República Argentina: 3:22:31am

Carta de un lector publicada en La Prensa, el domingo 6 Oct 2024.

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a un reportaje que le hizo el periodista Nicolás Kasanzew al hijo de una víctima asesinada por Montoneros en diciembre de 1974. El relato fue conmovedor y demuestra el grado de maldad con que procedían esos asesinos que en los años 70 sembraron dolor y muerte.

Esa víctima, gran pensador católico, fue acribillada delante de sus siete hijos menores, de los cuales el mayor –quien fue el que mantuvo el diálogo con Kasanzew- tenía tan sólo 13 años. El dolor padecido por toda esa familia que viene arrastrando ese calvario desde hace cincuenta años, no fue suficiente para doblegar la fe y la esperanza de sus miembros. La entereza de ese hijo que contaba la trágica experiencia vivida junto a sus hermanos por la muerte violenta del padre -al cual admiraban- creo que conmovía aun a los espíritus más fríos.

Pero tal vez lo peor que esa familia debe haber vivido en los años posteriores -como tantas otras que pasaron por esa misma tragedia- fue el abandono, la indiferencia y el olvido por parte de políticos, periodistas, pensadores de cuarta y de la gente en general, que ignoraron por muchos años la tragedia de aquellos que perdieron padres, hijos, hermanos, abuelos y amigos a manos de esos guerrilleros asesinos y cobardes que utilizaban todo tipo de medios para alcanzar sus oscuros objetivos.

Sin embargo, ese hombre que en 1974 contaba con 13 años, no guardaba rencor por la terrible experiencia que le había tocado vivir, pues para sorpresa de todos los que estábamos en ese auditorio escuchándolo, ese hombre que había experimentado un dolor inmenso, sólo  hablaba de perdón, de reconciliación. En su voz no se escuchó ninguna palabra de odio o de resentimiento. Yo quedé admirado. ¿Qué más se puede decir?

Por contraste, ese mismo día apareció en los medios ese monstruoso criminal que ensangrentó al país en esa década de dolor: Mario Firmenich, un asesino que nunca cumplió con la condena que se le había impuesto por los innumerables crímenes cometidos; un hombre amparado por los tristemente célebres Kirchner. Sus palabras, por supuesto fueron de odio, de división, de desprecio, sin demostrar arrepentimiento alguno por el mal infligido a toda una sociedad que jamás condenó en debida forma las crueles andanzas de este asesino y sus secuaces.

Por lo tanto, frente a la grandeza admirable de un hombre que, a pesar del drama que sufrió, apuesta al perdón, se contrapone la cara de un hombre miserable, Mario Eduardo Firmenich, cuya bajeza es despreciable.

Julio C. Borda


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