Cuando alguien prohíbe una opinión diferente es porque se no dispone de los fundamentos que sostienen su postura y prefiere cancelar.
Este año se conmemora que hace 40 años nuestro país recuperó la democracia y así lo expresa el membrete de toda la documentación oficial.
Cuando se piensa en el significado del término, uno imagina un país en el que todos sus ciudadanos puedan convivir bajo una misma bandera en paz y armonía, con la premisa que sus compatriotas son hermanos, donde es lógico y lícito tener una mirada diferente sobre muchas cuestiones.
Por eso se emplean tan a menudo palabras como debate, discusión, crítica constructiva, etc., herramientas todas que nos permiten lograr los acuerdos necesarios para transitar juntos este “proyecto sugestivo de vida común.”
Y cuando se habla de debate, lo primero que (viene a la cabeza) a considerar es el Congreso Nacional, símbolo por excelencia del intercambio de ideas y proyectos dónde cuestiones como la confrontación de ideas, el dialogo y el respeto, deberían estar en el altar.
Es por eso que llama tanto la atención que, justo en la “Casa del Pueblo”, se haya prohibido una actividad como la presentación de un libro, y sorprende mucho más que se lo haya hecho aduciendo que “afecta a los valores democráticos e históricos que la sociedad argentina ha tomado como propios.”
Si hablamos de valores democráticos es válido preguntarse, ¿democracia es censurar previamente y prohibir el libre ejercicio de la expresión de ideas? ¿O democracia es debatir ideas en un marco de respeto hacia el otro?
Porque la censura previa está taxativamente reprobada en nuestra Carta Magna y el ejercicio de la libertad de expresión está asegurado en nuestro marco legal.
Si hablamos de valores históricos, hay que tener en cuenta que la ciencia es un proceso dinámico. A medida que aparecen nuevas evidencias, se va corrigiendo sobre sí misma en un ciclo permanente. La historia como tal, no escapa de este mecanismo. Es por ello que no deberíamos dejarnos llevar por quienes quieren imponer una única verdad histórica “sin derecho a réplica,” pues quienes aplican este método, sólo quieren imponernos su propia visión “un relato” y, siendo así, la historia deja de ser una ciencia para transformarse en una herramienta de poder para imponer.
Como ciudadano se percibe que, cuando alguien censura una opinión diferente es porque se no dispone de los fundamentos que sostienen su postura, entonces al no poder debatir con la fuerza de los argumentos, prefiere prohibir, cancelar, hacer callar, censurar e imponer el argumento de la fuerza.
El comunicado del 7 de marzo, con el que el diputado Asseff informaba sobre la suspensión de la presentación del libro de José D´angelo "La estafa con los desaparecidos".
En todo caso, el proceder sería el de analizar la obra en cuestión y refutar con argumentos y pruebas, una por una todas las afirmaciones allí vertidas, y de esa forma, todos terminaríamos aprendiendo algo.
Es una pena que no podamos llegar a la verdad escuchando a todas las voces, sobre hechos que enlutan nuestra historia.
Porque cuando esa verdad se expresa sin adjetivos y con documentación probatoria, es mucho más sólida que las verdades de tantos que se ufanan hablando de democracia y derechos humanos pero no pueden superar la descalificación, el insulto, la prohibición y la censura como formas de defenderlos.
En tal sentido y a modo de síntesis, sirva esta reflexión final.
¿Cómo se honra mejor a la República?, ¿censurando opiniones?, ¿impidiendo el libre ejercicio de la libertad de expresión?, o ¿permitiendo que cada uno se exprese y opine, aunque sus ideas no coincidan con la mía?
En definitiva, tras 40 años de democracia, algunos terminan haciendo lo mismo que aquello que dicen combatir, otros optan por el silencio cómplice, mientras pocos repudian la censura, no por casualidad Argentina está como esta.
Por José Luis Figueroa*
(*) El autor es presidente del Foro de Generales Retirados
Publicado por Infobae (www.infobae.com )