República Argentina: 5:47:07am

Al hablar desde las escalinatas del Congreso, el flamante presidente de los argentinos hizo justicia con el prócer cuyo nombre está ligado a conceptos tan fundacionales como el territorio, el Estado, el ejército nacional, la capital federal o la educación pública

Es natural que Javier Milei se referencie en Julio Argentino Roca, el prócer cuya figura es blanco de constantes ataques en nombre de un indigenismo intensificado en los últimos años a partir de una caprichosa interpretación de la historia.

Varias calles de ciudades del sur del país han visto su nombre cambiado (de Roca a Néstor Kirchner) y la estatua ecuestre del dos veces presidente de los argentinos ubicada en el centro cívico de Bariloche es constantemente vandalizada.

Para la memoria de Julio Argentino Roca llegó la hora de la reivindicación.

En un discurso inaugural muy marcado por referencias a la gravedad de la crisis económica, al peso de la herencia recibida y a las medidas de shock necesarias para no caer en un colapso mayor, Javier Milei insistió en que “no hay alternativa” a la austeridad presupuestaria.

Y, en respaldo a ese diagnóstico, citó una frase del general que aseguró la soberanía argentina sobre la Patagonia: “Será duro. Pero como dijo Julio Argentino Roca, ‘nada grande, nada estable y duradero se conquista en el mundo, cuando se trata de la libertad de los hombres y del engrandecimiento de los pueblos, si no es a costa de supremos esfuerzos y dolorosos sacrificios’”.

La frase fue pronunciada por Julio Argentino Roca, el 12 de octubre de 1880, en el discurso inaugural de su primer mandato presidencial, ante el Congreso Nacional. Asumía en un año crítico, marcado por nuevos enfrentamientos entre porteños y nacionales, en la eterna disputa por los recursos del puerto y la “propiedad” de la ciudad de Buenos Aires, en la que los presidentes eran tratados como huéspedes... A todo eso le puso fin el gobierno de orden y progreso de Roca.

Territorio, Estado, ejército nacional, capital federal, educación pública, laicidad: son algunos de los títulos de la extensa obra de Roca que sus detractores obvian cuando lo toman como blanco de su furia iconoclasta.

Sin embargo, en los últimos años, fuimos testigos de constantes iniciativas antirroquistas por parte de políticos que hacen gala de falta de patriotismo y de ignorancia histórica. Todo vale a la hora de la demagogia.

El último atentado contra la figura y trayectoria de Julio Argentino Roca es el proyecto de relocalización del monumento ecuestre que lo recuerda en el centro cívico de Bariloche, con el argumento de que “los pueblos originarios se sienten afectados por la presencia de Roca”...

No es la primera vez que Milei reivindica al dos veces presidente de la Nación. Y cabe esperar que no sea la última, y que asistamos, a partir de ahora, al fin de la iconoclasia antirroquista, difícil de entender por parte de quienes se dicen nacionalistas.

Actitud aun más inexplicable si se considera la trayectoria extensa, multifacética y prolífica de este general y estadista que le dejó al país un legado esencial que hoy se pretende desconocer.

En el momento en que Julio Argentino Roca, destacado militar de profesión, inició su actuación civil -en enero de 1878, cuando el presidente Nicolás Avellaneda lo nombró Ministro de Guerra y Marina– en la Argentina había dos grandes problemas irresueltos, dos obstáculos a la consolidación nacional y al desarrollo del país: la frontera móvil e insegura y el llamado “problema de la Capital”.

Menos de tres años después, el 12 de octubre de 1880, el general Roca asumía por primera vez la presidencia en un país cuyo Estado nacional había extendido su control a un territorio que representa un tercio del total de la actual superficie continental argentina; la Capital había sido federalizada y pertenecía a todos los argentinos y la corriente porteña que deseaba prevalecer sobre el resto del país y usufructuar rentas que debían ser de todos había sido doblegada.

Fue la resolución del primer problema, la Campaña del Desierto, la que le dio a Roca la proyección nacional, la autoridad y las herramientas necesarias para resolver el segundo.

En abril de 1878, a sólo tres meses de haber sido nombrado ministro de Guerra por Avellaneda, Roca inicia la campaña del desierto con 6000 soldados, abandonando la táctica militar estática de Alsina. En poco tiempo está concluida.

“La solución de este problema que parecía insoluble y a cuya prolongación indefinida se hallaban resignados la mayor parte de los hombres públicos de entonces, significó para el joven general que la había concebido y ejecutado un título de gloria que lo equiparaba a las primeras figuras de la República”, escribe Ernesto Palacio en Historia de la Argentina 1515-1938 (Ediciones Alpe, 1954).

En 1872 había tenido lugar una gran invasión del cacique Calfucurá, que se consideraba chileno, y luego una ofensiva de uno de sus hijos, Namuncurá. El botín de esas incursiones y malones era contrabandeado a través de la frontera, donde estaba siempre latente el conflicto territorial con el país vecino.

La campaña al desierto no tuvo por resultado únicamente el poner fin a la inseguridad: fueron liberados centenares de cautivos y desmovilizado el grueso de los efectivos necesarios para el cuidado de la frontera -lo que además puso fin al infortunio del gaucho en los fortines que tan bien describe José Hernández en el Martín Fierro- y fueron incorporadas veinte mil leguas cuadradas de tierras gracias a la consolidación de las fronteras patagónicas.

Oriundo de Tucumán, hijo de un coronel que había combatido en la Independencia, educado en el Colegio de Concepción del Uruguay, creado por Urquiza, el joven Roca luchó junto a él en Cepeda y Pavón.

Participó luego en la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay; guerra en la que murieron su padre y dos de sus hermanos, y de la que él regresó con rango de coronel. Luego, como miembro del ejército nacional, combatió contra los últimos caudillos.

Durante la Revolución de 1874 venció al general rebelde José Miguel Arredondo, que respondía a Mitre.

“Un hilo conductor no desdeñable se ve con claridad: Roca aparece siempre del lado del poder nacional”, dicen Carlos Floria y César García Belsunce en Historia de los argentinos (Larousse, 1995), como anticipando lo que sería su destino.

El ejército en el cual se ha formado se perfila cada vez más como un instrumento de nacionalización, como la herramienta de la lucha del interior por limitar la supremacía de la capital y nacionalizar los recursos del puerto. Y Roca será el referente de esas aspiraciones.

A su alrededor se irán nucleando intelectuales y políticos de diferentes orígenes: los hombres del Paraná, es decir, los que se habían alineado con la Confederación Argentina cuando Buenos Aires se separó del resto del país, y la que será llamada Generación del 80.

Carlos Pellegrini, Dardo Rocha, José Hernández, el autor del Martín Fierro, y su hermano Rafael, Carlos Guido y Spano, Lucio Mansilla, etcétera. Todos ellos fueron “roquistas”. Incluso un joven Hipólito Yrigoyen se alineó con Roca en aquel último episodio de la resistencia porteña.

Hasta la llegada de Roca al poder, en 1880, los presidentes argentinos eran tratados por los porteños como huéspedes en Buenos Aires; eran intrusos. A Sarmiento le pusieron palos en la rueda; a Avellaneda no cesaban de humillarlo. Hacia el fin del mandato de este último, Bartolomé Mitre se preparaba para controlar la sucesión, elegir el candidato y preservar así los privilegios de Buenos Aires, para lo cual ya había separado a la provincia del resto del país luego de promulgada la Constitución.

Pero surge entonces el tremendo obstáculo de la proyección nacional adquirida por el joven general Roca y la voluntad de muchas provincias de respaldar su candidatura.

Junto con la candidatura de Roca viene el proyecto de federalización de Buenos Aires, teorizado por Juan Bautista Alberdi -otro referente evocado siempre por Javier Milei-, promovido por Avellaneda y Roca, y deseado por muchas provincias.

Contra la imagen que se nos transmite, el año 1880 no fue una sucesión tranquila entre miembros de una elite homogénea y unida en torno a los mismos intereses. La realidad es que hubo un enfrentamiento de sectores que encarnaban intereses distintos; unos eran la parte, la facción, y otros representaban el todo. Y eso es lo que encarnaba Roca. Para hacer respetar la voluntad del Congreso de federalizar Buenos Aires y la voluntad de las provincias que lo habían elegido presidente, Roca tuvo que entrar a sangre y fuego a una capital en pie de guerra.

En síntesis, frente a la victoria de Roca en las presidenciales -con el apoyo de todo el interior, excepto Corrientes-, el partido porteño optó por desconocer el resultado y levantarse en armas. Roca aplastó esa rebelión. Fue la última.

El todo fue superior a las partes y la unidad nacional se vio fortalecida. Fue obra de la generación del 80. Y en particular de Roca, el hombre que hizo efectiva la autoridad del Estado sobre todo el territorio nacional; elemento indispensable en la construcción de la Nación.

Por eso es alentador que quienes se disponen a conducir el país se interesen en la trayectoria de Roca y en la coyuntura del 80, momento fundante del Estado nacional, en el cual su protagonismo fue clave para superar la fragmentación del país.

Volviendo a la coyuntura del 80, hay otras lecciones que sacar. Domingo Faustino Sarmiento no había respaldado la candidatura de Roca, sin embargo, ya como presidente, éste lo convocó, lo nombró Superintendente de Escuelas y promovió su proyecto de ley de educación pública. Las ideas educativas de Sarmiento conocieron su mayor concreción durante la presidencia de Roca: creación del Consejo Nacional de Educación, convocatoria al Primer Congreso Pedagógico, promulgación de la Ley 1420 de Educación Común y creación de 600 escuelas. Una política que consolidó la identidad de los argentinos y favoreció la asimilación de los inmigrantes.

También debemos a Roca la edición de las obras completas de Alberdi y de Sarmiento, la promulgación de la Ley 1130 de Moneda Nacional (que permitió tener un sistema unificado de moneda hasta entonces inexistente), la organización de los Territorios Nacionales de La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chaco y Formosa, (otro paso en las consolidación de las fronteras), la Ley de creación de la capital bonaerense (La Plata), la creación de los Tribunales de Justicia y el Registro Civil de la Capital, entre otras iniciativas. Y en su segunda presidencia la creación del Servicio Militar Obligatorio.

Más importante aún -y vinculado a la campaña del desierto- la firma del Tratado de Límites con Chile, en 1881, que consagraba el dominio argentino sobre la Patagonia y da origen a los territorios de Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.

La furibunda campaña antirroquista de los últimos años, ha reducido la obra de Julio Argentino Roca, dos veces presidente de la Argentina (1880-1886 y 1898-1904), a la Conquista del Desierto, anacrónicamente presentada como un genocidio, a la vez que otras políticas y realizaciones de su gestión son ensalzadas sin mencionar su autoría: la federalización de Buenos Aires, la derrota del porteñismo, la educación pública, e incluso la laicización del Estado que hoy tantos progresistas invocan como si no existiera ya.

Roca lo hizo, hace más de un siglo.

Esperemos que haya legado la hora de volvérselo a reconocer.

Por Claudia Peiro

Publicado en www.infobae.com

 


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