República Argentina: 7:42:30pm

Por Agustín De Beitia Publicado en www.laprensa.com.ar

El desaliento de José Romero debería sacudir a toda la nación, pero no lo hace. Romero, uno de los bravos soldados que resistió a pie firme, hace 50 años, el encarnizado ataque de guerrilleros del ERP en una escuela rural de Tucumán, hoy está desanimado.

Dice que, dentro de unos días, será la última vez que asistirá al acto para recordar aquel Combate de Manchalá, que tendrá lugar en el Batallón de Ingenieros de Montaña 5 (Bl Mont 5) con asiento en Salta, el mismo desde donde Romero fue movilizado hacia Tucumán a los 20 años siendo conscripto, por orden de un gobierno constitucional desestabilizado por el desafío de la guerrilla. Hoy este hombre curtido, de 70 años, no quiere ir más a esos actos. Tiene decidido ir por última vez solamente por sus hermanos en armas, aquellos que, junto a él, se batieron contra toda una columna del ERP que los tenía rodeados, y porque se cumplen nada menos que 50 años del combate.

La indiferencia general, el olvido y la molicie lograron lo que no pudieron los terroristas: mellar el ánimo de este hombre, que nunca perdió el orgullo de haber defendido a la patria. Sabe que en otros lugares del mundo los ciudadanos se detienen para agradecer a los soldados los servicios prestados a la nación. Aquí, en cambio, él camina por las calles de Salta en forma anónima.

Pocos saben que el 28 de mayo de 1975, él y un puñado de conscriptos salteños se encontraban en una escuela rural de Manchalá, en Tucumán, una zona caliente donde se había asentado el ERP, cuando fueron atacados. Durante horas resistieron el feroz ataque de combatientes de la Compañía Ramón Rosa Jimenéz, quienes finalmente huyeron ante la llegada de refuerzos del Ejército, lo que marcó el primer punto de quiebre para el sueño de Santucho de hacerse fuerte en los montes tucumanos con la idea de reclamar luego el reconocimiento internacional del “territorio liberado” en esa provincia.

El Combate de Manchalá interrumpió el avance de los erpianos, que se dirigían a Famaillá para atacar el comando de las tropas oficiales desplazadas a Tucumán, ataque planeado para coincidir con el día del Ejército. El abatimiento de Romero, según confiesa, sobrevino con la muerte de su compañero de armas Ricardo Carranza, quien murió hace pocos años mientras realizaba faenas en el monte, cavando surcos en plantaciones de tabaco. Carranza se ganaba la vida como podía, también con tareas de desmonte.

Carranza había soñado ser policía en Chicoana, el pueblo salteño donde vivía. Nunca había querido ayudas económicas. Solo había pedido una oportunidad laboral para salir adelante, que nunca se le concedió.

Romero fue a despedir a su amigo en Chicoana. El velorio era muy simple y con pocas personas. Cuando pasó por allí el general de brigada Alejandro Beverina, que es presidente de Unión de Promociones de la delegación Salta, y se enteró de quién era el hombre que había fallecido, se ocupó de ir a buscar una bandera argentina para cubrir el féretro y pronunció unas sentidas palabras que conmovieron a los presentes.

Algunos, incluso familiares lejanos de Carranza, se admiraban, cuenta Romero, porque no conocían la historia que había protagonizado.

Con Carranza ya son siete los manchaleros que murieron: Adrián Segura, Ricardo Carranza, Victor Villalba, Humberto Villada, Serafín Lastra, Jesús Puca Puca y Sergio Oñativia.

INJUSTICIA

Romero, que siempre arrastró sus estrecheces económicas con dignidad, no pudo ayudar a su amigo económicamente, como tampoco puede ayudar a su propia familia. Y eso, mientras contempla la obscena injusticia de que los terroristas de entonces tienen hoy el honor, el prestigio, el bienestar material que les aseguran sus encumbrados empleos públicos y hasta indemnizaciones millonarias pagadas por el Estado, ese mismo Estado al que un día esos terroristas agredieron.

A ellos, que inicialmente eran 14 en la escuela rural (12 soldados, entre ellos tres albañiles que no entraron en combate y 2 suboficiales), los atacó una columna de más de un centenar de combatientes, que acribilló la escuela durante toda la tarde con fusiles, ametralladoras y granadas.

El silbido de las balas quedarían grabados en la memoria de estos hombres. Romero cuenta que ese sonido era como un enjambre de abejas. Explica que, cuando él intentó escalar al techo de la escuela para tomar una posición de francotirador, los proyectiles picaban junto a sus piernas, haciendo saltar el revoque, y que, abajo, todos los árboles donde había soldados a cubierto quedaron llenos de impactos de bala.

Rodolfo Demayo se salvó de milagro porque un proyectil se incrustó en la “marmita” que llevaba atada a la cintura, ese estuche donde hay platos y utensilios de campaña, que son de acero.

Esos soldados, con el correr de las horas y la llegada ocasional de algún refuerzo, llegaron a ser 28 al final del día.

El sacrificio de esos hombres, varios de los cuales sufrieron heridas graves, fue tan grande como la indiferencia que padecieron años después.

NO ESTA EN AGENDA

Hoy Romero no quiere más actos con palmadas en el hombro que son flor de un día.

La Argentina está enferma y ese mal no terminó con el kirchnerismo. El nuevo gobierno “libertario” no tiene “en agenda” liberarnos de este yugo ideológico que tuerce y envilece la memoria colectiva, y aplasta a quien quiere enderezarla. El gobierno libertario lo sabe. Hasta ahí llega su “libertad”. Y también lo sabe la sociedad, que ya está sometida, ya está domesticada. Hace años que aceptó mirar para otro lado y darle la espalda a este tipo de sacrificios. El recuerdo de aquello tampoco está “en su agenda”.

Por eso Romero considera que su último aporte es el libro que está a punto de publicar, donde narra en primera persona aquel combate que nadie contó y a nadie interesa. Y por eso tituló a su libro ¿Quién ganó en Manchalá?. Viene demorando la publicación por falta de recursos y es posible que termine siendo solo una fotocopia anillada, que circule entre amigos. Su valor, claro, lo conservará igual, porque su mérito está en el contenido, en la verdad que allí desvela.

Para este viejo soldado, el desfile del 28 será el último. Estarán presentes el cabo 1 (R) Gerardo Lafuente, que comandó la resistencia, junto a los ex soldados Osvaldo Alcalá, Rodolfo Demayo, Luis Arce, Dardo Rojas, Roberto Mamamí, Hugo Ontivero, Ricardo García, Juan Sulca, Aldo Parada y Luis Peñaranda.

“Hace cincuenta años que sostenemos este recuerdo. Creo que ya fue suficiente”, dice Romero. Con el cansancio de estos hombres, el recuerdo de ese día podría desaparecer. No estamos lejos. En 2013, la ceguera ideológica logró demoler el monumento al Combate de Manchalá en Salta, y sólo la acción de un puñado de ciudadanos salteños obligó a construir uno nuevo. Sin esa reacción, la historia oficial, esa que quiere teñir de romanticismo la cruel, asesina y delirante aventura guerrillera, algún día terminará por imponerse. Y el asedio comenzado hace cincuenta años habrá rendido, al fin, sus frutos.

Agustín De Beitia

@agustindebeitia

 

 


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