República Argentina: 1:37:49pm

Editorial publicado por www.lanacion.com.ar

Los cuatro gobiernos kirchneristas intentaron volver el tiempo atrás con su versión digital de experimentos políticos analógicos basados en el adoctrinamiento y la coerción

Pocos años después del célebre mensaje de Ernesto “Che” Guevara a la Conferencia Tricontinental en La Habana (1967), cuando urgió a crear “dos, tres muchos Vietnams” para “derrotar al gran enemigo del género humano: los Estados Unidos de América”, al asumir Héctor J. Cámpora la presidencia de la Nación Argentina (1973) se ensayó aplicar un híbrido de marxismo y peronismo bajo el nombre de “socialismo nacional”.

Ese experimento contradictorio, que enfrentó a los seguidores de Eva Perón con el mismísimo general Perón, ha dejado profundas cicatrices en la cultura argentina que aún dañan el tejido social y dificultan su recomposición. Quizás sean los aspectos más difíciles de cambiar en la difusa “batalla cultural” a la que convocan los libertarios, pues integran el sistema de ideas y creencias de muchos argentinos, a pesar de las desdichas que esas fes compartidas acarrean.

La liberación de delincuentes en la pandemia, la inseguridad que asuela hoy y el incansable rotar de la “puerta giratoria” policial son directos legados de aquel garantismo irresponsable que pregonaba Héctor J. Cámpora en su discurso inaugural como presidente de la Nación.

Guevara pretendía crear el “hombre nuevo”, solidario y altruista para construir una sociedad sin clases ni plusvalías. Donde todo fuese gratuito, no hubiese otro mérito que la lucha armada ni otro esfuerzo loable que el realizado en colectivo. Sin embargo, como la Argentina era un país de clases medias, reacias al socialismo, Cámpora mantuvo la propiedad privada de los medios de producción, aunque en manos de empresarios amigos de su ministro Gelbard: la nueva “burguesía nacional” embebida de conciencia antiimperialista para asegurar sus privilegios. Es el modelo nac&pop que aún prevalece en el negocio del juego, en actividades protegidas, en derredor de las empresas públicas y en feudos provinciales.

El peronismo clásico no promovía la lucha de clases sino la “comunidad organizada” donde el Estado intervendría a favor de la clase obrera para equilibrar su fuerza negociadora frente a los empresarios. El mecanismo de ascenso social propuesto por Perón era la inserción regular en la estructura productiva para mejorar así, a través del empleo dependiente, las condiciones de vida de la clase trabajadora. Pero el discurso inaugural del 25 de Mayo de 1973 reflejó un giro conforme a las ideas importadas de Cuba, adaptadas al dichoso “ser nacional” sacralizado por militares y peronistas.

Las palabras esfuerzo, mérito, excelencia, evaluación, calificación, puntaje, aprobación y reprobación, premio y sanción, orden y disciplina, competencia y eficiencia, estabilidad y moneda sana fueron censuradas, tanto en la escuela como en la economía, tanto en la justicia como en la administración

El objetivo de su gobierno, anunció Cámpora, sería la “liberación” del pueblo argentino, sometido por décadas de “entrega” de las riquezas nacionales a costa del sufrimiento popular y cuya recuperación se había frustrado en 1955. Para los intelectuales que modelaron su doctrina, la liberación debía ser también cultural, con una revolución que demoliese los valores impuestos por un capitalismo apátrida. A través de docentes militantes y los diversos medios se difundió una narrativa contraria a la iniciativa personal por fomentar el individualismo, propio de la sociedad burguesa. “La Patria no se vende” dijeron entonces y lo repiten todavía, cuando ya no dejaron nada.

El ingrediente marxista fue agregado por J.J. Hernández Arregui, Rodolfo Puiggrós, John W. Cooke y otros, identificando al imperialismo anglosajón como origen de todos los males y a la dependencia como estrategia de dominación. El lunfardo de Arturo Jauretche dio letra a esa simbiosis, con sus “antipatrias” y “cipayos”, mientras se desempolvó a Raúl Scalabrini Ortiz para demostrar que los miles de kilómetros de vías férreas eran parte de un plan de apropiación y no de desarrollo.

“La patria no se vende”, decían efusivamente durante los años 70 y lo siguen repitiendo todavía cuando ya no queda nada porque lo han saqueado todo.

“La violencia es síntoma de una sociedad injusta”, dijo aquel en su mensaje. “Removamos la injusticia, pero no pongamos en la cárcel a nuestros jóvenes”. Ese mismo día se liberaron los presos de la cárcel de Villa Devoto conforme la doctrina de “no criminalizar” la protesta ni la subversión. Y continuó: “Serán erradicadas las normas para coartar la reacción contra un orden injusto”. La liberación de delincuentes en la pandemia, la inseguridad que asuela hoy y el incansable rotar de la “puerta giratoria” policial son legados de aquel garantismo irresponsable.

Luego de saludar al “sufrido y valiente” pueblo vietnamita, Cámpora prometió solidaridad “con las luchas antiimperialistas para abolir colonialismos”, fortaleciendo vínculos con los países de América Latina con “igual vocación por su liberación”. La denuncia de Cristina Kirchner contra el “anarcocolonialismo” del presidente Milei, explica su admiración por Cuba, Nicaragua y Venezuela, naciones cuyos pueblos emigran a Estados Unidos, en botes o caminando, para liberarse de sus libertadores.

Según Cámpora, la Justicia debía ser independiente, pero también eficaz, con ideas alineadas “al compás del sentimiento público”; es decir, sometida al Poder Ejecutivo. En cuanto a la educación, su “transformación revolucionaria rompería con la dependencia ideológica” a través del adoctrinamiento, como aún ocurre en la provincia de Buenos Aires. Las universidades serían para enseñar, formar y capacitar conforme los “objetivos nacionales” para la liberación. Y el rol del intelectual, el científico, el escritor y el artista, desde “su función social”, debería ser “aplicar su genio al acrecentamiento de la cultura del pueblo y la liberación de la patria”. Esas frases de 1973 son aún textos de pancartas que se agitan en marchas de 2024.

Aquella experiencia, que solo duró 49 días, fue remasterizada tres décadas más tarde y utilizada durante casi 20 años por los cuatro gobiernos kirchneristas que intentaron volver el tiempo atrás, con su versión digital de aquellos experimentos analógicos. Si la “liberación” económica implicó el aislamiento y la autarquía, en materia cultural tuvo por objetivo pauperizar a la clase media, proverbial enemiga del socialismo por su defensa de las libertades y del derecho de propiedad.

Las palabras esfuerzo, mérito, excelencia, examen, evaluación, calificación, puntaje, aprobación y reprobación, premio y sanción, orden y disciplina, competencia y eficiencia, estabilidad y moneda sana fueron censuradas, tanto en la escuela como en la economía, en la justicia como en la administración, por ser herramientas del capitalismo para imponer una “falsa conciencia” a los desposeídos.

Aquellos valores, propios de la modernidad y el progreso, fueron sustituidos por la gratuidad de lo costoso, el derroche de lo escaso, el descuido de lo público, la ocupación de lo ajeno, la degradación del orden, el menosprecio de la autoridad y la destrucción del ahorro. En materia educativa se plasmó mediante la promoción sin exámenes, la eliminación de la repitencia, el abandono de las calificaciones, el cuestionamiento a los profesores, el ingreso universitario irrestricto y sin límites para terminar las carreras. El falso garantismo fue correlato judicial de aquella filosofía camporista que justificó a los “jóvenes” terroristas de entonces: “La violencia de arriba engendra la violencia de abajo”. Por tanto, quien delinque por necesidad no es culpable, sino la sociedad que lo ha excluido.

Esa regresión desarticuló el capital social que la Argentina había construido durante décadas de educación pública para cohesionar, con valores compartidos, una sociedad aluvional y diversa. Cuando el kirchnerismo abrió la Caja de Pandora del 73 y demolió la cultura del trabajo, del mérito y del esfuerzo, se rompieron los lazos que ligaban, con celeste y blanco, a los argentinos entre sí. Se adoptaron incentivos perversos y, ante el ejemplo de los gobernantes, todos buscaron depredar lo colectivo. No se creó una sociedad próspera de iguales, sino de pobres, sujeta a una nueva hegemonía que la sometió con empleos redundantes, contratos de favor, subsidios indiscriminados, planes de sumisión, tarifas congeladas y dólares racionados. Luego de dos décadas, el ensayo regresivo de derechos sin obligaciones, provocó inflación, crisis familiares, abandono escolar, informalidad, cuentapropismo e inseguridad.

Ahora se debe cerrar esa cicatriz y volver a alinear los incentivos para que las conductas se impulsen conforme a los valores de la Constitución nacional. Pues no habrá progreso material ni igualdad de oportunidades ni cuidado de los más vulnerables sin recursos genuinos generados por la iniciativa privada, propulsada por aquellos móviles que se intentaron extirpar, en nombre de un igualitarismo fraudulento.

 


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