“Simpático y luminoso es el relieve que en los anales de nuestra historia guerrera le ha cabido a quien es tan conocido por su mote de Falucho o Negro Falucho, así como es ignorado por su nombre y apellido, que no eran otros que Antonio Ruiz”. Con estas palabras comienzas Marcos de Estrada la evocación de quien hace poco más de dos siglos ofrendó su vida, antes que traicionar a su bandera.
Su nombre queda a veces entre la verdad y la leyenda, era uno de los tantos esclavos, esos que fueron carne de cañón en las campañas libertadoras y que comandados por el general Las Heras merecieron el homenaje de San Martín que un mes después de Chacabuco, observó en el campo de batalla un sector de tierra removida y exclamó: “¡Pobres negros!”.
Se dice que sirvió en el Ejército del Norte con Belgrano y estuvo en los resonante triunfos de Tucumán y Salta, en Vilcapugio y en el desastre en Ayohuma. Revistó en el Regimiento 8 y después de Chacabuco y Maipú, pasó al Perú. Su apodo con el que pasó a la historia, provenía porque había usado un sombrero de dos picos o puntas, de forma abarquillada así llamado popularmente, y que utilizaban militares de alta graduación y diplomáticos en solemnes ceremonias.
EL CALLAO
En setiembre de 1821 los castillos de El Callao quedaron en poder de los patriotas, y fueron a él restos del Ejército de los Andes y otras fuerzas. Allí pasaron los meses y los sueldos impagos, ni que decir de los uniformes, y las provisiones; la comida era solamente un plato de arroz: “Estamos abandonados sin un gobierno que nos ampare”.
Y así llegamos a la noche del 4 de febrero de 1824 en que Domingo Moyano, un mendocino y Francisco Oliva, un porteño encabezaron un motín; allí se encontraba prisionero el coronel español José María Carriego que con mucha astucia, aconsejó a los cabecillas bajar la bandera argentina, por la de España.
En la madrugada del 7 de febrero se prestaron a la sugerencia del realista y ordenaron a las tropas presentar armas al pendón real. Falucho que hacía guardia al pie el mástil se negó terminante a cumplir la orden, en principio trataron de convencerlo, pero los increpó con el mote de “¡Traidores!” repetidamente, a lo que le replicaron “Revolucionario” y él de inmediato les dijo: “Malo es ser revolucionario, pero peor ser traidor” y rompió su fusil.
Estas palabras y su rebeldía profunda sellaron su sentencia de muerte. Sus antiguos camaradas lo fusilaron y los muros de la fortaleza que miraban al mar, se mancharon con su sangre, mientras resonaba antes de morir su grito: ¡Viva Buenos Aires!
El episodio permaneció ignorado, El Argos de Buenos Aires desde el mes de abril dio noticias del mismo, pero el nombre de Falucho no se mencionó.
EN CHILE
El general Enrique Martínez en una exposición sobre la insurrección en El Callao que publicó en Santiago de Chile y que se conoció en Buenos Aires en ese periódico en noviembre decía: “Algunos viejos soldados han preferido el patíbulo a volver sus armas contra sus banderas; otros han tentado vengarse despreciando su vida, que han perdido con heroicidad; y por fin, la División de los Andes, al dejar de pertenecer al rol de los defensores de la Patria, ha dado a conocer que la traición puede esclavizar a un soldado inocente, pero que la fidelidad no se borra del pecho de un militar honrado y endurecido en los combates”.
En sus recuerdos el chileno José Zapiola apuntó: “Una sola voz protestó de este crimen, y ésta fue la del africano Falucho, soldado de cazadores del mismo cuerpo (Batallón No 8), a quien siempre habíamos visto jugando a las chapitas con los niños de Santiago. Con su estatura de poco más de cuatro pies, y que llevaba una gorra sujeta más bien a la oreja izquierda que a la cabeza, se atrevió a desafiar a sus camaradas de Chacabuco y Maipo, llamándoles repetidas veces traidores, y concluyendo por hacer astillas su fusil contra una piedra. ¡Los traidores lo fusilaron!”.
Y el ilustre correntino Manuel Florencio Mantilla comprobó que en la compañía de Cazadores “mandada por el capitán Manuel Díaz, figura Antonio Ruiz con el grado de cabo 2º”.
A su vez Marcos de Estrada consultó al coronel Augusto G. Rodríguez en 1964, en ese momento Director de Estudios Históricos de la Secretaria de Guerra por la nacionalidad de Falucho, quien después de reflexionar sostuvo que “en el caso de no haber nacido en la Argentina, le asiste derecho propio a la nacionalidad por la espontanea circunstancia de haber ofrendado su vida a la patria de adopción”.
Fue el general Bartolomé Mitre quien sacó del olvido al inmortal negro, con testimonios documentales incontrastables como los dichos del general Enrique Martínez y de los coroneles Díaz y Luna, y el del oriental Juan Espinosa. Por si no fuera suficiente el general Guillermo Miller en carta a San Martín del 20 de agosto de 1830 le recordaba que “el morenito Falucho era uno de los soldados que le conservaban recuerdo y amor”.
EN EL BRONCE
El gobierno nacional decidió honrar su memoria con un bronce, la obra le fue encargada a Francisco Cafferata, pero como murió la finalizó su discípulo Lucio Correa Morales. El 9 de marzo de 1897 se inauguró su estatua en la Florida y Charcas frente a la Plaza San Martín, “en honor a su abnegación y homenaje a los patriotas de su clase que sacrificaron la vida por la libertad”; por aquellos años la calle desde Florida hasta Alem llevaba el nombre del heroico Falucho, que subsistió hasta 1933.
La estatua fue trasladada a una pequeña plazoleta en el barrio de Almagro en Guardia Vieja y Estado de Israel, ya que en su lugar se instaló la de Echeverría de Torcuato Taso. En 1923 volvió el bronce de Falucho a trasladarse adonde afortunadamente hasta hoy se encuentra en Luis María Campos y Santa Fe; nueve placas incluyendo dos de su raza, recordaban sus méritos. Los pocos metros que tiene a su frente llevaron después su nombre; hasta que en 1944 la intendencia porteña decidió nominar una calle en el barrio de Pompeya.
BICENTENARIO
Llama la atención que las autoridades de la ciudad que promueven y celebran la inclusión de tantas formas, la que Falucho vivó antes de morir; no haya recordado este bicentenario, lo que nos demuestra además el poco conocimiento de quienes están a cargo de la historia de la ciudad; ni tampoco lo evocaron el Ejército Nacional o los grupos de afrodescendientes.
Pero esto no es nuevo, lo malo es que se agrava cada vez más, ya hace seis décadas Marcos de Estrada escribió: “Hace ya muchos años que los gobiernos, el ejército y las instituciones de cultura no rinden homenaje a Falucho y enaltecen su lección al pie de su monumento en los actos patrióticos de rememoración, como si tuviesen dudas de su existencia, cuya realidad es incuestionable”.
Y hacía una solicitud con fundadas razones que no se ha tenido en cuenta: “Dentro de una década se cumplirá el sesquicentenario de su paso a la inmortalidad. Para entonces su estatua debe volver a su lugar primitivo, junto a la Plaza San Martín, para estar cerca de su admirado y respetado. Jefe que supo valorar a los de su casta. También la primitiva placa debe señalar nuevamente el tramo de la calle que fue digno de llevar su nombre, en 1897, desde Florida hasta Alem”.
Roberto L. Elissalde Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.
Publicado en www.laprensa.com.ar