República Argentina: 1:02:44pm

Para unos la pandemia arrasará con la globalización, la sociedad occidental, la democracia y el capitalismo, y para otros poco cambiará. Mientras se apunta al resurgir del estado, de lo público y del nacionalismo como palancas básicas del momento, hay quien rescata la cooperación internacional: solo nos salvaremos si nos salvamos todos.

Para Carlos Franz: “Esta pandemia amenaza con producir tantos enfermos como leyes. Gobiernos nacionales, regionales y locales se entregan a un frenesí regulatorio. Los legisladores engolosinados se desbocan. Llueven leyes, reglamentos, decretos y bandos, a menudo contradictorios”.

Muchos políticos, buscando controlar todo el poder, creen que la excepción lleva a cambiar las reglas de juego establecidas para períodos normales, al dejar de servir, ser incómodas o contraproducentes.

Ante esta excepción se compara la lucha contra este virus diminuto con una guerra y se potencian los términos bélicos: hay un enemigo mortal e invisible y los médicos y enfermeras se baten en la primera línea de batalla. Por eso, el presidente alemán Frank-Walter Steinmeier debió aclarar: “Esto no es una guerra. Las naciones no se enfrentan unas a otras, ni los soldados a otros soldados. Es un test de nuestra humanidad”.

Pero, cuando las nuevas leyes, decretos y ordenanzas que regulan el confinamiento son insuficientes se acude al estado de alarma, excepción o sitio, al toque de queda y al cierre de fronteras. Para mantener el orden en ciudades semi desiertas y garantizar el abastecimiento a los marginados se apela a las fuerzas armadas y de seguridad.

Y no es inusual ver a militares desplegados en tareas logísticas, de atención médica, transporte y seguridad en América Latina, pero también en China, muchos países europeos (España, Italia, Francia, Reino Unido o Alemania), y otras partes del mundo.

Por citar algunos ejemplos de una presencia regional generalizada, la Fuerza Aérea colombiana adapta sus aviones para transportar enfermos, la Armada peruana desarrolla su primer respirador artificial, la secretaría de Defensa mexicana contrata masivamente personal sanitario o los militares brasileños despliegan hospitales de campaña en todo el país. Al mismo tiempo, el despliegue urbano de personal uniformado y armado recuerda a las dictaduras militares y provoca un cierto temor.

¿Es esto una vuelta al militarismo? Creo que no, aunque hubo quienes alertaron del retorno castrense a la primera línea política en lo más álgido de las protestas de 2019. Una imagen de Sebastián Piñera el 20 de octubre se hizo viral. Ante una situación que parecía desbordarlo afirmó, rodeado de militares, “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie”. De momento, la mayor presencia militar no amenaza la gobernabilidad democrática, aunque no hay que bajar la guardia.

Hoy, preocupan Brasil y Jair Bolsonaro, tras el cese de sus ministros de Salud y Justicia, Luiz Henrique Mandetta y Sérgio Moro. Pese a la crisis sanitaria crece la tensión política. La duda es cómo reaccionarán los militares, su mayor respaldo, ante unos hechos que afectan a los generales retirados presentes en el gabinete y a los activos, especialmente cuando grupos radicalizados abogan por un golpe de estado. Resulta difícil, por las consecuencias para el futuro del país y su inserción en el mundo, que hoy triunfe una aventura con respaldo militar.

Junto a las pulsiones militaristas hemos visto en América Latina abundantes notas autoritarias, un tema que no se puede despachar a la ligera. Hay están los “covid-populistas”, un grupo que no responde a ningún patrón ideológico, aunque no son los únicos con tendencias autoritaria. Ahí tenemos a Bukele, Maduro, Ortega, López Obrador y Bolsonaro, inspirados en Putin, Trump y Boris Johnson. Preocupada por ese giro, la Fundación Internacional por la Libertad, presidida por Mario Vargas Llosa, publicó el documento “Que la pandemia no sea un pretexto para el autoritarismo”, alertando sobre los gobiernos que aprovechan la oportunidad para arrogarse” un poder desmedido” y suspenden el Estado de derecho, la democracia representativa y el sistema judicial.

El manifiesto firmado entre otros por Macri, Uribe, Zedillo y Aznar hace un buen diagnóstico, que termina siendo parcial al quedarse solo en un alegato contra los populismos de izquierda o los que cree tales, pero, sin crítica alguna sobre Brasil, Hungría y Polonia, ni de Víctor Orbán y Jarosław Kaczyński.

Este momento excepcional se presta al incremento de tendencias autoritarias y militaristas, utilizando inusualmente a militares y policías en beneficio de ciertos gobernantes. Por no hablar de un uso descontrolado de la tecnología. Por eso, el mayor peligro no está en los militares sino en aquellos personajes autoritarios que los utilizan con fines personales.

Donde las estructuras políticas y las instituciones permiten esta deriva, como en China o Rusia, lo normal es incidir en la eficacia de la gestión y no en la represión. Pero donde rigen el respeto a la democracia y las libertades individuales, las respuestas son otras. Ahí radica, precisamente, la fortaleza de nuestros países: en la solidez de sus instituciones y la responsabilidad de sus ciudadanos. El problema aparece cuando la confianza ciega en ciertos líderes, o charlatanes, lleva a perder la democracia. Entonces es muy difícil que la devuelvan, como ocurre en Venezuela.

 

(*) Historiador y politólogo. Investigador del Real Instituto Elcano y Catedrático de Historia de América Latina en la UNED.

 

 

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