República Argentina: 3:52:08pm

POR MAURICIO ORTÍN *Publicado en www.laprensa.com.ar

 La irrupción explosiva de Javier Milei en la escena política nacional, que desplazó a Macri y al PRO de un plumazo, se explica fundamentalmente por lo siguiente: el haber asumido sin ningún complejo la jefatura de la derecha y, desde allí, dar la batalla cultural contra el socialismo. Jefatura vacante de la que nunca Macri tomó posesión y batalla que tampoco quiso dar.

El macrismo en el poder funcionó como un kirchnerismo sin corrupción y de buenos modales que jamás atacó al relato infantil de la izquierda. El que afirma que los culpables de la pobreza y la represión es la derecha; esto es, los empresarios explotadores en conjunción con los militares represores. Tan es así que el ideólogo oficial de la presidencia de Macri, Jaime Durán Barba, definió a éste como un líder político de “centroizquierda”.

Hay que recordar que el entonces presidente aceptó con gusto el “salvavidas de plomo” que le tiró el ecuatoriano. De “plomo” porque, en el mar de la opinión pública, la izquierda lo tomó como una impostura, la derecha como una traición y los otros como el caso típico del político que no tiene convicciones firmes.

En sintonía con esta posición de recule en la batalla cultural Macri hizo otras concesiones. Entre ellas, la más simbólica fue la de entregar a la jauría al secretario de Cultura porteño, Darío Lopérfido, por haber declarado, públicamente, que los desaparecidos durante el gobierno militar no eran 30.000 sino un número, por lo menos, tres veces menor.

Una verdad irrefutable como la copa de un pino que ponía en crisis la médula del relato: la mentira de los 30.000.

Lopérfido había dicho una verdad políticamente incorrecta y tuvo que renunciar. Pero, también, aunque no explícita, hubo otra renuncia: la de Macri a la jefatura de la derecha y, por ende, a dar la batalla cultural. Y la derecha tomó nota.

Una situación similar se vivió en Chile cuando Sebastián Piñera asumió su segundo mandato presidencial. En dicha ocasión nombró como ministro de Cultura a Mauricio Rojas, un ex terrorista del MIR exiliado muchos años en Suecia. Tiempo y lugar que lo llevaron, después de una profunda reflexión autocrítica, a sostener que en la interrupción de la democracia chilena en 1973 tuvo más responsabilidad la izquierda que el mismo Pinochet y las Fuerzas Armadas.

La presencia del funcionario converso en un ministerio clave para desarmar el falso relato chileno desató una envestida inmisericorde de la izquierda contra Rojas.

Un dicho suyo publicado en uno de sus libros fue suficiente para que Piñera “lo renunciara” a cuatro días de haber asumido el cargo.

“El Museo de la memoria es un montaje”, lo que podría traducirse como “el relato de la memoria es un montaje”. Al igual que Macri, Piñera asumía el relato de la izquierda como propio y dejaba en banda a la derecha. Y, como, según Aristóteles, la historia tiene horror al vacío, a Piñera también le apareció un Milei chileno. José Antonio Kast es su nombre.

Lo increíble de Milei es que no sólo fue por la jefatura de la derecha en la Argentina sino que también en el mundo.

La orfandad de mandatarios de la talla de Reagan, Thatcher, Aznar, o Uribe, sumado a la desgracia de un papa populista, le dejó el campo orégano para que se presentara en Davos como el líder mundial a seguir en la batalla cultural. El impacto fue espectacularmente positivo. Como con Macri y con Piñera, sin embargo, la mala resolución de un hecho de índole, aparentemente, parroquiano, puede traer consecuencias desastrosas en la base de poder del presidente.

Seis diputados del bloque oficialista la Libertad Avanza (LLA) visitaron a condenados por delitos de lesa humanidad en la cárcel de Ezeiza. Como era de esperar el kirchnerismo y la izquierda, con los botines de punta, salieron a “escracharlos” y pedir su expulsión de la Cámara. Actitud ésta que, por un lado, naturaliza la violación del derecho humano que, a recibir visitas, tiene un preso y, por el otro, exhibe la hipocresía formidable de los acusadores (especialmente los peronistas).

Ello porque lo que el “genocidio” al que aluden y endilgan a los militares y policías no fue tal, fue una guerra. Guerra declarada e iniciada por las bandas de Montoneros y ERP en plena democracia, siguiendo el manual clásico del marxismo-leninismo. Y guerra a la que el gobierno peronista contestó, primero con la banda parapolicial Triple A, y luego, cuando ésta demostró su incapacidad, con las Fuerzas Armadas. A las que envió a “exterminar” y “aniquilar” a la subversión.

De allí que, si los diputados peronistas de buena fe insisten en expulsar a quienes participaron de la visita en cuestión, debieran también y en el mismo acto renunciar a sus bancas por pertenecer al partido “genocida” que inició la persecución.

Esa y no otra tendría que ser la postura unívoca de la Libertad Avanza frente al partido de los victimarios que quiere pasar por el de las víctimas.

Sin embargo, la posición de la Libertad Avanza se parece al “cabaret” de Boca Juniors del que hablaba Diego Latorre. Ello porque dentro de la misma fuerza han surgido duras críticas y ningún apoyo a los seis diputados. “Yo no hubiera ido” es una agachada.

Si Milei y la Libertad Avanza sostienen que los militares cometieron un “genocidio” entonces la batalla cultural está perdida.

Es que no se dan cuenta que lo que la izquierda ha impuesto, con la complicidad cobarde de los liberales que solo hablan de economía, es que el “genocidio” es responsabilidad del liberalismo (también fascismo, neoliberalismo o derecha para los progre).

La batalla cultural en la Argentina se dirime entre dos bandos: los que sostienen que en los 70 hubo una guerra y los que afirman que fue un genocidio. No es una buena señal que el ex secretario de Derechos Humanos macrista, Claudio Avruj, que apañó el relato setentista, esté ahora en el gobierno de Milei.

Cinco son los diputados (una ya ha defeccionado) que, objetivamente, llevan el peso de la batalla cultural contra el relato marxista-kirchnerista. Los demás miran para otro lado o se desmarcan cobardemente. Entregarlos a los lobos solo se puede interpretar de una sola manera: la rendición de la Libertad Avanza en la batalla cultural.

*Miembro del Centro de Estudios en Historia, Política y Derechos Humanos de Salta

 


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