Su texto es el siguiente
Si hay un lugar en el que por definición no cabe postular un pensamiento único es la Feria Internacional del Libro, que se realiza en estos días en Buenos Aires. Contra todo cálculo de posibilidades lógicas, contra la naturaleza intrínseca de la celebración anual, eso fue lo ocurrido ayer. Paradójicamente, en el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Las autoridades de la muestra cancelaron la proyección del film Será venganza, del realizador Andrés Paternostro, que se iba a realizar en la Sala Borges.
La invocación de razones para fundamentar el cerrojo, reclamado por organizaciones de defensa de los derechos humanos, incluyó la voluntad de evitar actos que pudieran provocar riesgos en la muestra.
Nadie podría discutir que esa haya sido una posibilidad latente. Quedó demostrado en circunstancias en que una patota de unos cien individuos tomó días atrás por asalto el recinto en el que se disponían a inaugurar el acontecimiento anual de las letras y forzaron a los ministros de Cultura de la Nación y de la Ciudad a abandonarlo. Se fueron ambos sin poder decir sus discursos. Los manifestantes llevaron a la Rural la protesta con la cual han entorpecido desde hace un tiempo las calles de la ciudad.
Nadie debería sorprenderse de que haya riesgos de violencia en un ámbito en el que entran y salen diariamente miles de personas y algunas con ánimo de provocar agresiones, pero en el que la policía tiene prohibido su ingreso. Ha sido verdad de Perogrullo, aunque tan cierta como escasamente aplicada en un país habituado a la demolición constante de valores culturales e institucionales, la observación del cronista de un diario porteño, que equiparó la veda a que la policía ingrese al escenario de un acontecimiento masivo con impedir la presencia del Estado.
Seguramente no fue intención de las autoridades de la Feria al suspender el acto en el que se transmitirían testimonios distintos de la versión dominante sobre los trágicos años setenta convertir las excusas de cancelación en una digresión desopilante. Lo lograron sin demasiado esfuerzo, aunque no fuera esa la oportunidad más propicia para el género satírico. Bastó con decir que actuaban como actuaban por "la libertad de opinión y de expresión". Oremos por hallar mejor defensa de tan sagrados derechos.
Una de las categorías del humor es el cinismo. La Feria del Libro tiene experiencia en la materia, como cuando en 2011 autoridades nacionales interpusieron sus influencias para que se apartara al flamante premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa de la inauguración de la muestra. Entre la sublimación del cinismo y el ridículo hay un paso. Al borde de la incómoda posición, por decir lo menos, quedaron los responsables de impedir la proyección de la película producida por el Centro de Estudios en Historia, Política y Derechos Humanos de Salta.
Esta hace acopio de mensajes destinados a reflejar, en términos que no tenemos por qué compartir, la forma en que surgieron los movimientos guerrilleros en la Argentina y la manera en la que la transfiguración del "Nunca más" del fiscal Julio Strassera los fue convirtiendo en un fenómeno distante del formalizado en los juicios a las Juntas Militares por obra del presidente Raúl Alfonsín. Es todo un documento de tal salto histórico el despojo sufrido por el prólogo de Ernesto Sabato al libro del mismo nombre: Nunca más.
La película de Paternostro recoge, entre otros, testimonios de parientes de presos acusados de ser partícipes del terrorismo de Estado y de profesionales con una visión no necesariamente idéntica a la que proclaman las más notorias de las organizaciones de derechos humanos y los voceros, algo maduros ya, de la "juventud maravillosa". Como se sabe, miembros de esta juventud cometieron crímenes gravísimos antes de que dos gobiernos constitucionales, uno de Perón y otro de su segunda esposa, y la dictadura militar que les siguió, les respondieran con sus mismos métodos de violencia y de horror.
De modo que la cuestión de la memoria y la justicia no tiene hijos y entenados solo en cuanto a que militares, policías y demás, y no los subversivos, han recibido castigo y una dureza carcelaria que se traduce en más de 400 muertos en prisión y negación de detenciones especiales, como lo indica la ley, para los mayores de 70 años. Desde ayer, de tanta inequidad se hacen cargo también los editores, en el colmo de una decisión que se evidencia, en el plano público, en el protocolo oficial que coloca a visitantes extranjeros en situación de rendir homenaje lo que está bien a los caídos de una parte de la conflagración de los setenta y de olvidar lo que está mal a cientos y cientos de víctimas inocentes, entre las que se contaron por igual civiles y militares.
La decisión de las autoridades de la Feria del Libro alerta sobre la falta de valentía civil para afrontar presiones hoy abrumadoras, y que derivan, como en este caso, en censura inaceptable. Una sociedad sin hombres de coraje civil merece un destino tan triste, tan despojado de grandeza como el que ayer doblegó rodillas en un lugar inusitado: ante el podio al que se elevan todos los años las letras y el espíritu que las cultiva.