acostumbrado a hacer la guerra en la tierra, que lo metan en una caja de zapatos sin posibilidad de hacer absolutamente nada. Tu vida está en esos dos pilotos que van adelante. Ellos te tienen que llevar y depositarte, y ellos lo hicieron. Cuando llegamos, llegamos a una pista desprovista de instalaciones. Todavía estaban construyendo las carpas.

 

-Es una entrada muy de película.

 

-Aterrizamos ahí y nos guiaron a un hangar, un viejo hangar que estaba lleno de agujeros, era una instalación muy vieja, muy deteriorada por las guerras. En ese lugar dormimos, y al otro día ya se estaban haciendo algunas estructuras de carpas, donde estuvimos por varios meses, y después se construyeron algunas instalaciones de madera, dentro de la misma base. Estábamos en Bagram, a unos 60 kilómetros de Kabul.

 

-Hablamos del comienzo de la campaña, todavía Afganistán estaba casi absolutamente tomado por los talibanes, ¿no?

-Sí. Cuando nosotros saltamos a Afganistán, si bien algunas ciudades habían caído en manos de los aliados afganos, al talibán controlaba mucho. La costumbre que tiene el afgano es que él pelea una batalla y después se va a su casa. No tienen la costumbre occidental, que las guerras se ganan cuando vos derrotás al enemigo pero también después materializaás tu ocupación en ese lugar. Entonces el talibán, que tiene la costumbre de la guerrilla de perderse en la sociedad tras la batalla, siempre volvía a dominar el territorio.

-Otra de las características de la época es que los talibanes estaban albergando a Al-Qaeda, y Estados Unidos estaba respondiendo al atentado de las Torres Gemelas.

-Era muy difícil. Teníamos claro que había dos grupos a los que uno enfrentaba, y recordemos que el talibán llegó al poder allá por el año 1996 y le dieron asilo a Bin Laden, que les daba dos grandes aportes: dólares frescos, que era muy importante para una economía que estaba devastada, y miles de combatientes internacionales, bien entrenados, que le ayudaban al talibán a ser parte de la guerra que tenían contra la Alianza del Norte. Tal es así que la Alianza del Norte estaba a punto de ser derrotada, ya que le quedaba nada más que el 10% de su territorio en su poder cuando sucede lo del 2001.

 

-¿Cuánto tiempo estuvo usted en total en Afganistán?

-A Afganistán netamente llegué a mediados de enero del 2002, y me fui en julio, mediados de julio de 2002. Estuve seis meses.

 

-¿Cómo era la vida ahí mientras no estaba en una operación? ¿Pudo conocer un poco? ¿Pudo mezclarse un poco con la gente?

-Hasta que terminaron las operaciones principales, prácticamente no. No nos mezclábamos con la gente local, teníamos muy poco contacto. La vida era muy rutinaria. Todos los días trece horas monitoreando las operaciones, planificando cosas, escribiendo órdenes, escuchando la radio. Con el tiempo nos habilitaron a hacer alguna actividad física. Cuando salíamos a correr, como estábamos en una base rodeada por el enemigo, nos obligaban a salir con nuestro chaleco, con nuestro fusil. El resto del tiempo lo aprovechaba para descansar y dormir. Pero después de trece horas por día tensionado en el combate, por el monitoreo del combate diario, no era fácil.

 

-¿Tuvo que ser testigo de operaciones en las que haya habido muchas bajas, tanto norteamericanas, como civiles, o del talibán?

-Sí, la principal operación que nosotros comandamos fue la Operación Anaconda, que inicia como un asalto aéreo. Teóricamente las fuerzas de Al Qaeda estaban en un valle, preparándose y concentrándose para lo que ellos hacen comúnmente, que es la Campaña de Verano. Normalmente, el guerrillero afgano se refugia en el invierno, que es muy crudo, por lo cual la logística no le funciona, se mete en algún valle un poco más templado, porque la temperatura es muy extrema en las montañas, y en ese valle trabaja, entrena, se aclimata y consigue su equipo para las grandes campañas de verano. Lo que ha ocurrido ahora en el 2021 es que el talibán lanza su campaña de verano y triunfa. Cuando nosotros llegamos la idea era no esperar a que fuera verano sino sorprenderlos cuando ellos estaban todavía concentrados y equipándose. Y ahí sucedió la Operación Anaconda. En esa operación hubo algunas bajas de las fuerzas aliadas, y muchas bajas a Al Qaeda. Fue la principal operación de la que me tocó ser parte.

 

-¿Qué aprendió del talibán que pueda servirnos para entender lo que pasa hoy?

-Siempre he dicho que cuando uno se enfrenta a un enemigo que está convencido, que es un enemigo que es fanático, y cuando digo fanático no lo digo peyorativamente, sino que estoy hablando de gente que desde pequeña está educada en sus propias escuelas para ser de esa forma, este enemigo es un enemigo temible. No es un enemigo que pueda ser convencido en una mesa de negociaciones, que es lo que logran las naciones. Esto no ocurre cuando uno enfrenta a un adversario que es fanático, porque el fanático entiende que no puede entregar ninguna de sus creencias para vivir en comunidad con el otro, si no que va a ser siempre que el otro viva de acuerdo a sus propias creencias, y el que no viva de acuerdo a sus creencias, según el grado de decisión que tenga, lo podrán matar, encarcelar, torturar, o eventualmente, echar. Cuando uno se enfrenta con un enemigo de esas características, no hay ninguna forma posible de derrotarlos totalmente, aunque si se los puede disminuir y mantener reducidos a una mínima expresión.

 

-¿Cuándo fue que pudo volver y decirle a su mujer o a sus hijos dónde estuvo?

-El día que volví a Estados Unidos le pude contar a mi familia. No lo hablé en la Argentina, hasta que volví al país, en el 2003. Cuando uno está en una misión de este tipo, tu propio ejército trata de aprovechar y sacar al máximo el jugo. Y lo hicieron: dí todas las charlas internas que pude, participé en elaboración de doctrinas que podían servir para nuestro futuro, y siempre traté de llevar adelante, en cada puesto que desempeñé, esta experiencia que viví en Afganistán.

Publicado en Infobae.com con la firma del periodista  Joaquín Sánchez Mariño

 

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