República Argentina: 4:37:00am

Por Adrián Pignatelli publicado en www.infobae.com

Para su familia hoy se cerró una etapa: en la plaza de Lobos emplazaron la placa de granito que por años cubrió la tumba sin identificar de Horacio José, soldado caído el último día del conflicto bélico. La vida de un pibe alegre y bromista, recordada por sus hermanos, que siempre albergaron la esperanza de verlo regresar a casa

Fue la mamá del soldado que decidió donar la placa al pueblo, como un agradecimiento a los vecinos por tantos años de ayuda y contención

El ritual se repetía cada vez que Horacio debía regresar a Mercedes al Regimiento de Infantería 6, donde hacía el servicio militar. Los padres y hermanos lo acompañaban caminando hasta la parada del ómnibus, y lo que recuerda su hermana Analía, que entonces tenía siete años, es que Horacio siempre iba sonriente, y que antes de su subir al micro, se daba un abrazo fuerte con su papá Horacio Dámaso, un hombre al que se lo recuerda por usar las palabras justas.

Siempre de buen humor y de tener muchos amigos, era bromista con sus hermanas Liliana, Marcela, Susana, Analía y Vanesa (la siguiente, María Julieta, nació en 1981 y falleció a los tres días) y le gustaba disfrazarse para hacerlas asustar. Ya más grande, cuando ellas iban a bailar, las acompañaba de regreso a casa y luego se volvía al boliche. Para su madre Nélida Ester Montoya, era un chico dulce, cariñoso, que bailaba a las maravillas el rock, que le gustaba ir a pescar y “todas esas cosas” y que de chico decía que quería ser maquinista.

Había nacido en Bolívar el 22 de junio de 1962 y tenía dos años cuando la familia se radicó en Lobos por el trabajo del papá. Hizo la primaria en la N° 1 Pilar Beltrán, la más antigua de Lobos, y se conserva una foto suya disfrazado de soldado. El primer año de secundaria lo cursó en el Nacional de esa ciudad, un par en la técnica industrial y luego, cuando vio que el estudio no era lo suyo, abandonó para trabajar con un vecino en la colocación de antenas.

Cuando entró al servicio militar, medio en broma y medio en serio, decía que se engancharía en el ejército. Cuando la familia supo que el regimiento sería movilizado a las islas, tomaron el tren a Mercedes, porque por el papá ferroviario viajaban gratis. Ese soleado lunes 12 de abril de 1982 llegaron casi corriendo junto a otras familias porque el tren se había atrasado, y vieron a Horacio colgado de la reja, esperándolos para despedirse.

El último abrazo, interminable, fue con su papá. Ambos lloraban, y la mamá amagó un reto, que no iba a pasar nada, que así como iban volverían, quiso tranquilizar, aunque la procesión iba por dentro.

Era apuntador de FAL de la compañía B. Estaba en la tercera sección al mando del subteniente Esteban Vilgré Lamadrid. Escribió cuatro cartas desde las islas y cada vez que llegaba una, la madre se aliviaba, porque sabía que estaba bien, a pesar de su angustia al saber que sólo comían una vez al día. Cuando ella supo que estaba por el monte Dos Hermanas, se tranquilizó, porque pensó que la guerra se concentraría en Puerto Argentino. El les escribía que estaba defendiendo a la Patria, que se quedasen tranquilos y les contaba todo lo que comería cuando regresase a casa.

Horacio escribió cuatro cartas desde las islas y ayudaba a la familia a saber que estaba bien

Horacio escribió cuatro cartas desde las islas y ayudaba a la familia a saber que estaba bien

En una oportunidad, Echave le pidió al corresponsal Rotondo que junto a su compañero Benítez les tomasen una fotografía así sus familias se quedarían tranquilas. La familia la descubriría años después en las redes sociales.

 

En las primeras horas del 14 de junio, el último día de la guerra, fue cuando se produjeron la mayoría de las bajas del regimiento donde estaba Horacio. Héctor Guanes fue el primer fallecido que tuvo el regimiento; Jorge Luis Bordón murió a las 7 de la mañana en Tumbledown, monte donde también cayeron Ricardo Luna y Walter Ignacio Becerra; Sergio Omar Azcarate falleció producto de un bombardeo cuando se replegaba del Monte Williams; Juan Domingo Horisberger en la mañana del 14 y Juan Domingo Rodríguez fue abatido por una ráfaga de ametralladora, mientras que el sargento ayudante Edgar Ochoa, de especialidad cocinero, falleció a causa de una bomba.

Horacio cayó junto a Horacio Balvidares producto de la artillería inglesa, cuando ya estaban replegados sobre Puerto Argentino, en los últimos minutos de la guerra.

Por años, lo que veía diariamente en la habitación que había sido de su hermano y que ahora ocupaba él, era una pelota de rugby y un auto a escala de Fórmula 1. Lo curioso es como había nacido cuatro meses después de su muerte, a su hermano, que entonces era casi un desconocido, le tomó años aprender a conocerlo, al punto tal que al día de hoy siente una especial veneración. “Para los que para muchos son San Martín y Belgrano, para mi es Horacio”. Siempre conservó en su habitación su fotografía de muchacho sonriente y carismático.

Siendo adolescente y cuando todos dormían, se probaba su ropa de colimba que se guardaba muy arriba en el placard, y recordó a Infobae que aprendió a andar en su bicicleta, una de frenos de metal que su papá acondicionó después de años sin uso.

Hasta que el 15 de diciembre de 2017 la familia fue notificada que sus restos habían sido identificados, junto a los de Jorge Luis Bordón y Juan Domingo Rodríguez, su hermano creía que en algún momento regresaría a casa. “Ese fue el peor día de mi vida”, confesó.

A los 16 años terminó la secundaria y se casó con su novia, y desde muy chico su papá le inculcó el valor del trabajo. Aprendió el oficio de carpintero y con los años su papá le dejó el taller. “Soy lo que soy gracias a mi viejo y a mi hermano que me ayudó desde arriba”. También de adolescente entró al cuerpo de bomberos de Lobos, donde es segundo jefe. De los seis hijos que tiene, dos llevan, como segundos nombres, los de su hermano: el más grande se llama Nahuel Horacio y el cuarto Juan José.

Asegura que “mi hermano es mío”, y que se pone celoso cuando alguien habla de él. Proyecta un viaje a Malvinas, donde quiere ir solo, sentarse junto a su tumba, tomar mate y fumar, “como le gustaba a él”.

El acto

En la Plaza 1810, la principal de Lobos, donde Horacio jugó, paseó y cruzó infinidad de veces, colocaron la placa de “Soldado argentino solo conocido por Dios” que cubría la tumba sin nombre en Darwin, identificada como B.1.4, donde estaba sepultado el soldado Horacio José Echave. La misma estaba en custodia de la Comisión de Familiares de Caídos. Fue donada por su mamá en agradecimiento a los vecinos que desde hace 42 años la acompañan.

Está emplazada cerca de la esquina de las calles Buenos Aires y Salgado. Su hermana Analía dijo que “cerramos una etapa que nos anuló la esperanza de verlo regresar en cualquier momento”. Porque hasta el día en que conocieron los resultados de la identificación de sus restos, la familia tenía la esperanza de verlo regresar.

Agregó que la placa de granito negro “tiene un valor histórico y sentimental muy fuerte”. Y agradeció a la Comisión de Familiares, y a Julio Aro, Gabriela Cociffi y José Roschia “por su lucha incondicional para devolverle el nombre a nuestros soldados caídos sin identificar”.

Estuvo presente, además, el coronel Esteban Vilgré La Madrid, quien combatió como subteniente en Malvinas y Echave fue uno de sus soldados. La Madrid, que actualmente está al frente del Museo Malvinas, hizo una semblanza de la personalidad del soldado homenajeado.

También desde Toay, La Pampa el teniente coronel Sebastián Marincovich, jefe del Regimiento 6 envió una adhesión, en la que señalaba el acompañamiento espiritual a la distancia.

Su mamá dijo que ya no sería un soldado solo conocido por Dios, “sino por nosotros también”. Su hijo tuvo otros homenajes: en junio del 2019 en el barrio 181 de Bolívar, su ciudad natal, se inauguró una plaza con su nombre.

El pedestal donde se colocó la placa fue construido por Matías Figueroa y Adrián Duarte, de quien su primo, Juan Antonio, fue compañero de posición de Echave y fue herido gravemente en combate. Ni Matías ni Adrián cobraron por el trabajo.

La placa se cubrió con un blindex de cinco milímetros, y el vidriero Sergio Ledesma, al enterarse para qué iba a ser usado, hizo el trabajo gratis.

Echave, al que todo Lobos se lo conocía como “el Topo” por sus orejas, ahora tiene un lugar más donde sus amigos y conocidos podrán ir para recordar los tiempos en que se cruzaban con ese pibe alegre y bromista y que deslumbraba cuando bailaba el rock.

 

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