República Argentina: 7:30:25am

Por Alberto Amato publicado en www.infobae.com

El 29 de mayo de 1970, hace 54 años, el líder de la Revolución Libertadora era capturado por un grupo de jóvenes en su casa del centro porteño. Sería la irrupción en la vida pública del grupo guerrillero peronista. Las sospechas y teorías conspirativas que incluyeron al gobierno de Onganía.

Todavía es un enigma. O una certeza leve aherrojada por las dudas y las teorías conspirativas, que para el caso es lo mismo. El 29 de mayo de 1970, hace cincuenta y cuatro años, el teniente general Pedro Eugenio Aramburu, ex presidente de facto de la llamada “Revolución Libertadora” que en 1955 había derrocado a Juan Perón, fue secuestrado por desconocidos, a las nueve y cuarto de la mañana, del interior de su departamento de la calle Montevideo entre Santa Fe y Marcelo T. de Alvear, pleno centro de Buenos Aires.

Su cadáver fue hallado el 16 de julio en el sótano de una casa de campo llamada “La Celma”, que pertenecía a una familia de apellido Ramus, ubicada en la localidad de Timote, a 379 kilómetros de la Capital. Entre el 29 de mayo y el 16 de julio, un hasta ese momento también desconocido grupo guerrillero peronista que firmaba sus comunicados como “Montoneros”, se adjudicó primero el secuestro y luego el asesinato de Aramburu, después de haberlo sometido a “un juicio revolucionario”.

La irrupción de Montoneros

Así lo afirmaron los comunicados que los guerrilleros hicieron llegar a la prensa esos días. También lo reafirmó cuatro años después el relato del episodio que Mario Firmenich, jefe montonero, y Norma Arrostito, una de las líderes de la banda, hicieron a “La Causa Peronista”, un órgano de prensa ligado a Montoneros que dirigía Ricardo Grassi. Grassi entrevistó a ambos y la revista publicó el reportaje con el título “Cómo murió Aramburu” el 3 de setiembre de 1974, apenas dos meses después de la muerte de Perón, que en mayo de ese año había roto con Montoneros.

El país de hace más de medio siglo era otro país. No sólo diferente al de hoy, sino incluso al país inmediato anterior al asesinato de Aramburu. Gobernaba la dictadura militar conocida como “Revolución Argentina”, que comandaba el general Juan Carlos Onganía, que tenía el proyecto de un “Reich” que duraría veinte años, pero que iba hacia ninguna parte, entre bayonetas y alamares, con precios desatados y salarios congelados, una Universidad vaciada y sin rumbo, y una política de reprimir con palos y gases cualquier protesta social. La última, en mayo de 1969 y en Córdoba, conocida como “Cordobazo”, había puesto en jaque al régimen.

El asesinato de Aramburu no sólo dividió a un país que ya lo estaba, y no existía entonces la definición de “grieta”, sino que además instauró la muerte como moneda de cambio, como valor moral en la negociación política, como medio para alcanzar un fin. También marcó la presentación en sociedad de “Montoneros”, el grupo al que luego se iba a sumar el trotskista Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP, en el despertar de la violencia política. Según de cuál lado de la grieta se situara cada uno, la muerte de Aramburu despertó horror o algarabía. Eso también era nuevo en la Argentina: la muerte de otro podía ser motivo de celebración y humillación: “Con los huesos de Aramburu / haremos una escalera / para que baje del Cielo / nuestra Evita Montonera”. Eso se cantó en las calles en aquellos años.

Relato del secuestro

Según el relato montonero, que pasaría a ser casi la historia oficial, aquella mañana, mientras la cúpula militar estaba en Campo de Mayo para celebrar el Día del Ejército, ceremonia a la que Aramburu no había sido invitado, cuatro guerrilleros, Carlos Capuano Martínez, de veintiún años, Ignacio Vélez Carreras, también veinteañero, Fernando Abal Medina de veintidós y Emilio Maza, de veintisiete, llegaron en un Peugeot blanco hasta el garaje vecino al departamento de Aramburu. Dos de ellos, Abal Medina y Maza, vestían ropas militares. Dijeron al encargado que estacionaban por un momento porque venían a buscar a Aramburu. Subieron al octavo piso del edificio de Montevideo 1053, se presentaron ante la mujer de Aramburu, Sara Herrera y dijeron que representaban al Comando en Jefe y que querían ver al general. La mujer los invitó con un café y luego se fue del departamento a hacer unas compras.

En la calle, apoyaban a los secuestradores Carlos Gustavo Ramus, de veintidós años, Mario Firmenich de veintidós y que vestía uniforme policial y Carlos Maguid, de veintisiete, disfrazado de sacerdote. Todos ocupaban una pick-up estacionada frente al colegio Champagnat de los Hermanos Maristas. En la esquina de la avenida Santa Fe, vigilaba Norma Arrostito, en ese momento la mujer de Abal Medina. Toda la cúpula de Montoneros estaba implicada en el secuestro, según el relato de los propios guerrilleros. Con Aramburu en su poder, los guerrilleros lo subieron al Peugeot, llegaron a la Facultad de Derecho, cambiaron de auto y se dirigieron a Timote, al campo de los Ramus. Allí sometieron a un “juicio revolucionario” a Aramburu y lo ejecutaron el 1 de junio.

Mucho antes de conocerse el primer comunicado de Montoneros que se adjudicó el secuestro de Aramburu, su familia y sus amigos responsabilizaron al gobierno de Onganía, para quien el ex presidente era una figura hostil. Los rumores de entonces decían, y sus biógrafos lo sostuvieron medio siglo después, que el ex presidente, junto con un sector amplio del Ejército, sabía que Onganía ya no daba para más, que era preciso, para decirlo en términos elegantes, conducir a ese gobierno militar hacia un prudente desenlace institucional. Aramburu, afirman Rosendo Fraga y Rodolfo Pandolfi en “Aramburu - La biografía” asomaba como una figura de recambio, acaso la más sensata, para poner fin a un proceso de deterioro, proscripción del peronismo, imposibilidad de participar en elecciones y democracia fragmentada desatado por la Libertadora.

El ex presidente no sólo tenía pocos amigos en el gobierno de Onganía: tenía enemigos. Lo eran de algún modo el ministro del Interior, Francisco Imaz, el jefe de la SIDE, Eduardo Señorans, lo era el jefe de la Policía Federal, Mario Fonseca, todos generales retirados, todos “lonardistas”, por el primer presidente de la Libertadora, general Eduardo Lonardi, a quien Aramburu había derrocado en un golpe palaciego dos meses después de asumir, y todos habían jurado poco menos que venganza ante la tumba de Lonardi a su muerte, en marzo de 1956.

La mañana del secuestro, y sin saber lo que había pasado, llegó hasta el departamento de Aramburu el abogado radical Ricardo Rojo: tenía una cita, a las once con el general, que jamás se produjo. Rojo era un hombre de contacto estrecho con Perón: es a Rojo a quien Perón envía, el 2 de agosto de 1968, una conceptuosa carta de elogio por su libro “Mi amigo el Che”, en la que también derrama encomios sobre la figura de Ernesto Guevara, que había sido asesinado el año anterior en Bolivia. ¿Era Rojo un virtual enlace entre Perón y Aramburu? ¿Conocía el gobierno de Onganía esos contactos? ¿Se habían embarcado sus antiguos camaradas, aún en las antípodas, en la aventura de secuestrar a Aramburu?

Noticias del secuestro

Si el secuestro se conoce en la misma mañana del 29 de mayo, es porque dos de los amigos incondicionales de Aramburu, el general Bernardino Labayru y el capitán de Navío Aldo Luis Molinari, alertados ambos por Sara Herrera, lo comunican a los medios: sospechan que el gobierno está detrás del episodio. En gobierno reaccionan con fatal torpeza, si es que no había nada que ocultar: sospechan que la ausencia de Aramburu es una estratagema, un “autosecuestro” destinado a perjudicar al gobierno y a consagrarlo como su lógico sucesor, demoran de manera inexplicable los operativos tendientes a dar con los secuestradores, a quienes regalan un tiempo precioso e impiden la difusión masiva del secuestro, supuesto secuestro para las autoridades, bajo la excusa que podría desatar una protesta mayor a la que marcha y movilización que era celebrada en Córdoba en recuerdo del Cordobazo. De hecho, al día siguiente un funcionario del ministerio del Interior dirá que Aramburu está por aterrizar, o ya lo ha hecho, en Montevideo.

Si Aramburu era una figura hostil para Onganía y para el sector del Ejército que sostenía al entonces presidente con menos firmeza cada vez, para el peronismo era una figura odiada. No sólo había sido la cabeza visible del derrocamiento de Perón, junto al almirante Isaac Rojas, sino que era responsable del fusilamiento de veintisiete civiles y militares en junio de 1956, ante una intentona contrarrevolucionaria. Entre los fusilados figuraba el jefe del levantamiento, general Juan José Valle. Aquel fue otro gran drama argentino en el que generales eran fusilados por otros generales.

Aramburu también era acusado por el peronismo de haber secuestrado el cadáver de Eva Perón y de haber ordenado su entierro en un sitio desconocido. No era del todo verdad. Aramburu sí se preocupó, y lo hizo con el consentimiento firmado por la madre de Eva Perón, por dar sepultura a un cadáver ultrajado por los delirios de un coronel y pasible de ser arrojado al río o al océano según las sugerencias de algunos oficiales de la Armada. Si conocía el destino del cuerpo de Eva Perón, es un misterio. Durante el simulacro de juicio popular que dicen haberle hecho en Timote, sus captores lo interrogaron sobre el destino de ese cadáver y Aramburu dijo que estaba sepulto en un cementerio de Roma. O mintió, o no sabía la verdad: el cadáver de Eva Perón, estaba enterrado bajo nombre falso en el Cementerio Maggiore de Milán.

Ese “juicio popular” fue grabado por Montoneros. Las cintas desaparecieron; al decir de los guerrilleros, fueron destruidas porque no hallaron lugar seguro para resguardarlas. Que un grupo de ocho personas secuestren a un teniente general de su domicilio, atraviesen el centro de la ciudad y hagan un traspaso de auto detrás de la facultad de Derecho, recorran casi cuatrocientos kilómetros de la provincia de Buenos Aires con el secuestrado en sus manos, lo alojen en el sótano de una estancia, lo sometan a “juicio revolucionario”, lo asesinen, sepulten su cuerpo en ese sótano estrecho y luego deban destruir un par de cintas de grabador Geloso porque no tienen donde esconderlas, suena a disparate logístico.

No es el único sitio por donde el relato guerrillero hace agua. El testimonio publicado en 1974 por “La Causa Peronista”, es de Firmenich. Atribuyen también su autoría a Norma Arrostito en un reportaje en conjunto hecho por el periodista Grassi. Sin embargo, Arrostito negó sus dichos. Lo hizo en circunstancias muy especiales. Había sido secuestrada por el grupo de tareas 3.3.2 de la Armada y estaba en cautiverio en el infierno de la ESMA. La mentira oficial la había dado por muerta en diciembre de 1977 en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad. Estuvo cautiva casi dos años y fue asesinada con una inyección letal por orden del jefe de aquel infierno, Jorge “Tigre” Acosta. Antes, el capitán de navío Molinari, que había sido jefe de la Federal durante la Libertadora y cabeza de las temidas “comisiones investigadoras” al peronismo, llegó hasta aquellas mazmorras para interrogarla. Quiso saber su versión sobre el relato montonero. Y Arrostito dijo, o Molinari relata que Arrostito dijo: “A mí me hacen aparecer narrando cosas que yo no dije. Eso se manejó desde otro nivel (…) No sé nada de lo que pasó en Timote porque acompañé a Firmenich hasta la Facultad de Derecho el día del secuestro. Conocía que Timote estaba incluido en los planes, pero no puedo agregar detalles. En eso andaba Pepe (por Firmenich)”.

 

Las teorías sobre el secuestro

Molinari publicó el resultado de su preocupación, casi una obsesión a la que correspondía el general Labayru, en un libro, “Aramburu – La verdad sobre su muerte”, editado por él mismo en 1993. Allí, Molinari sostiene pese al paso de los años, veintitrés desde el asesinato, la teoría conspirativa que involucra al gobierno de Onganía en el secuestro del general. Afirma que al año de su muerte el ex marino Francisco Manrique, que ya era ministro de Acción Social del gobierno del general Alejandro Lanusse, visitó a la viuda de Aramburu y así lo revela: “Manrique visita a la Sra. Sara Aramburu para entregarle el decreto por el que se da el nombre de Aramburu al Instituto Leloir. La señora de Aramburu insiste en la investigación. Manrique contesta que ‘no se puede investigar porque el responsable es el h… de Onganía’. Después de Manrique concurre el ministro Mor Roig quien le ratifica ‘que no es posible la investigación porque está comprometido el Ejército”.

Un comunicado de la Policía Federal que dice que toman conocimiento a las 11 horas  del secuestro de Aramburu, pero advierten que todo el mundo está acuartelado por el aniversario del Cordobazo. Eso retrasa el inicio de la búsqueda

Un comunicado de la Policía Federal que dice que toman conocimiento a las 11 horas del secuestro de Aramburu, pero advierten que todo el mundo está acuartelado por el aniversario del Cordobazo. Eso retrasa el inicio de la búsqueda

Manrique negó siempre haber dicho lo que Molinari dice que le dijo a la viuda de Aramburu. Arturo Mor Roig, que era ministro del interior de Lanusse y el cerebro civil de la apertura política que encaraba Lanusse y que contemplaba el retorno a la legalidad del peronismo, fue asesinado en 1975 por Montoneros. No fue el único asesinato relacionado con el crimen de Aramburu. El comisario Osvaldo Sandoval, jefe de Asuntos Políticos de la Policía Federal, fue asesinado por desconocidos en noviembre de 1970 en vísperas de declarar en el juicio por el caso Aramburu. Más de un testimonio, de los pocos que existen alrededor de este crimen, entre ellos el de Molinari en su libro, afirman que Sandoval, entre sollozos, anticipó su muerte al cura párroco de la Iglesia San Miguel: “porque había sido testigo de la muerte del Gral. Aramburu ocurrida en el Hospital Militar Central. Que tenía que concurrir al juicio oral y que antes del mismo lo matarían”. En 1974 Montoneros asesinó al jefe de la Policía Federal, comisario Alberto Villar y a su mujer. En diciembre de 1975, en Paraná, la guerrilla peronista asesinó al ex jefe de la Federal, general Jorge Cáceres Monié y a su mujer. Cáceres Monié había investigado el asesinato de Aramburu durante el breve gobierno de Roberto Marcelo Levingston, que siguió al derrocamiento de Onganía. Por último, el coronel de inteligencia Juan Carlos Mendieta, también involucrado en la investigación del caso Aramburu, fue asesinado en junio de 1976 se presume que por el ERP. También murió en circunstancias violentas, Blas Acébal, cuidador de la Estancia La Celma donde fue cautivo y matado Aramburu. Acébal apareció asesinado en su cama en diciembre de 1970, a seis meses del crimen, y luego de una visita a Timote del general Labayru.

Las duras afirmaciones de Molinari y de Labayru que ambos mantuvieron hasta que murieron, Labayru en julio de 1984 y Molinari en febrero de 1995, los dejaron expuestos poco menos que como fabuladores y como amantes de las teorías conspirativas: fueron negados, pero rara vez desmentidos. Para colmo de tantas extrañas coincidencias, el comunicado de “Montoneros” que anuncia el secuestro, el texto dice “la detención”, de Aramburu, las aumenta y coincide de manera un tanto elíptica con el pensamiento del grupo militar duro que rodeaba a Onganía: “Actualmente –dicen los guerrilleros con un inequívoco lenguaje castrense– Aramburu significa una carta del régimen que pretende reponerlo en el poder para tratar de burlar una vez más al Pueblo con una falsa democracia, y legalizar la entrega de nuestra Patria”.

La versión de Montoneros sobre el asesinato de Aramburu incluso le fue extraña al propio Perón. En el relato de “La Causa Peronista”, Firmenich narra que Aramburu, con un trapo en la boca, le responde “Proceda” a Abal Medina que le anuncia que va a ejecutarlo. “Qué bien hablaba Aramburu amordazado”, cuenta la leyenda que dijo Perón. La versión del asesinato que dio “Montoneros” afirma que “le pusimos un pañuelo en la boca”, aunque los testigos que en Timote vieron el cadáver hablaron de una “mordaza”. Los guerrilleros, que han contado y recontado la historia a gusto y conveniencia, ubicaron primero en la escena del crimen a tres miembros de la banda: Ramus, dueño de casa, quien lejos del sótano entretenía al casero Acébal, Firmenich a quien Abal Medina envió a una misión subalterna: “A mí me mandó arriba a golpear sobre una morsa con una llave para disimular el ruido de los disparos”, y el propio Abal Medina, que ejecutó a Aramburu.

De aquel grupo fundador de Montoneros sólo quedan vivas tres personas: Firmenich y Vélez Carreras, que estuvo integrado al kirchnerismo, y un guerrillero que permanece en el anonimato. En su libro “El Descamisado. Periodismo sin aliento”, Grassi duda de la versión que ubica en La Celma a sólo tres montoneros: Abal Medina, Firmenich y Ramus, y a Aramburu solo, frente a frente a su matador, en el instante final de su vida. El relato de Firmenich es bien vago e impreciso en algo tan trascendente como prometía el título del artículo en “El descamisado” que era: “Cómo murió Aramburu”. Relata Firmenich: “Fernando disparó la pistola 9 milímetros al pecho. Después hubo dos tiros de gracia, con la misma arma y con una 45. (…)” Pero el relato no aclaró en 1974 quién disparó los tiros de gracia, si el mismo Abal Medina, que entonces tenía dos armas, o hubo alguna otra persona en aquel estrecho sótano del que ya no quedan ni rastros en Timote.

La versión de Firmenich

Lo más impresionante de toda esta historia es que todas las voces hablan por una: por Firmenich. Como nadie queda vivo y Vélez está mudo respecto del pasado, es Firmenich el que habla por Abal Medina, por Aramburu y hasta por las armas que disparan; es Firmenich el que cuenta que Aramburu dice “proceda”, el que pide que le aten los cordones de los zapatos, es Firmenich quien se los ata, si eso sucedió, y es Firmenich quien en la voz de Aramburu pide por un sacerdote: algo imposible de complacer. La historia oficial de la muerte de Aramburu es la de Firmenich.

Grassi sugiere que hubo una persona más aquella fatídica mañana del 1 de junio de 1970, cuando Aramburu fue asesinado, si lo que cuenta Montoneros es verdad. Y Grassi cree que ese cuarto personaje era Emilio Maza, que murió el 8 de julio de 1970, un mes y siete días después del asesinato de Aramburu, en un tiroteo con la policía en el intento de Montoneros de copar el pueblo cordobés de La Calera. La lógica de Grassi es la de Montoneros. Abal Medina y Maza eran dos jefes del grupo; los dos habían subido al octavo piso de Montevideo 1053 y se habían llevado a Aramburu. Pero el relato de Firmenich no menciona a Maza en Timote. Por el contrario, en el relato oficial Maza, Arrostito, Maguid y el resto del grupo se queda en Buenos Aires luego del cambio de autos en la Facultad de Derecho: Arrostito y Maza probablemente a redactar y escribir los comunicados que darían nacimiento al grupo guerrillero.

Hubo un quinto montonero. Grassi recogió una versión que rondó durante años al grupo guerrillero, un dato suelto, y que hablaba de otra persona, además de Maza, en la escena del crimen. En su libro, Grassi cuenta que dio con esa persona, que exigió que no se revelara ni su nombre ni el sitio donde vivía, y a quien el autor llamó “El Otro”. Ese “otro” confirmó que Maza había estado en la escena del crimen y que él mismo había bajado al sótano junto a Aramburu y a Abal Medina. El relato de esa búsqueda y de una nueva modificación, otra más, en la escena del crimen, está narrada en el libro de Grassi y en la exhaustiva investigación de la periodista María O’Donnell “Aramburu – El crimen político que dividió al país – El origen de Montoneros”.

Ni siquiera los biógrafos de Aramburu, alejados de toda identificación con los bandos de aquella grieta, pueden dilucidar qué ocurrió en realidad. En su “Aramburu - La biografía”, Fraga y Pandolfi afirman: “Aramburu fue secuestrado y asesinado por un grupo nacionalista civil o militar, pero nadie sabe cuál fue la trayectoria de Aramburu prisionero (desde las 9.40 del 29 de mayo hasta, a lo sumo, 36 horas después) ni de Aramburu muerto (30 de mayo al amanecer) o enterrado (7 de junio) (…)”

Hace ya cuarenta y cuatro años, al cumplirse los diez años de la muerte de Aramburu, y para una investigación periodística de la revista “Gente”, que la dirección editorial decidió luego no publicar para atenerse a la versión montonera del crimen, el general Labayru dijo en off the record al autor de esta nota que el hijo de Aramburu tenía algo así como la llave del caso. Le pregunté quién era la persona que podía conocer parte de la verdad, y el general me dijo: “Eugenito. Hasta que él no hable…” Y no quiso ni aclarar su frase, ni ampliarla. Veinte años después, ya Labayru había muerto, creí quedar relevado de mi compromiso de mantener el off the record y publiqué en una nota aquel comentario misterioso de Labayru. Mi colega Ricardo Carpena entrevistó entonces al hijo del general para el diario La Nación, y comentó la afirmación de Labayru hecha en 1980. Eugenio Aramburu hijo expresó entonces un firme convencimiento y una inquietante posibilidad: “Mi padre murió en la forma que describieron sus asesinos. Sin que ello signifique descartar la colaboración de un sector del gobierno de Onganía”.

Si es así, mejor dicho si así fue, el secuestro de Aramburu no ocurrió tal como fue contado, el asesinato tal vez coincida con alguna de las varias versiones de Montoneros; pero el crimen que marcó la historia contemporánea de la Argentina todavía es un enigma.

 

 


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