Hondo pesar provocó en la comunidad naval y en el mundo de la oceanografía el deceso, ocurrido el pasado sábado (15 sept 2012) del ex Secretario General Naval, vicealmirante Alfredo Augusto Yung. Fue un hombre clave en difíciles momentos de la vida institucional de la fuerza cuando, acompañando al entonces jefe de la Institución, almirante Enrique Molina Pico fijó la postura de la Marina de Guerra frente a la tragedia que enlutó a la Argentina en los 70, en particular frente a las embestidas "mediáticas" del general Martín Balza.
En su extensa carrera se destacan sus valiosos aportes en defensa y divulgación de los intereses marítimos argentinos, representando al país en todos los foros nacionales e internacionales vinculados al mar, como la Organización Marítima Internacional, el Comité Oceanográfico y las conferencias sobre Derecho del Mar de la Organización de las Naciones Unidas.
En 1985 recibió la condecoración “Tratado de Paz y Amistad” otorgada por la Santa Sede por su aporte en la solución pacífica del diferendo con la hermana República de Chile.
Se desempeñó además, entre otros cargos, como jefe del Servicio de Hidrografía Naval, Agregado Naval en Japón y presidente de la Liga Naval Argentina.
Sus restos fueron velados el pasado domingo a partir de las 8.30 en Dorrego 626 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, para su traslado final al cementerio de la Chacarita donde camaradas y amigos le dieron el último adiós.
No fue fácil ni para Molina Pico ni para Yung el manejo institucional de la Armada en esos turbulentos años 90 frente a la ambición política del entonces jefe del Ejército Martín Balza deseoso de capitalizar políticamente la grave cuestión de las secuelas de la lucha antisubversiva.
A partir de las explosivas declaraciones del ex marino Adolfo Scilingo, potenciadas por el diario Página 12 y el periodista Horacio Verbitsky , el entonces presidente Carlos Menem analizó con los Jefes de Estado Mayor de las tres fuerzas y sus respectivos secretarios, en particular Yung, el modo y forma de dar una respuesta institucional a la sociedad sobre aquéllos acontecimientos. Si bien se comprobó que las manifestaciones de Scilingo carecían en la mayoría de los casos de sustentos concretos y técnicamente adolecían de fallas insostenibles en tribunales no condicionados, el Presidente recomendó de todas maneras ganar el espacio público.
Yung bosquejó junto con Molina Pico un mensaje dirigido esencialmente "puertas adentro" a la Armada que buscó dar tranquilidad a quienes combatieron de buena fe y en convicción con sus ideales a la guerrilla, ensayando "puertas afuera" para el grueso de la comunidad una suerte de disculpa pública por las suecuelas de hechos producidos al margen de las leyes y reglamentos militares y de la ética de la Institución Naval. Se convino entonces que sería la Marina de Guerra, en una ceremonia de Lista Mayor, la que abriría el fuego, seguida luego del Ejército y finalmente, menos comprometida, la Fuerza Aérea. En todos los casos se trataría de ceremonias públicas, frente a formaciones especiales y con gran presencia de todos los medios de difusión.
Pero Balza decidió, rompiendo instrucciones del propio Presidente y del Ministro de Defensa, “cortarse” solo y aprovechando un confuso episodio nunca esclarecido y atribuido a sus hombres de Inteligencia, arregló con el fallecido periodista Bernardo Neustad para difundir su “autocrítica”, descolocando al Jefe del Estado y las otras instituciones armadas mediante un discurso no autorizado y eminentemente especulativo con el que convirtió directamente en sospechosos de ser juzgados a todos los cuadros del Ejército, entre ellos a sus colaboradores de más confianza, tal el caso del general (r) Eduardo Alfonso.
Ese accionar le posibilitó pavimentar su carrera política que lo mantuvo inmune de todos los cuestionamientos posteriores y lo llevó a ocupar cargos diplomáticos en el exterior.