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La vez que diez argentinos llegaron al Polo Sur en seis tractores

Alfredo Pérez murió a los noventa años y era el último con vida de la Operación Noventa, la campaña que condujo por tierra por primera vez a una decena de expedicionarios hacia el punto más austral del país y del planeta. La historia de una travesía que duró 67 días y que tenía como finalidad consolidar y expandir la presencia en el sector antártico argentino

por Milton Del Moral (publicado en Infobae)

 

 En dos años que estuvo en el continente blanco, Alfredo Pérez recorrió nada menos que 16 mil kilómetros de los cuales dos mil los hizo en la campaña que llegó al Polo Sur en 1965

“Hay un programa, posiblemente vayamos al Polo Sur. Tengo que formar un equipo de diez mecánicos y me gustaría contar con vos”, le dijo Ricardo Ceppi por teléfono. Se conocían por haber compartido talleres y misiones como mecánicos del ejército argentino. Alfredo Florencio Pérez ya había estado un año en la Base General Belgrano, una estación científica permanente y argentina instalada en la Antártida. La propuesta lo entusiasmaba: participar de la primera expedición terrestre que llegara a pisar y conquistar el punto más austral del mundo y del país, el vértice inexplorado del fondo del mapa. Pero Ceppi le agregó, pronto, un aliciente a la invitación: “Mirá que son dos años”.

Su reacción fue automática: “Uh, mi mujer me mata”. Convivía con su esposa, “la gallega”, y tenía 31 años y una duda existencial: cómo perseguir su anhelo sin comprometer su matrimonio. El tiempo fuera de su casa iba a ser recompensado con un ingreso económico sustancial. Esa remuneración sirvió para compensar su partida temporal: finalmente podrían comprar su casa. Su esposa comprendió y Pérez confirmó su presencia. En una entrevista escrita por Mariano Chaluleu y publicada en La Nación, contó cuál fue la respuesta de Ceppi: “Bárbaro, agarrá tus cosas y venite para acá”.

Fue la primer expedición terrestre organizada por Argentina para alcanzar los límites del Polo Sur, una misión que buscaba demostrarle al mundo la capacidad del país para alcanzar todos los rincones de su extenso territorio

Acá era la Base General Belgrano que el ejército ocupaba en la barrera de Filchner. Se instalaron a finales de noviembre de 1963. Establecieron un propósito moral. Realizar observaciones científicas y comprobar técnicas de geología, gravimetría y meteorología eran objetivos secundarios. “Nunca se trató de algo personal: lo hicimos por la patria. Si la patria era soberana de La Quiaca al Polo Sur, había que ir al Polo Sur”, confesó. Para el coronel de caballería Jorge Edgard Leal, líder de la expedición, había una pretensión patriótica en una gesta que evidencie “la capacidad argentina de alcanzar todos los rincones de lo que considera su territorio soberano” para ocupar, dominar y administrar hasta los últimos reductos del espacio nacional.

En los preparativos, se dedicaron a estudiar las vías de acceso, las condiciones del terreno, la mecánica del asalto, los instrumentos y recursos a utilizar, contemplar las inclemencias y los imprevistos, planificar una base secundaria de operaciones para el almacenaje de víveres y combustibles. Eligieron el vestuario, el equipamiento, las provisiones y los vehículos: trineos de arrastre, dieciocho perros, seis tractores snowcats nuevos comprados en Alaska, acondicionados con mejoras en calefacción y dotados de herramientas funcionales a la epopeya.

El grupo de expedicionarios estaba compuesto por el coronel Jorge Edgard Leal, el capitán Gustavo Adolfo Giró, el suboficial principal Ricardo Bautista Ceppi, los sargento ayudantes Alfredo Florencio Pérez y Julio César Ortiz, los sargento primeros Roberto Humberto Carrión, Domingo Zacarías, Jorge Raúl Rodríguez y Adolfo Oscar Moreno, y el cabo Oscar Ramón Alfonso

 

Iban a penetrar en un mundo desconocido. Leal lo describió en un relato íntimo como “una tierra en donde se enseñorea una naturaleza hostil –la más fría y tempestuosa del planeta- reacia a los hombres, perros y máquinas y donde las tormentas polares y las interferencias magnéticas anulan las comunicaciones y afectan los instrumentos volviéndolos inexactos e influyendo, por lo tanto, en la inteligente confianza que el hombre debe depositar en los mismos. Un lugar donde los lubricantes se convierten en sebo y los metales se cristalizan, donde las mejores aleaciones se quiebran al desintegrarse la materia”.

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