República Argentina: 6:33:48am

El 11 de agosto de 1974, un comando del ERP copó la Fábrica Militar de Villa Maria, Córdoba. Secuestraron al subdirector, Argentino del Valle Larrabure. Cautivo durante 372 días, lo asesinaron y arrojaron el cuerpo a una zanja. María Susana y Arturo, los hijos, hablan de aquellos duros días, cómo se comunicaban con la guerrilla, el día que Isabel Perón plantó a su madre, la causa judicial que está en la Corte Suprema y la posible canonización de su padre.

El domingo 11 de agosto de 1974, a la una de la mañana y luego de balear a su compañero de guardia, el conscripto Mario Pettigiani cortó el alambrado que rodeaba a la Fábrica Militar de Pólvoras y Explosivos, ubicada en Villa María, Córdoba. Por ese agujero y amparados por la oscuridad entraron alrededor de 70 guerrilleros del ERP. En el casino de oficiales de la unidad se desarrollaba una fiesta. Al país, en democracia, lo gobernaba Isabel Martínez, la viuda del general Perón, muerto un mes y diez días antes.

El objetivo era robar armas y secuestrar al jefe de la fábrica, el coronel Osvaldo Guardone, quien se encontraba enfermo en su casa, ubicada en el barrio de oficiales. La unidad estaba casi indefensa. Se desató una balacera, en la que murió un policía y siete militares fueron heridos. Al no hallar enseguida a Guardone, decidieron llevarse al segundo jefe de la fábrica, el mayor Argentino del Valle Larrabure y al capitán García, ambos ingenieros químicos. Este último, al intentar huir, fue alcanzado por una ráfaga de ametralladora.

Con el botín obtenido (120 fusiles FAL y municiones) y Larrabure como rehén, los erpianos escaparon. Al mayor lo encerraron en una “cárcel del pueblo” ubicada en la calle Garay 3254 del barrio Bella Vista, en Rosario. Sobre el sótano donde fue cautivo (en un agujero de 1,10 metros de largo por 60 cm. de ancho) había una mercería. Larrabure estuvo 372 preso. Fue sometido a torturas y malos tratos. El 19 de agosto de 1975 lo mataron y arrojaron su cuerpo, envuelto en un plástico, a una zanja en Rosario. Lo encontraron unos chicos. Tenía 43 años, estaba casado con María Susana de San Martín (a quien llamaba Marisú y falleció el 4 de septiembre de 2001 a los 69 años) y tenía dos hijos: María Susana, de 17 años, y Arturo, de 16.

La noche del secuestro, Arturo estaba en su casa. Fue testigo del horror. María Susana había ido a bailar con amigos a Villa María, a unos seis kilómetros de allí. Hoy ambos viven en la localidad costera de Claromecó, en la provincia de Buenos Aires. María Susana está en pareja desde hace 25 años, tiene 4 hijos y “como somos familia ensamblada, 20 nietos”. Arturo, casado, tiene 5 hijos y 7 nietos. Y recuerdan la vida de su padre, el calvario de su ausencia y la posibilidad de su canonización por el Vaticano.

“Mi mamá estaba con mi papá cuando entraron los guerrilleros al casino de oficiales. Arturo estaba en casa con la señora que nos cuidaba. Él escuchó todos los disparos y los gritos. Cuando llegué estaba toda la casa iluminada, y ahí me dijeron”, recuerda María Susana. Arturo tiene más precisiones: “La fábrica militar tenía alrededor de 5 militares. Algunos de ellos, y otros civiles, vivían en el barrio. Esa noche despedían a unos ingenieros y le daban la bienvenida a sus reemplazantes. Papá era el organizador de esas reuniones, entonces estaba en todos los detalles. El sábado, yo había jugado al fútbol con mis amigos del barrio y el disc jockey de la fiesta era mi entrenador, un señor de apellido Álamo. Le pedí permiso a mi papá para ir y me dijo ‘bueno, espera que cenemos y después venís”. Cuando ellos se fueron, a eso de las ocho, me acosté en la cama grande y me quedé absolutamente dormido. Me despertaron los ruidos, los impactos de bala, fue un combate feroz. Yo no sabía que estaba pasando. El casino quedaba a escasos 80 metros de casa. Mis padres, a las 12 de la noche, habían acompañado a la esposa del director de la fábrica, Tita, hasta su casa. Cuando me desperté abrí las persianas y escuché una voz de mujer por altoparlante, que decía que la fábrica militar había sido copada, que no hagamos nada que ellos no indiquen porque de lo contrario iba a pasar lo que había sucedido en Azul”.

Lo que “había sucedido en Azul” fue el intento de copamiento de la guarnición del Grupo de Artillería Blindada Nº 1 y el Regimiento 10 de Caballería Blindada Húsares de Pueyrredón por parte del ERP el 19 de enero de 1974 y con un método similar: la infiltración de un soldado conscripto. Allí fueron asesinados el coronel Camilo Arturo Gay y su esposa, Hilda Irma Casaux. Y se produjo el secuestro del teniente coronel Jorge Roberto Ibarzábal, también asesinado por el ERP, cuyo cuerpo fue hallado el 19 de noviembre de ese año dentro de un armario en un control de tránsito donde se detuvo a una camioneta Rastrojero escoltada por dos automóviles, de donde huyeron entre 10 y 12 terroristas.

Los años del miedo

“Papá se daba cuenta que lo seguían -cuenta María Susana-. Yo estaba en quinto año, y él, con otros padres, organizaban eventos para juntar plata para ir a Bariloche y daba clases en mi colegio por la noche. A veces volvíamos juntos. Había dos caminos para ir a la fábrica: o por la Ruta 9 o por la otra ruta que era dos kilómetros más corta. Él variaba y él me dijo que era mejor así, porque había que estar alertas. Nos había dicho que tengamos cuidado con nuestros amigos también. Uno nunca espera que le pase a uno, pero la situación del país era complicada y él nos lo hizo notar”.

Poco después, Marisú y los dos hijos adolescentes de Larrabure debieron abandonar la casa del barrio de la fábrica. María Susana recuerda que “fue muy difícil, mi mamá además estaba muy mal, muy frágil, tomaba mucha medicación. Nosotros nos vinimos a Buenos Aires porque a la casa la iba a ocupar el militar que entraba en lugar de papá. Yo había terminado el colegio y teóricamente iba a entrar en la Facultad en Buenos Aires. Pero dejar Villa María fue desgarrador, porque teníamos nuestros amigos. Y si bien a papá lo habían secuestrado de la fábrica, ese barrio era como un country, te sentías más seguro. Nos fuimos a vivir a Buenos Aires en un momento en que había atentados, era una situación terrible. Perón había muerto en julio y a papá lo secuestraron en agosto. Nos pusieron seguridad en el edificio, pero era horrible tener que estar viviendo en Buenos Aires, mucha soledad”.

Para Arturo, la mudanza fue “traumática, porque nosotros habíamos regresado a Villa María después de vivir dos años en Brasil, cuando papá hizo un máster de Química en Río de Janeiro becado por el gobierno argentino. Nos fuimos de Villa María en diciembre del 74. Yo estaba en cuarto año del secundario, y en Buenos Aires no teníamos casa. Fuimos a vivir a Congreso, a Bartolomé Mitre entre Riobamba y Ayacucho. Además éramos bastante pajueranos, no sabíamos tomar ni subte ni colectivo. Y, como dice mi hermana, vivíamos con miedo porque en el ámbito de las Fuerzas Armadas no sólo podían secuestrar a tu padre que era militar, sino que por ahí te secuestraban o te mataban a vos. Con nuestra edad, hacíamos lo que podíamos”.

“Fue muy duro -completa María Susana-. Nosotros ni siquiera tuvimos apoyo psicológico. Quedamos muy solos en esto, por más que los compañeros de papá venían y los de inteligencia nos decían que ‘el vasco está bien, quedense tranquilos, les mostramos las cartas’. Porque nosotros teníamos siempre la esperanza de que lo iban a encontrar”

-¿Su familia seguía las negociaciones o eran totalmente ajenos?

María Susana: -A nosotros nos cambiaron el número de teléfono, porque recibimos muchas amenazas. Hasta en un momento vino la policía y casi nos vuelan el departamento, porque habían denunciado que había una célula terrorista.

-¿¡A ustedes los denunciaron!?

María Susana: -Claro. Irrumpieron pensando que si realmente éramos una célula terrorista podía volar todo por el aire. Pero era una denuncia falsa. Después, papá remitía las cartas que le dejaban mandar a través de mi tía María Elena, que vivía en la casa de mi abuela en la calle Segurola, en Floresta. A ella, los del ERP la hicieron ir con el cochecito, con mi prima que era bebé y reconoció a Gorriarán Merlo. No me acuerdo precisamente, pero era como que papá escribía ahí y los guerrilleros también tenían esa casa como para contactarnos. Se hizo una conexión con ellos. Una vez fuimos con mi mamá. Vino una chica guerrillera, apenas unos años más grande que yo y le pedimos una prueba de vida. Recibimos un mensaje que teníamos que ir a un bar y atrás del espejo del baño, no recuerdo si el de varones o mujeres, encontramos una foto de mi papá con una notificación de él, de puño y letra, donde decía que los guerrilleros querían que liberen a cinco a cambio de él. Era de noche y fuimos solos con mi hermano, que tenía 15 años. En esa foto parecía otra persona, ya había perdido 50 kilos. Entonces empezaron las negociaciones con la Presidenta. Mamá hasta fue a la peluquerìa porque la iba a recibir la Presidenta, porque sólo una decisiòn de ella podía liberar a los guerrilleros. No pasó mucho tiempo más y comunicaron que papá estaba muerto. Después lo encontraron unos chicos tirado en Rosario.

Arturo: -Pero a lo largo de ese poquito más de un año de secuestro, hubo otros intercambios. Nosotros -porque mi papá lo pedía-, escribíamos solicitadas en los diarios, en la Nación; alguna vez en Crónica; y mis tíos de Tucumán en la Gaceta. Tratábamos de notificarle, porque imaginábamos cómo se sentiría él, que estaba solo. Nosotros por lo menos estábamos todos juntos.

-¿Se llegó a concretar la reunión con Isabel Perón?

Maria Susana: -No, la suspendieron. Mamá hasta fue a la peluquería, porque era a la tarde y ese mismo día la suspendieron.

Arturo: -Mamá estaba preparada, ya con el tapado puesto para ir. Después, cuando fue el velorio, avisaron que iba a venir Isabel Martínez y mamá, les dijo “no. Ahora la que no la recibe soy yo”. Fue lo que menos les dijo, mamá estaba desbordada, desatada, no había tranquilizante que la pudiera calmar.

-¿Cómo se enteraron de su muerte?

Arturo: -Yo estaba en el departamento donde vivíamos y comencé a ver mucho movimiento. Entraban, salían, entraban, salían... A mamá la estaban tranquilizando, y bueno, vino una vecina del edificio y me dijo ‘mirá, encontraron a tu papá, ya descanse en paz’. Se encargó de decírmelo esa mujer de la que ni siquiera me acuerdo su nombre, porque en ese momento todo era una vorágine, un mundo que se te cae…

-¿Cómo siguió la vida de su mamá?

Arturo: -Muy complicada. Ella al principio no quería comer. Mi hermana le daba de comer en la boca…

Maria Susana: -Fue tremendo, desgarrador. De repente, al faltar nuestro padre la familia se desmembró, porque papá estaba en todas las cosas: cuando nos mudábamos era el que conseguía el profesor de guitarra, el de inglés, el profesor de natación, el de tenis. Papá era un hombre que se ocupaba de un montón de cosas y mamá siempre tuvo una salud frágil. Nosotros éramos chicos, pero la cuidamos a ella.

-La preocupación por la salud de su madre se refleja en las cartas que mandaba desde su cautiverio.

Arturo: -Se invirtieron los roles y cambió nuestra vida para siempre. Yo tenía ahí 16 años, mi hermana 18 y todo fue muy difícil. Como dijo mi hermana, no hubo ni ayuda psicológica. La familia al principio estuvo, pero después cada uno sigue con su vida. Lo mismo los compañeros de mi padre. Por supuesto siempre lo recordaron, de hecho, aún hoy, que son todos hombres de 90 y pico, lo hacen.

-¿Cuál es el recuerdo que ustedes tienen de él como papá?

Arturo: -Era muy compinche. A nosotros nos unía mucho el fútbol y el tenis. Yo era muy deportista en ese entonces y mi papá me incentivaba. De hecho, cuando fui a vivir a Buenos Aires, mi entrenador de fútbol era Julio Santella, que fue preparador físico del Boca de Bianchi. Me quería llevar a Independiente o a All Boys y le dije ‘mirá Julio, discúlpame pero yo tengo que cuidar a mi mamá’.

-Además de las cartas, se publicó un diario escrito por tu papá mientras estaba prisionero. ¿Cómo les llegó a ustedes?

Arturo: -Él lo escribió a escondidas. Fue agarrando entre los papeles que pedía para hacer sus fórmulas químicas, escribir alguna poesía, pero además escribía eso, como sus memorias. En realidad, nosotros no sabíamos la existencia del diario, sí de algunos papeles, porque en Rosario descubrieron el último lugar donde lo tuvieron secuestrado. Para nuestra gran sorpresa, a los dos años apareció en la revista Gente el diario del cautiverio. En Gente nos dijeron que ese material llegó a la redacción y decidieron publicarlo. Y así nos enteramos nosotros. Cuando escribí el libro para los 30 años de su asesinato (Un canto a la Patria), lo fui a ver a Chiche Gelblung para preguntarle. Me dijo que no sabía nada, que ya no estaba en la revista. Fui a Gente, me permitieron ver todos los archivos, pero el diario no estaba. Por supuesto vi material que desconocía y me sirvió. Entonces pedí el diario a nivel judicial, porque la causa de mi padre, desde hace varios años, está en la Corte Suprema. Y ahora que está el proceso de beatificación, al diario lo va a pedir la Iglesia.

-Es decir: ustedes nunca vieron el diario.

Arturo: -No. Para el ERP, debe ser lo que ellos llaman un trofeo de guerra. Lo pedí en el ejército también, me moví por todos lados, pero nunca lo pude obtener. Ahora, para los que lo conocemos a papá, esa era la forma que tenía de escribir.

-La causa para que la muerte de su padre sea declarada delito de lesa humanidad y crimen de guerra se inició en Rosario y está en la Corte Suprema. ¿En qué estado se encuentra?

Arturo: -El fiscal general de Santa Fe, Claudio Palacín, dentro de unos meses va a publicar el libro ‘Larrabure, crimen de lesa humanidad’. Él dijo: “estamos en presencia claramente de un crimen de guerra y un delito de lesa humanidad, hay que investigar a partir de ahí”. Le saltaron a la yugular. En ese entonces, año 2007 o 2008, el Procurador General de la Nación era (Esteban) Righi. Ahora, Palacín está jubilado.

-Según la autopsia, a su padre lo mataron por estrangulación, pero luego hubo versiones que sostenían que se había quitado la vida.

Arturo: -El ERP siempre dijo eso. La investigación tiene marchas y contra marchas, pero le pedí a mi abogado, el doctor Vigo Leguizamón, que vea si hubo o no suicidio. Y ahí se produjo un descubrimiento, algo que no conocíamos hasta entonces: nuestro papá presentaba mucho alcohol en sangre, una dosis muy alta, 3,29, considerada coma alcohólico. Esto fue corroborado por cuatro peritos. Por unanimidad, llegaron a la conclusión que jamás se pudo haber suicidado. Se lo inyectaron para dormirlo, para que no se pueda defenderse o responder. Una persona así no se puede ahorcar. Además, el surco de la garganta es muy profundo. Cuando alguien se cuelga, queda un lugar que se levanta. Y eso no está. Hay toda una explicación científica y técnica dada por los peritos, sobre las extremidades inferiores, en qué posición estaban. Yo he leído en algún libro de (Ceferino) Reato, que le preguntan a (Juan Arnold) Kremer, quien ha quedado como autoridad máxima del ERP, que dice “no sabíamos qué hacer con Larrabure”, porque cuando falla el ofrecimiento del canje, que Isabel no concreta, le ofrecen a él recuperar la libertad a cambio de que trabaje para la guerrilla. Eso está en el diario y también lo dice Kremer: “Larrabure se puso en patriota y no aceptó”. Y en el diálogo escrito en el diario, le dicen “Larrabure, el ejército al que usted pertenece lo ha abandonado”. Claro, porque ellos eran un ejército también.

María Susana: -Parece muy infantil que el ERP diga que papá se suicidó, como si eso les quitase la responsabilidad de la atrocidad que cometieron con un ser humano. Nada los libra de eso.

La causa de canonización

Sobre la posibilidad o no del suicidio de Argentino del Valle Larrabure (ascendido a Coronel post mortem), sus hijos tienen un aval muy importante: si efectivamente se hubiera quitado la vida, la Iglesia Católica no llevaría adelante la causa de su canonización iniciada hace tres años a instancias de la Asociación de Amigos Coronel Argentino del Valle Larrabure con el apoyo del obispo castrense Santiago Olivera, que fue delegado de la causa que culminó con la canonización del Cura Brochero. En el día de ayer se publicó que el Papa Francisco, durante la visita al país que planea luego de las elecciones, podría canonizar a Larrabure (que en la actualidad, para la Iglesia, es Siervo de Dios) junto a Artémides Zatti y el empresario Enrique Shaw. Consultado por Infobae, el obispo Olivera negó tal posibilidad: “Me llama la atención la equivocación de ese artículo. Zatti fue canonizado en octubre de 2022. Shaw, primero, debe ser declarado Beato si se comprueba un milagro que está en estudio. Y la causa de Larrabure recién está en el proceso diocesano y no podría ser canonizado salvando todas esas instancias”.

Arturo señala que “siempre venía alguien que decía ‘mirá, tu papá para mí es un santo”. Yo lo siento así, creo que mi hermana también, no hay duda de su martirio”. María Susana completa: “Ni de su fortaleza para sostenerse en su fe”. Arturo, además, estuvo con el Papa Francisco en el Vaticano el año pasado, y hablaron de este tema. “El obispo Olivera nos consiguió una audiencia privada. Fuimos con mi esposa y fue una reunión muy linda, amena, cordial y muy argentina. Yo la sentí como una fiesta, porque iba muy cansado y vine renovado y con esperanzas. Francisco nos dijo que estábamos trabajando muy bien, que sigamos en ese mismo camino. Fue muy cálido y afectuoso”. Añade María Susana que, además, “se está buscando información con el tema de los milagros, porque hay mucha gente que ya está pidiendo y rezando”.

Arturo -¿Ustedes tienen noticias de algún milagro?

Arturo: -Hay indicios, pero hay que investigar. No es tan fácil. Hay gente que llama y te dice `mira, yo le recé, fíjate esto’. Pero no se trata de pequeños milagritos. Se está trabajando. Fíjate que cuando el Vaticano declara que es siervo de Dios, Luis D’Elía, en su Twitter, pone algo como ‘este militar secuestrador, asesino, genocida’. (Nota: el tuit de D’Elía decía textualmente -y en mayúsculas- “¿Puede ser santo un alto mando (Teniente Coronel) del ejército genocida que asesinó a 30.000 argentinos? Tuvo la posibilidad historica de arrancarse las jinetas y repudiar el terrorismo de estado del que fue complice y no lo hizo porque comulgaba con sus jefes”). El que lo lea, si no conoce la historia, dice ‘este tipo era del ejército de Videla’. Mi papá fue secuestrado en el 74, lo asesinaron en el 75, padeció 372 días y murió perdonando a sus asesinos.

Por Hugo Martin

Publicado en Infobae


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