República Argentina: 2:27:39pm

El pasado lunes 4, Victoria Villarruel, candidata a vicepresidenta por La Libertad Avanza, organizó un homenaje a las víctimas del terrorismo en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, un acto que generó un fuerte repudio de la izquierda, al considerar que implicaba cuestionar los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar.

Juntos por el Cambio optó por tomar distancia de esa polémica, al sostener que actualmente se deben cerrar heridas del pasado y dedicar todos los esfuerzos en solucionar los problemas de hoy de la gente.

 Esta actitud sería atendible si aquellos hechos no tuvieran graves secuelas que continúan dañando el tejido social. Si solo hubiesen existido enfrentamientos entre distintas facciones de la sociedad, embanderadas en diferentes ideologías superadas por el paso del tiempo, quizás fuese aconsejable hacer borrón y cuenta nueva para construir un futuro común sobre la base de nuevos consensos colectivos desprovistos de venganzas, odios y resentimientos. Pero ese no es el caso. El kirchnerismo utilizó los derechos humanos como una estrategia política para dar una dimensión ética a su gestión pública, logrando el apoyo de los organismos respectivos, de entidades internacionales, de intelectuales, científicos y artistas, mientras desplegaban un vaciamiento de las arcas públicas en beneficio de la familia Kirchner, sus parientes, militantes y colaboradores.

La ola de violencia que se vive en nuestro país está ligada a la herencia envenenada del revisionismo histórico forzado por el kirchnerismo.

Al no condenar los actos terroristas realizados durante el gobierno democrático de María Estela Martínez de Perón, el kirchnerismo convalidó el concepto de que cualquier persona que considerase que el sistema institucional configura un “orden injusto” puede levantarse en armas, secuestrar y asesinar tanto a policías, gendarmes y militares, como a civiles señalados como símbolos del capitalismo o de otros inocentes que sufriesen daños colaterales en sus atentados con bombas o metrallas.

El matrimonio Kirchner no solamente omitió esa crítica para evitar adherir a la teoría de “los dos demonios” que insinuaba el prólogo del Nunca Más, el informe final de la Conadep, sino que continuó la misma prédica cultural que sostenían los discípulos del Che Guevara 50 años atrás, en versiones “aggiornadas” por los cambios dramáticos ocurridos en ese lapso, como la caída del Muro de Berlín y el abandono del marxismo por parte de China y sus vecinos del Sudeste Asiático.

Preconceptos que han sido abandonados en todo el planeta, salvo en Cuba y Corea del Norte, siguen teniendo enorme vigencia en la Argentina, fogoneados por inescrupulosos dirigentes políticos, empresarios y sindicatos cuyo único objetivo es que se les mantengan sus privilegios.

De tal manera que, aun habiendo abandonado las armas, los “jóvenes idealistas” que rodearon a Héctor Cámpora en 1973, que forzaron el regreso de Juan Perón ese mismo año para echar a Montoneros y que, después de su muerte, crearon las condiciones para la caída de la viuda de Perón, en marzo de 1976, consiguieron reinstalar, medio siglo más tarde, las ideas por las cuales enfrentaron el orden constitucional con violencia armada a través del discurso de Néstor y Cristina Kirchner. Según ellos, sus continuadores de La Cámpora y otras agrupaciones juveniles, “la lucha continúa”.

Desde 2003 en adelante, no solamente se educaron dos generaciones de argentinos con una versión sesgada de lo ocurrido desde el Cordobazo, sino que también se alteró toda la historia argentina en función de la óptica que enseñaron los teóricos del socialismo nacional, como John W. Cooke, Alicia Eguren, José Hernández Arregui, Rodolfo Ortega Peña y otros intelectuales del marxismo peronista que introdujeron a la doctrina original los conceptos de lucha de clases, explotación capitalista, apropiación de plusvalías, trabajo alienado y una visión del mundo inspirada en Rudolf Hilferding (1877-1941) como ámbito del “capital financiero” que lo domina todo mediante el imperialismo del dinero.

Como resultado de ese legado, se redactaron los planes de estudio en las escuelas, los manuales de historia y de ciencias sociales, se bajó línea a maestros y profesores, se diseñó la programación del canal Encuentro, de PakaPaka y del portal Educ.ar. Se generalizó la crítica a la Generación del Ochenta, la denigración a la figura de Julio A. Roca y el desinterés por la cultura del mérito y el esfuerzo de la gran ola inmigratoria, así como la valoración de las nuevas clases medias como fenómeno positivo. Los intelectuales del kirchnerismo han distorsionado los períodos críticos del pasado argentino, como el rosismo y el peronismo, enfocados siempre desde la óptica de la “lucha por la liberación” como lo proponía el guevarismo y no en función del desarrollo genuino con integración al mundo.

El kirchnerismo utilizó los derechos humanos como una estrategia política para intentar dar una dimensión ética a su gestión pública, pero solo consiguió instalar la mentira y dividir a la sociedad.

La ola de violencia que vive el país, también está ligada a esa herencia envenenada. El garantismo judicial y el reproche a la prevención policial resultan de una filosofía crítica al sistema capitalista, que considera al orden vigente como impuesto por una clase explotadora que utiliza el derecho penal y el bastón policial para mantener sus privilegios frente a los pobres y excluidos. No es ajena a esta justificación de la ilegalidad por razones ideológicas la pérdida de autoridad de maestros y profesores en las escuelas, ante la rebeldía de los alumnos y los cuestionamientos de los padres.

También el kirchnerismo reformuló ese legado asociando la dictadura militar con cualquier intento de apertura económica, de privatizaciones, de búsqueda de competitividad y de equilibrio fiscal, sosteniendo que aquella gestión “de facto” pretendía someter a la nación a los dictados de los Estados Unidos mediante la adopción del llamado Consenso de Washington y la adhesión a las “recetas” de sumisión del Fondo Monetario Internacional. Todos esos preconceptos que han sido abandonados en todo el planeta, salvo en Cuba y Corea del Norte, siguen teniendo enorme vigencia en la Argentina y son repetidos por el peronismo y los sindicatos como muletillas para oponerse a cualquier transformación que les quite sus privilegios. Así nos va ahora, sin capacidad alguna de generar divisas por el modelo de sustitución de importaciones que propugnaban los militares que dieron el golpe en 1943 y que subsiste en la Argentina como si no hubiesen transcurrido 80 años desde entonces.

No será posible solucionar los graves problemas de la gente mientras no se cambien las falsas ideas y creencias que subsisten desde los años 70.

En materia internacional, el legado del socialismo nacional todavía tiene vigencia en la alineación de la Argentina con Cuba, Venezuela y Nicaragua, así como los vínculos estrechos con Rusia, China e Irán, reforzados ahora con el ingreso a los Brics. Esas alineaciones con países totalitarios no han tenido por objeto mejorar el flujo de inversiones y el intercambio comercial, sino lograr apoyos estratégicos para ocultar el carácter delictivo de la gestión oficial desde 2003 hasta el presente. Es inútil devanarse los sesos con interpretaciones sofisticadas: el cruce de miradas entre Vladimir Putin y Cristina Kirchner solo eran guiños de impunidad recíproca.

Durante su gestión, la amiga del dictador ruso descubrió los nuevos movimientos identitarios que, en todo el mundo, pretenden reivindicar particularidades raciales o sexuales antes ignoradas para obtener reconocimiento institucional. Pero también el posmarxismo utiliza esos reclamos para sumarlos en su lucha contra la dominación cultural del capitalismo, conforme lo propuesto por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. De ese modo, la vicepresidenta se adueñó de esas doctrinas para allegar nuevos adeptos, dejando marcada otra impronta cultural que ahora es difícil de enderezar.

Durante los cuatro años que gobernó Juntos por el Cambio, poco o nada se hizo para dar una batalla cultural que modificase esa pesada mochila de creencias colectivas que aún prevalecen y llevan al país al precipicio económico y social.

Es de lamentar que la candidata presidencial de Juntos por el Cambio haya tomado distancia y no se haya pronunciado con meridiana claridad sobre ese asunto.

En la actualidad, no será posible solucionar los graves problemas de la gente mientras no se cambien las falsas ideas y creencias que subsisten en la sociedad argentina desde los años setenta. Mientras millones de personas, sin saberlo, expresen convicciones propias del modelo cubano, difícilmente se puedan introducir los cambios que requiere la transformación del país para alcanzar los niveles de prosperidad que todos desean, pero que son obstaculizados por esos traumas del pasado.ctoria Villarruel, candidata a vicepresidenta por La Libertad Avanza, organizó un homenaje a las víctimas del terrorismo en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, un acto que generó un fuerte repudio de la izquierda, al considerar que implicaba cuestionar los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar.

Juntos por el Cambio optó por tomar distancia de esa polémica, al sostener que actualmente se deben cerrar heridas del pasado y dedicar todos los esfuerzos en solucionar los problemas de hoy de la gente.

Esta actitud sería atendible si aquellos hechos no tuvieran graves secuelas que continúan dañando el tejido social. Si solo hubiesen existido enfrentamientos entre distintas facciones de la sociedad, embanderadas en diferentes ideologías superadas por el paso del tiempo, quizás fuese aconsejable hacer borrón y cuenta nueva para construir un futuro común sobre la base de nuevos consensos colectivos desprovistos de venganzas, odios y resentimientos. Pero ese no es el caso. El kirchnerismo utilizó los derechos humanos como una estrategia política para dar una dimensión ética a su gestión pública, logrando el apoyo de los organismos respectivos, de entidades internacionales, de intelectuales, científicos y artistas, mientras desplegaban un vaciamiento de las arcas públicas en beneficio de la familia Kirchner, sus parientes, militantes y colaboradores.

La ola de violencia que se vive en nuestro país está ligada a la herencia envenenada del revisionismo histórico forzado por el kirchnerismo.

Al no condenar los actos terroristas realizados durante el gobierno democrático de María Estela Martínez de Perón, el kirchnerismo convalidó el concepto de que cualquier persona que considerase que el sistema institucional configura un “orden injusto” puede levantarse en armas, secuestrar y asesinar tanto a policías, gendarmes y militares, como a civiles señalados como símbolos del capitalismo o de otros inocentes que sufriesen daños colaterales en sus atentados con bombas o metrallas.

El matrimonio Kirchner no solamente omitió esa crítica para evitar adherir a la teoría de “los dos demonios” que insinuaba el prólogo del Nunca Más, el informe final de la Conadep, sino que continuó la misma prédica cultural que sostenían los discípulos del Che Guevara 50 años atrás, en versiones “aggiornadas” por los cambios dramáticos ocurridos en ese lapso, como la caída del Muro de Berlín y el abandono del marxismo por parte de China y sus vecinos del Sudeste Asiático.

Preconceptos que han sido abandonados en todo el planeta, salvo en Cuba y Corea del Norte, siguen teniendo enorme vigencia en la Argentina, fogoneados por inescrupulosos dirigentes políticos, empresarios y sindicatos cuyo único objetivo es que se les mantengan sus privilegios.

De tal manera que, aun habiendo abandonado las armas, los “jóvenes idealistas” que rodearon a Héctor Cámpora en 1973, que forzaron el regreso de Juan Perón ese mismo año para echar a Montoneros y que, después de su muerte, crearon las condiciones para la caída de la viuda de Perón, en marzo de 1976, consiguieron reinstalar, medio siglo más tarde, las ideas por las cuales enfrentaron el orden constitucional con violencia armada a través del discurso de Néstor y Cristina Kirchner. Según ellos, sus continuadores de La Cámpora y otras agrupaciones juveniles, “la lucha continúa”.

Desde 2003 en adelante, no solamente se educaron dos generaciones de argentinos con una versión sesgada de lo ocurrido desde el Cordobazo, sino que también se alteró toda la historia argentina en función de la óptica que enseñaron los teóricos del socialismo nacional, como John W. Cooke, Alicia Eguren, José Hernández Arregui, Rodolfo Ortega Peña y otros intelectuales del marxismo peronista que introdujeron a la doctrina original los conceptos de lucha de clases, explotación capitalista, apropiación de plusvalías, trabajo alienado y una visión del mundo inspirada en Rudolf Hilferding (1877-1941) como ámbito del “capital financiero” que lo domina todo mediante el imperialismo del dinero.

Como resultado de ese legado, se redactaron los planes de estudio en las escuelas, los manuales de historia y de ciencias sociales, se bajó línea a maestros y profesores, se diseñó la programación del canal Encuentro, de PakaPaka y del portal Educ.ar. Se generalizó la crítica a la Generación del Ochenta, la denigración a la figura de Julio A. Roca y el desinterés por la cultura del mérito y el esfuerzo de la gran ola inmigratoria, así como la valoración de las nuevas clases medias como fenómeno positivo. Los intelectuales del kirchnerismo han distorsionado los períodos críticos del pasado argentino, como el rosismo y el peronismo, enfocados siempre desde la óptica de la “lucha por la liberación” como lo proponía el guevarismo y no en función del desarrollo genuino con integración al mundo.

El kirchnerismo utilizó los derechos humanos como una estrategia política para intentar dar una dimensión ética a su gestión pública, pero solo consiguió instalar la mentira y dividir a la sociedad.

La ola de violencia que vive el país, también está ligada a esa herencia envenenada. El garantismo judicial y el reproche a la prevención policial resultan de una filosofía crítica al sistema capitalista, que considera al orden vigente como impuesto por una clase explotadora que utiliza el derecho penal y el bastón policial para mantener sus privilegios frente a los pobres y excluidos. No es ajena a esta justificación de la ilegalidad por razones ideológicas la pérdida de autoridad de maestros y profesores en las escuelas, ante la rebeldía de los alumnos y los cuestionamientos de los padres.

También el kirchnerismo reformuló ese legado asociando la dictadura militar con cualquier intento de apertura económica, de privatizaciones, de búsqueda de competitividad y de equilibrio fiscal, sosteniendo que aquella gestión “de facto” pretendía someter a la nación a los dictados de los Estados Unidos mediante la adopción del llamado Consenso de Washington y la adhesión a las “recetas” de sumisión del Fondo Monetario Internacional. Todos esos preconceptos que han sido abandonados en todo el planeta, salvo en Cuba y Corea del Norte, siguen teniendo enorme vigencia en la Argentina y son repetidos por el peronismo y los sindicatos como muletillas para oponerse a cualquier transformación que les quite sus privilegios. Así nos va ahora, sin capacidad alguna de generar divisas por el modelo de sustitución de importaciones que propugnaban los militares que dieron el golpe en 1943 y que subsiste en la Argentina como si no hubiesen transcurrido 80 años desde entonces.

No será posible solucionar los graves problemas de la gente mientras no se cambien las falsas ideas y creencias que subsisten desde los años 70.

En materia internacional, el legado del socialismo nacional todavía tiene vigencia en la alineación de la Argentina con Cuba, Venezuela y Nicaragua, así como los vínculos estrechos con Rusia, China e Irán, reforzados ahora con el ingreso a los Brics. Esas alineaciones con países totalitarios no han tenido por objeto mejorar el flujo de inversiones y el intercambio comercial, sino lograr apoyos estratégicos para ocultar el carácter delictivo de la gestión oficial desde 2003 hasta el presente. Es inútil devanarse los sesos con interpretaciones sofisticadas: el cruce de miradas entre Vladimir Putin y Cristina Kirchner solo eran guiños de impunidad recíproca.

Durante su gestión, la amiga del dictador ruso descubrió los nuevos movimientos identitarios que, en todo el mundo, pretenden reivindicar particularidades raciales o sexuales antes ignoradas para obtener reconocimiento institucional. Pero también el posmarxismo utiliza esos reclamos para sumarlos en su lucha contra la dominación cultural del capitalismo, conforme lo propuesto por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. De ese modo, la vicepresidenta se adueñó de esas doctrinas para allegar nuevos adeptos, dejando marcada otra impronta cultural que ahora es difícil de enderezar.

Durante los cuatro años que gobernó Juntos por el Cambio, poco o nada se hizo para dar una batalla cultural que modificase esa pesada mochila de creencias colectivas que aún prevalecen y llevan al país al precipicio económico y social. 

Es de lamentar que la candidata presidencial de Juntos por el Cambio haya tomado distancia y no se haya pronunciado con meridiana claridad sobre ese asunto.

En la actualidad, no será posible solucionar los graves problemas de la gente mientras no se cambien las falsas ideas y creencias que subsisten en la sociedad argentina desde los años setenta. Mientras millones de personas, sin saberlo, expresen convicciones propias del modelo cubano, difícilmente se puedan introducir los cambios que requiere la transformación del país para alcanzar los niveles de prosperidad que todos desean, pero que son obstaculizados por esos traumas del pasado.

Publicado en La Nación


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