República Argentina: 3:26:30pm

 

La iniciativa conlleva un contenido desafiante, claramente ideológico y sectario. Pero sólo encontró rechazo en siete diputadas: Patricia Bullrich (Unión Pro), María Azucena Ehcosor (Frente Renovador), Laura Esper (Frente Renovador), Elisa Lagoria (Trabajo y Dignidad), Silvia Majdalani (Unión Pro), María Schwindt (Frente Renovador) y Mirta Tundis (Frente Renovador). Sin duda fue una resistencia insuficiente y corrobora la presunción de que la oposición se paraliza ante cualquier acción oficial que sea presentada con la vestimenta de los derechos humanos.

El prurito de lo políticamente correcto no sólo condiciona el discurso de casi todo el espectro político, sino que alcanza también para no rechazar iniciativas como ésta, que encuadran en la búsqueda de poder de un gobierno que no se resigna a la extinción de su mandato e insiste en el "vamos por todo".

Han sucedido muchas cosas en estos últimos once años como para que no quepan dudas del desvío de la Asociación Madres de Plaza de Mayo del fin noble y humanitario que motivó su aparición. En su momento, la actitud de esas madres frente a la muerte o desaparición de sus hijos convocaba la solidaridad de todos quienes comprendían el dolor de ese trance.

Más allá de las circunstancias históricas que enmarcaban las consecuencias de los enfrentamientos y de los métodos violentos e inaceptables de uno y otro lado, el dolor de las madres debía ser profundamente respetable. Esto vale para quienes perdieron sus hijos y familiares en ambos bandos.

La cuestión cambió y se tornó diferente desde el momento en que la conducción y las principales dirigentes de las Madres asumieron y tomaron como bandera propia la causa revolucionaria y violenta de las organizaciones guerrilleras que pusieron en vilo a la Argentina en los años setenta. Está claro que no todas lo hicieron y que se produjeron escisiones y divergencias. Pero también está entendido que la conducción de la entidad, encabezada por Hebe de Bonafini, siguió ese camino y lo potenció en una suerte de alianza ideológica y política de mutua conveniencia con el poder kirchnerista. Si bien con un discurso más moderado, esta desviación abarcó también a la asociación Abuelas de Plaza de Mayo, bajo la conducción de Estela de Carlotto.

La señora de Bonafini no dejó de mostrar actitudes reñidas con la convivencia y con los valores de la democracia y la República. Se alegró con el atentado a las Torres Gemelas y con la muerte del papa Juan Pablo II. Encomió los actos terroristas de la ETA y arengó a tomar las armas en más de una ocasión. Desafió y amenazó a jueces, incluidos algunos miembros de la Corte Suprema de Justicia. Tomó la Catedral para presionar por el pago de certificados de obra, que por otro lado eran de dudosa justificación. Justamente, éste fue un flanco comercial de su Asociación, que nada tenía que ver con sus fines y que expuso crudamente la falta de escrúpulos para obtener dineros públicos. Es difícil comprender por qué la Asociación de las Madres tuvo que convertirse en empresa constructora para encarar proyectos de viviendas en todo el país con la denominación "Sueños Compartidos". La crónica ha sido profusa en los inaceptables manejos y desórdenes financieros, en los que la señora de Bonafini fue responsable con la participación de los hermanos Schoklender, hoy sometidos a causas que dirime la Justicia.

La creación de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo fue un proyecto con un claro fin de adoctrinamiento marxista-revolucionario. Las ayudas oficiales no fueron suficientes para evitar que llegara a una situación de quiebra debido a su desmanejo. La lamentable solución oficial fue la expropiación, para de esa forma salvar las responsabilidades de semejante descalabro.

Los pañuelos blancos acompañaron las convocatorias y los eventos kirchneristas. Gran parte de la ciudadanía no sólo les ha perdido respeto y simpatía, sino que los relaciona con los rasgos totalitarios y corruptos de este gobierno. De ninguna manera resulta aceptable que el pañuelo de las Madres pase a constituir un emblema oficial de la Nación. Sólo producirá más enfrentamiento y división en un país que reclama paz y reconciliación..

 

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