República Argentina: 7:36:49pm

Mejorar nuestro sistema de Defensa robustece la libertad de los argentinos y mejora la calidad de vida de quienes habitamos este suelo

Por Bryan J. Mayer publicado en www.lanacion.com.ar

En cualquiera de los cursos de la Escuela Superior de Guerra de las Fuerzas Armadas argentinas se prepara a los futuros oficiales de Estado Mayor con una premisa clara a la hora de impartir una orden: al subalterno se le debe dar una misión y, consecuentemente, los medios para poder cumplirla. Si no, es un absurdo. La adquisición de los F-16 (una compra aeronáutica nunca vista en los últimos 50 años) viene a nutrir ese faltante que tienen los militares locales cuando se habla de control del espacio aéreo, de mínima, y de que deben estar preparados para la guerra, de máxima.

Con la compra firmada por Luis Petri en Dinamarca, no solo se materializa parte de una solución a una necesidad ya reconocida por las anteriores administraciones, sino que la Argentina recupera la capacidad supersónica tras 10 años desde que desactivaron los Mirage. Ante este dato, rápidamente celebrado por los conocedores de la materia, es lógico que algún lector se pregunte por qué es tan importante. Para ponerlo en términos que a todos nos resultan fáciles de entender, podemos asimilar el escenario geopolítico actual, y el rol de nuestro país, con un torneo de fútbol: mientras otros equipos son integrados por los seleccionados de sus respectivos países, la Argentina compite con un equipo de barrio.

Un aspecto relevante es que la Argentina, por primera vez, podrá integrarse con medios físicos en escenarios complejos basados en redes (Network Centric), donde una aeronave F-16 –gracias a sus capacidades de comunicación y transferencia de datos– puede actuar en más de un dominio (aeroespacial, terrestre, marítimo, electromagnético, cyber) a la vez, de esta forma, compartiendo información en tiempo real para activar sistemas de defensa aérea o actuando activamente en el espectro electromagnético para incrementar las capacidades de supervivencia de las aeronaves. Esto, sus sensores multiespectrales y las capacidades de proteger sus señales de navegación y comunicaciones, lo convierten en un avión listo para afrontar cualquier desafío operacional en los próximos años.

La completa panoplia de armas que integran el F-16 le permitirán cumplir misiones de defensa aérea, protección de espacios terrestres y marítimos, apoyo a nuestras tropas y de reconocimiento, logrando una precisión de efectos nunca vista en nuestro instrumento militar, con mínimas posibilidades de daño colateral y permitiendo actuar a grandes distancias. Es decir, logrará efectos positivos no solamente en la Fuerza Aérea, sino también en el Ejército Argentino y la Armada.

En el sentido de la integración con otros actores globales, la compra autorizada por el Presidente se da la mano con la intención de ser socios globales de la OTAN, el organismo multilateral político-militar más importante del planeta. De concretarse esta posibilidad, impulsada por el ministro de Defensa argentino, nos obligará a aumentar los estándares de nuestro Estado en material general y específicamente militar, luego de más de 40 años de desinversión y desfinanciamiento en el área. La actual administración se está comprometiendo y obligando a sí misma a mejorar el instrumento militar argentino. Tener aviones supersónicos es un factor básico para reconectarse con el mundo en términos militares, y un excelente puntapié para demostrar con hechos lo que se viene sosteniendo en lo discursivo desde la actual gestión, cuando se menciona la necesidad de reconocer la labor incansable de los hombres y mujeres que visten un uniforme militar. Es permitirles, particularmente, un cambio de mentalidad, de foco, de estímulo y de metas a los integrantes de la Fuerza Aérea Argentina.

La compra de sistemas de armas avanzados, como las aeronaves en cuestión, exige no solo el mejoramiento de la infraestructura (pistas, talleres, depósitos, centros de control, radares, etc.) sino también mayor profesionalización de nuestros militares. Desde la elevación del nivel mínimo de manejo del idioma inglés, los diversos procedimientos para operar con F-16 como parte de la flota aérea, hasta el uso de medidas de contrainteligencia más complejas, que obligan replantear la confidencialidad de la información en las fuerzas, ya que se convierten en depositarias de capacidades y tecnologías presentes en otros 26 países operadores del sistema, pudiendo afectar la seguridad nacional no sólo de la Argentina sino de otros Estados, donde se encuentren presentes estas capacidades. Como se ve, son innumerables las medidas que deben adoptarse para ser eficaces en el empleo de dichas aeronaves, su equipo y armamento.

Pero sin mirar tan lejos, la capacidad supersónica permite a la Fuerza Aérea Argentina participar de igual a igual en ejercicios combinados aéreos con países de la región, como Chile y Brasil, en el marco de entrenamientos en los que también participan potencias como Estados Unidos, Francia, Italia o Alemania. Esto no era posible actualmente por la falta de medios que nos afecta.

He postergado, pero no restándole la relevancia que posee, distinguir parte de la esencia de esta adquisición: devolverle a la Argentina un nivel mayor de defensa de su propia soberanía. Nuestro país no pudo por sí mismo asegurar la integridad de los participantes de la cumbre de presidentes del G-20, cuando la sede fue Buenos Aires, algunos años atrás, y se debió solicitar apoyo a buques estadounidenses para evitar la otra alternativa: alquilar aviones de combate a un país vecino.

Mientras algunos aseguran que en la Argentina no hay riesgos de conflictos o que vivimos en una región pacífica, los movimientos y tendencias del resto del mundo nos demuestran que muchos intereses se están dirimiendo a través de las armas. Nuestro territorio es fuente de recursos naturales muy deseados por actores internacionales, y nos puede ubicar en una incómoda mesa de negociaciones más temprano que tarde. Debemos, ahora, elegir cuán preparados pretendemos llegar a ese momento. O mejor aún: hacernos tan fuertes que esa compulsa indeseada nunca llegue.

Por otra parte, en un mundo tan convulsionado, mejorar las herramientas de protección de los Objetivos de Valor Estratégicos (OVE) debe ser prioritario para cualquier gobierno. La Argentina está cortando la inercia de desprotección de su sistema energético, de represas, del espectro cibernético, financiero y tantos otros puntos críticos que merece el reconocimiento.

Nadie busca hacer apología de lo bélico. Al contrario, la adquisición de armas modernas responde al reconocido lema: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”. La compra de F-16 sirve para incrementar el poder de disuasión y persuasión de la Argentina. En este caso específico, para cuidar la soberanía de todos los argentinos y salvar la violación del espacio aéreo. No solo buscando evitar escenarios hipotéticos en los términos tradicionales de conflictos armados (guerra entre Estados, a través de sus ejércitos regulares), sino también para hacer más difícil vulneraciones generadas por actores que puedan integrar redes terroristas (como las que ya atentaron en nuestro país); narcotraficantes (como las que venían haciendo y deshaciendo en nuestras fronteras) o de cualquier otro origen y motivación.

Incrementar el poder militar colabora a invitar a quienes amenazan y atentan contra nuestros intereses vitales como nación a repensar sus operaciones en nuestro suelo y a evitar que sigan haciéndolo, con todo el impacto que eso tiene en la vida cotidiana de nuestros ciudadanos, cuando vemos el derrame de sangre en Rosario, en el conurbano bonaerense, o la libertad con la que los aviones narcos aterrizan en nuestra frontera, implicando la pérdida de miles de vidas inocentes. Indirectamente, mejorar nuestro sistema de defensa robustece la libertad de los argentinos y mejora la calidad de vida de quienes habitamos este suelo.

 

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