Por Jorge Martín Flores publicado en www.laprensa.com.ar
Hace 218 años, en estas tierras del Plata, conducidos por el brazo férreo de un caballero cristiano; los argentinos demostramos a la primera potencia europea, que no eran invencibles, que podían saborear la derrota. Nuestro pueblo unido bajo una misma bandera, expulsó con bravura a la soberbia inglesa. Quedó boquiabierta la dueña de los mares. Los argentinos supimos reconquistar Buenos Aires.
LA INVASIÓN INGLESA
"Santísima Trinidad una, indivisible esencia, desatad mi torpe labio y purificad mi lengua, para que al son de mi lira y sus mal templadas cuerdas el hecho más prodigioso referir y cantar pueda.[...] La muy noble y leal ciudad de Buenos Aires, ¡que pena! por un imprevisto acaso, o por una suerte adversa del arrogante britano se lloraba prisionera, sin que pudiera romper las fuertes duras cadenas que hacían toda la gloria de las lúgubres banderas.[…]”.
Así cantaba en 1807 el padre Pantaleón Rivarola en su Romancero heróico a la gesta decimonónica, actualmente olvidada y desaparecida del calendario, sin homenajes oficiales ni escolares festejos patrios: la Reconquista de Buenos Aires del 12 de agosto de 1806, victoria hispanoamericana contra el invasor inglés.
¿PA´QUÉ VENIRSE DE TAN LEJOS?
Las causas fueron muchas pero de a poquito las explicaré, sin cansarlos con mis versos brevemente enumeraré. El conflicto comenzó en la Europa dominada por Napoleón, enemigo de Gran Bretaña, a quien la guerra declaró. La misma se encontraba en industrial revolución y vió cerrados sus puertos para su ambiciosa expansión: colocar sus productos y venderlos al mejor postor… encontrar nuevos mercados era su obligación. Norteamérica independiente se negaba a negociar, con su antigua metrópoli las cosas quedaron mal. Sudamérica se convirtió en la opción elegida. Tal vez los comerciantes porteños las puertas les abrirían.
El detonante tuvo lugar allí por 1805 y la ocasión era propicia para arrojarse de un brinco. Pero una alianza francoespañola los enfrentó en guerra abierta. Trafalgar fue el punto álgido con la victoria de Inglaterra. Y ahora dueña de los mares, se lanzó a la conquista de las provincias americanas de la Corona de Castilla. Fracturar el imperio católico siempre fue su ambición. Inspirados por mandinga, odiaban todo lo español. Y aprovecharon la ocasión para importar una herejía que se llama liberalismo, que niega la dependencia del hombre para con su Divino Creador y lo…propone el librecambio, la dependencia colonial, el culto al dinero y una falsa libertad.
Sin saber que se topaban ante un pueblo con raíces, de acendrada tradición, de hidalguía y corazón; de autonomías municipales, de liderazgo y determinación; de libertad real y práctica, no ideológica ni de sillón; de mestizaje bien habido, sin racismo ni exclusión; custodios de un tesoro que no se compra monedas, su arraigado catolicismo, su lealtad al Señor y su Santísima Madre, la veneración a sus Patronos y a la Sagrada Religión. De fidelidad a la Iglesia, de amor a sus mandatos, de acatamiento a las órdenes del monarca castellano. De espíritu guerrero, de héroes y de santos; de hombres y mujeres que su vida entregaron.
Y como decía Donoso Cortés, con preclara sabiduría, detrás de toda cuestión política anida la religión, por ello no podemos dejar de hacer mención a esta profunda y necesaria aclaración: la disputa era espiritual, se libraba una guerra santa, estaba en juego el alma, era una cruzada contra el mal. Lo que San Agustín dejó escrito y predicaba sin cesar: “Dos amores han fundado dos ciudades” es verdad: El amor a Dios hasta el desprecio del hombre, la ciudad de Dios se fundaba. Y el amor al hombre hasta el desprecio de Dios, la ciudad del hombre, por el el diablo copada.
UN POCO DE HISTORIA
Fue en junio del año 1806 cuando barcos británicos al Río de la Plata arribaron. Sin pedir permiso, sin ser invitados y por la fuerza se adueñaron del antiguo Virreinato. Quedándose en Buenos Aires, la ciudad capital. Conquistando nuestras tierras para su ‘Graciosa Majestad’. Plantaron su bandera y prometieron el librecambio, se presentaron cuál libertadores aunque querían esclavizarnos.
Ante la mirada atónita de Sobremonte, virrey, que marchó hacia Córdoba para una resistencia oponer. No podía caer prisionero era la imagen del rey, así lo decían las leyes que revestían su poder. Y junto con él se llevó las arcas que el virreinato había acumulado. Pero el pueblo que no entendía de protocolos, lo tildó de cobarde, de ladrón y falsario. Sin embargo una escuadrilla de ingleses pertrechados, le robaron el tesoro cuál piratas y corsarios. 40 toneladas de monedas de oro constituía el botín, que se paseó por Londres con descaro del más ruin. No quedó un solo peso en las tierras del plata que parecía ver perdidas sus más caras esperanzas. Y para mayor de las desgracias desgracia de estos sureños pagos, a los enemigos externos, los internos se sumaron: traidores acomodaticios con el invasor se codearon, les ofrecieron amistad, residencia, prestigio y hasta juraron ser fieles vasallos del rey Jorge, británico, rompiendo el juramento para con el monarca castellano. Algunos de estos traidores, fueron agentes rentados, sus nombres hay que conocerlos para no volver a imitarlos: Aniceto Padilla y Saturnino Rodriguez Peña, atrapados en los tentáculos del pulpo anglosajón, vendieron a su Patria, a su Rey y a su Dios.
“¿No hay alguno que valiente a nuestros ecos se mueva y de nuestro cautiverio rompa las duras cadenas?[…]”, Rivarola preguntaba. Y Dios de lo alto envió la respuesta ansiada. Pues la felonía no captó todos los corazones y es necesario sobre todo recordar a los valientes que no se dieron por vencidos y que arriesgaron su suerte y con bravura criolla e intrépido coraje desafiaron a la muerte.
SE ESCRIBE LÍDER, SE PRONUNCIA SANTIAGO
“Nuestro gran Dios, cuya omnipotente diestra a los soberbios humilla y a los humildes eleva, entonces compadecido a nuestras súplicas tiernas, suscita un nuevo Vandoma, un de Villars, un Turena, que émulo del mismo Marte sea más que Marte en la guerra. Es don Santiago Liniers y Bremont: ocioso fuera de este ilustre caballero decir las brillantes prendas: su religión, su piedad, su devoción la más tierna al Santo Dios escondido en misteriosa apariencia, en los templos humillado lo declara y manifiesta. Este señor, pues, un día que el seis de Julio se cuenta del triste pasado año, admirado ve y observa que Jesús Sacramentado a un enfermo se le lleva encubierto y escondido. Temiendo la gente nueva le acompaña reverente, le adora, y en su presencia se enciende su devoción y se avivan sus potencias. Siente un fuego que le abrasa, siente un ardor que le quema, un celo que le devora, una llama que le incendia, un furor que le transporta por el Dios de cielo y tierra. Los espíritus vitales nuevo ardor dan a sus venas y allí mismo se resuelve a conquistar la tierra, para que el Dios de la gloria, Señor de toda grandeza sea adorado como antes, descubierto y sin la pena de verle expuesto al desprecio de gente tan insana y soberbia”.
Los héroes y heroínas desfilaron por doquier, siguiendo al noble ejemplo de Santiago de Liniers, poniéndose al mando de la brava reconquista, prometiendo a Nuestra Señora los trofeos de la misma. Así lo ha señalado en sus Poemas para la Reconquista, Don Antonio Caponnetto con claridad plecara: “Llegó antes de la misa, como era su costumbre, se arrodilló en la nave del lateral derecho, no ve expuesto el Santísimo y se golpea el pecho; tres veces por mi culpa, clamó con pesadumbre. Dos palabras pronuncia: decadencia y frialdad para explicar los frutos de la invasión corsaria, pero entonces eleva una larga plegaria a la Virgen que sabe Señora de bondad: “Señora del Rosario, yo nací en La Vendée, donde aldeanos y nobles, despreciando el confort partían a la guerra con Grignon de Monfort, el marqués de Bonchamps o el Teniente D’Elbée. La tierra de los muertos por el escapulario, caídos en defensa de la fiel Tradición, de bravos promesantes al Sacro Corazón o guerreros cantando a los pies del Sagrario. Tú ya sabes, Señora, que te amé de pequeño en Niort, cuando a los Monjes del Oratorio iba, y que puerto tras puerto al que mi nave arriba canto el Salve Regina en Loot a tu empeño. Navegué mares bravos contra los berberiscos, yo sé de la perfidia que ronda en sus cabezas, son ovejas infieles, sin pastor, sin apriscos. En el Royal Piemont me enseñaron galopes, no temo si el terreno es llano o cumbre alta, me foguearon los hidalgos en la Orden de Malta, serví a España, Señora, mis mejores estoques. Tú que lo sabes todo, María, pon tu mano en el sable que guía este humilde vandeano. Tomaré sus banderas, rendiré la insolencia, las tendrás a tus pies, Señora de clemencia. Permíteme entregarte como prenda y testigo los trofeos ganados al hereje enemigo. Y permite a este pueblo que en tu nombre se goza ofrecerte el triunfo en batalla gloriosa”.
EL EJÉRCITO INVISIBLE
Tales atropellos exigían una respuesta, y el pueblo entero se enlistó para la contienda. Unidos y con fe se transformaron en guerreros, mostrándoles a los gringos que no venían de paseo. Un Ejército Invisible en las sombras se formaba y bajo el amparo de la Virgen, sus Rosarios desgranaban. Planificando las estrategias de expulsar a los intrusos. Volando el mismo Fuerte si lo pedían las circunstancias.
“[...] Los valientes voluntarios dejando sus conveniencias con valor inimitable se alistan para la empresa, sin escuchar los gemidos y lágrimas las más tiernas de sus amadas esposas, hijos, y otras caras prendas, llevando sólo en sus pechos el honor que los alienta por su Dios y por su Rey. ¡Oh! ¡acción gloriosa, oh grandeza!”
Púsose Don Santiago al mando de la Reconquista, cruzó hasta Montevideo, reuniendo armas y milicias. En una oscura noche se lanzaron hacia el río, mientras la sudestada distrajo las miradas de los gringos. Y milagrosamente lo atravesaron sin ser vistos y desembarcaron en Buenos Aires, sumándose efectivos. Exclamando el General con palabras sabias: “Si llegamos a vencer [...] a los enemigos de nuestra Patria” han de tratarlos con benevolencia, no actuar con venganza. Nos mueve la justicia y la nobleza de nuestra causa. No devolvamos mal por mal. No deshonremos nuestra hazaña. “Acordaos, soldados que los vínculos de la Nación española son reñir con intrepidez, como triunfar con humanidad: el enemigo y vencido es nuestro hermano”. No los humilleis, mostrad generosidad. Este es el espíritu que debe animar la Reconquista: ¡La Virgen nos proteja! ¡Marchad con seguridad!.
LA GESTA DE LA RECONQUISTA
Figuras egregias en la contienda destacaron, mencionaré algunos nombres, aunque sea arbitrario, para que sirvan sus ejemplos y que siempre sean honrados: Don Martín de Álzaga vasco sin vuelta de hojas, alcalde de primer voto, coordina acciones gloriosas. Reparte los fusiles para el pueblo que rebosa de amor por el suelo usurpado contra el invasor que acosa. Se adueña de las calles que por su libertad claman, demuestra su hombría conduciendo las jornadas.
Pueyrredón desde Luján con sus Húsares al galope, revestidos del manto Inmaculado de María, colocaron cintas blancas y azul celestes en sus gorros de combate, las cintas de la Virgen los pueblerinos las llamaban. Manifestando a los herejes aunque para nada les simpatiza: dónde está Jesucristo está su Santa Madre María. Y en Perdriel libraron buen combate, sin tregua y sin cuartel, sorprendiendo en la contienda hasta al enemigo más cruel.
Evoco a Manuela Pedraza, la tucumanesa. Altiva heroína, criolla brava. Fiel a su promesa ofrecida en matrimonio, no abandonó ni un solo paso que recorría su esposo. Rezó por los muertos, socorrió a los lisiados. Cara a cara observó el infierno que la guerra había desatado. Mas su amor venció al miedo y su espíritu se había templado. Entre humaredas y pólvora, gritos y quebrantos. Ve cómo una bala enemiga atravesó el pecho de su amado. Su marido había caído. Porfirio murió en sus brazos. Lo velaron sus lágrimas, y resolvió vengarlo. Tomó el fusil humeante de sus frías manos, y salió en búsqueda del apuntador británico. Lo encontró en una azotea y lo abatió sin espanto. Avivó a las tropas a qué continuaran luchando.
También hubo un niño con solamente 13 años, que cargaba municiones y acompañaba a los soldados, escoltaba a los artilleros y se arrastraba por el barro, venía de la llanura pampeana y tenía alma de gaucho. De familia acomodada, con su ejemplo demostraba que el dinero no compraba el honor ni la gloria. Juan Manuel Ortiz de Rozas, su nombre se volvió presagio, para el inglés que probaría su firmeza en Obligado. Defensor de la soberanía, de la identidad patriota, de la religión heredada, de la dignidad y la honra.
Y un bravo jinete que de Salta había arribado, con su guardamontes al aire y su poncho colorado. Recibió la orden de Santiago de hacer rendir un barco. Hacia el Río de la Plata se dirigió como un rayo. Divisó a los maulas que estaban encallados y a lo gaucho ordenó ¡A la carga! con sus pingos y sable en mano. Era la vez primera en la historia que una carga de caballería abordaba un barco enemigo para intimarles la derrota. Hazaña nunca antes vista, fuera de toda lógica, no leída en ningún manual de británica prosa. Fue Martín Miguel de Güemes con tan solo 21 años. Escribiendo con guapeza su sello de argentino. Los ingleses asustados y demasiado sorprendidos entregaron su bandera, vencidos, rendidos.
Y un sin fin de anónimos ese día se abrazaron a la cruz y a la espada como en haz indisoluble. Grandes y chicos, jóvenes y ancianos; mujeres: esposas, madres de soldados. Un pueblo ofrecido en sacrificio amoroso, por Dios, el Rey, la Patria y con esperanza lucharon.
Don Santiago al mando en cuerpo y alma dió el ejemplo, siendo sus vestidos rasgados por balazos de los cuatro vientos. Pero dicen los testigos que hasta el plomo lo respetaba y daba testimonio de su protección venida del cielo. Así fue que en el Fuerte se atoraron los britanos, reducidos por un pueblo que combatió abandonado, en los brazos de la Providencia sin temer el resultado, salió victorioso de este trago tan amargo.
Flameó el 71 en señal de alto al fuego y partió el general rendido cabeza a gacha y desolado. Más Liniers no quería para el enemigo más humillación. Le devolvió el sable a Beresford y con respeto lo abrazó. Cual caballero noble reconocíale su honor, aunque fuese destas tierras el tirano e invasor. Así se arriaron con vergüenza las banderas de Albión y volvió a flamear con firmeza el estandarte español. Y en ceremonia solemne, Liniers su promesa cumplió: a los pies de la Virgen del Rosario los estandartes depositó. Arrodillado, se cobijó en las manos de la Divina Madre de Dios. Renovando su propósito de ser el primer servidor. Y con fe acrisolada reafirmó su misión: de líder consumado, instrumento de Dios; para defender la Patria del enemigo anglosajón y ser modelo de fidelidad al Rey y su pabellón.
LECCIÓN DE VIDA. LECCIÓN DE HISTORIA
El pueblo en armas, un 12 de agosto venció. Unidos bajo una misma fe y un sólido amor. Comprendiendo el sentido de su sagrada misión: custodiar la Patria como un don de Dios. Poniendo de manifiesto el espíritu guerrero de nuestra estirpe católica, hispana, indomable, criolla. Aferrado a la esperanza contra toda esperanza, reconquistando la ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre. Luchando con honor, cual heroica cruzada, bajo el amparo de Nuestra Señora del Rosario, Reina y Madre en las batallas. Dando inicio a la primera campaña de una guerra secular, contra el enemigo histórico de nuestra amada argentinidad: la Pérfida Albión, el Reino Unido de Gran Bretaña, la seductora serpiente enemiga de la Cristiandad.
Es hora de despertar, de salir de este letargo, de tomar conciencia que divididos vamos al tacho. Llegó la hora de iluminar la noche oscura del engaño y doblegar los intereses de traidores y foráneos. Mirar hacia lo alto y reconocer nuestros errores. Como hijos de un mismo Padre, reconciliarnos como hermanos. Y abrazarnos fielmente a nuestra tradición heredada, que en Cristo Señor de la historia, sus páginas se amparan. Resistiendo cada embate sin dejar la posición, guardando cada puesto con lealtad y con honor. Sirviendo al bien común haciendo lo que es debido. Cumpliendo cada función con denuedo y sacrificio. Que cada sitio sea un destello de virtud y de gracia, que cada uno cargue con su cruz y camine con perseverancia. Que cada metro cuadrado sea una sólida trinchera de esperanza que no claudica ante la fiereza descarada de la antipatria. Que hoy más que nunca, como en esos días gloriosos, seamos eco de esa plegaria recitada un 12 de agosto:
“Santa Clara, Santa Clara
no te olvides de tu pueblo
que otra vez estamos faltos
de valor y de consejo.
Los que valen no despiertan
los que mandan tienen miedo
y el hereje está llegando
y es preciso echarlo al cuerno.
¡Que no quede desta peste
ni un resabio en este suelo
Santa Clara, Santa Clara
no te olvides de tu pueblo!”
*Profesor de Historia. Diplomado en Conducción y Liderazgo Sanmartiniano por la Escuela Superior de Guerra Conjunta. Vicepresidente del Movimiento Jóvenes por Malvinas.