La mañana del 17 de febrero de 1977 sería testigo de la “Operación Gaviota”, palabras elegidas para nombrar al atentado que se iba a perpetrar contra el dictador que se había apropiado de la democracia argentina.

En la segunda mitad de 1976, al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) lo habían diezmado por la muerte y desaparición de sus máximos dirigentes: Mario Santucho, Benito Urteaga y Domingo Menna, ocurridas el 19 de julio de ese mismo año. La sed de venganza de los que quedaron en la máxima conducción, decidieron llevar a cabo el plan más siniestro que había planeado esa organización terrorista. La cúpula decidió convocar a Eduardo Miguel Streger para que esté al frente de la misión de alto voltaje.

La venganza empezó a tomar forma cuando un oficial de inteligencia del ERP consiguió los planos de la red de tuberías del Arroyo Maldonado que atraviesa la ciudad de Buenos Aires de oeste a este. Un informante de la guerrilla, que consiguió los documentos en plena dictadura, hizo una copia y se los entregó al agente de inteligencia. Una vez que los jefes del ERP pudieron verificar que el entubado pasaba exactamente por debajo de la pista del aeropuerto Jorge Newbery, ubicado al lado de la Costanera porteña, advirtieron que lo único que debían conseguir era la agenda de viajes presidenciales.

Para cumplir su objetivo necesitaban conocer cada día y hora de los futuros vuelos para hacer coincidir uno y así volar por los aires a Videla y a todos sus acompañantes. El atentado se fijó para el 17 de febrero a las 8.30, momento en que el avión se dirigiría a Bahía Blanca. El costo en vidas iba más allá de los blancos elegidos, también morirían el piloto y la tripulación que viajaran en el Fokker F-28.

Una vez que los guerrilleros estudiaron los planos, acondicionaron y reformaron una furgoneta: hicieron un agujero en el piso con el objetivo de descender a una boca de tormenta, sin siquiera abrir las puertas, para no despertar sospechas. Una noche de calor, el chofer de la camioneta se estacionó unos minutos sobre una de las tapas de acceso, Streger y su segundo ataron unas sogas y, munidos de linternas y planos bajaron dispuestos a recorrer “la escena” elegida para ejecutar el plan. Tras pocos minutos, el vehículo arrancó y nadie se enteró de lo que estaba sucediendo en el subsuelo del Aeroparque metropolitano.

 

Esa noche pudieron hacer poco porque a medida de que se acercaban a la desembocadura del Maldonado, el caudal del agua aumentaba, a eso se le sumaba la lluvia que cayó en esos días, lo que hacía más compleja la misión. Compraron un bote de fibra de vidrio. Debían poner dos poderosas cargas de explosivos en el techo del arroyo, justo debajo de la pista del aeropuerto y hacerlas detonar el día y la hora exactos en que el dictador se dispusiera a viajar.

 

Para que el éxito fuera rotundo, los guerrilleros usaron el explosivo de uso militar por excelencia, el Trinitrotolueno (TNT), también conocido como trotyl. Lo cierto que es no era fácil de conseguir las cantidades que requería el operativo, así que decidieron combinarlo con gelamón, un carga explosiva menos estable, pero que al activarse junto al trotyl produce una altísima potencia.

 

Dado que las dos cargas iban a ser instaladas en el arroyo, fueron cerradas herméticamente con sus respectivos detonadores incorporados. Las trasladaron en el bote hasta debajo de la pista, entre las dos pesaban 130 kilos. Había llegado el momento de colocar el explosivo a corta distancia. El primero debía explotar una vez que el avión presidencial hubiera tomado impulso y empezara a decolar, el objetivo era sacudir a la nave y eventualmente derribarla. Al segundo explosivo lo harían detonar casi de inmediato y sería el encargado de expulsar los pedazos de hormigón de la pista, que actuarían como proyectiles letales sobre el Fokker.

 

Ya estaba todo listo. Tenían hombres apostados cerca de la pista, los que se comunicaban a través de walkies talkies con Streger y su segundo; una vez que recibieran la señal, tocarían los dos botones que acabarían con la vida de Videla, de la comitiva la pista y de la tripulación.

 

El avión, que se demoró solo diez minutos en tomar vuelo, no entorpeció los planes de la banda guerrillera. Todo salió como estaba previsto. El centinela principal dio la señal que Streger y su asistente estaban esperando: entonces, sin dudar, apretaron los botones asesinos.

 

La misión finalmente falló. Dos episodios hicieron salir de su cauce los planes creados por los cerebros del “Operativo Gaviota”. Como la nave llevaba poco combustible y, por consiguiente, tenía menos peso, se elevó en un ángulo mayor al previsto, la primera bomba explotó pero la onda expansiva apenas sacudió al avión. La segunda, la más letal, directamente no explotó. De inmediato, el Tango 02 aterrizó en la base aérea de Morón sin daños, pero habría sido letal si la segunda carga hubiera cumplido su objetivo. Salvaron su vida Rafael Videla, el entonces ministro de Economía, José Martínez de Hoz, y otros militares, como Albano Harguindeguy.

 

Quién era Eduardo Streger

 

Eduardo Miguel Streger, nacido en Banfield en una familia trabajadora de clase media, estudió en el colegio privado y bilingüe William Shakespeare, cuya currícula de inglés está respaldada por la Universidad de Cambridge. Después pasó por el Antonio Mentruyt, un colegio público que daba el título de maestro y llevaba el nombre de Escuela Normal.

 

A Eduardo lo apodaban “el Fino”, por su flacura extrema y una altura destacable. Además de estudioso, Streger era dueño de una destreza particular: en el piano podía ejecutar La Polonesa de Federico Chopin con la misma pasión que sentía al tocar Mediterráneo de Joan Manuel Serrat. Sus hobbies eran los de cualquier chico curioso: cantaba, tocaba la guitarra y tenía su propio laboratorio para revelar fotografías. En apariencia, se trataba de un adolescente feliz que vivía con su hermana Mónica y sus padres. A los 20 años enfermó de una hepatitis que lo tuvo postrado varios meses, cuando se repuso tiempo después, se sumó a las filas del ERP con el apodo “la Tía”. Pero el 8 de julio de 1971 lo detuvieron junto a Martín Marcó, Pedro Cazes Camarero, Alicia Sanguinetti y “el Galleguito” Rodríguez, con quienes había preparado varios bidones de nafta que llevaron hasta la avenida Libertador, cerca del Monumento de los Españoles. El objetivo era incendiar el palco donde el dictador Alejandro Lanusse iba a presenciar el desfile por el Día de la Independencia. Algo salió mal, ya que los movimientos sospechosos llamaron la atención de la policía, que evitó el atentado. “La Tía” y sus camaradas fueron a parar al penal de Villa Devoto.

 

Una vez que se enteraron que los llevarían a declarar al Palacio de Tribunales, planearon la fuga con un mínimo apoyo exterior. Desde un despacho del segundo piso, con una ventana que daba sobre la calle Lavalle, donde los esperaban unas motos para un escape exitoso. “Galleguito” Rodríguez, tuvo la fortuna de saltar, salir ileso y subir a una de las motos. Pero no todos tuvieron la misma suerte: Marcó, Cazes y la “Tía” volvieron a la cárcel.

 

Una vez que recuperó la libertad, Streger volvió a las filas del ERP, donde pasó a ser instructor de guerrilleros. Un día, mientras enseñaba el uso de armas, sin querer terminó descargando el arma en sus pies. Aunque no le dejó secuelas, ya avezado en las lides de la clandestinidad llegó a ser “el teniente Martín”.

 

Está desaparecido desde 1977.

 

El otro atentado...

 

Un año antes, en octubre de 1976 “una bomba, que los peritajes técnicos estiman en más de un kilogramo de trotyl, estalló a las 12,20 en la tarima de la que Videla y los jerarcas del Ejército habían dejado justo dos minutos antes: 12,18″, según señaló el diario mexicano Excelsior. El atentado contra el presidente de la dictadura y la cúpula castrense había ocurrido “en un inexpugnable campo militar -agregó el medio-. En el palco desde el cual Videla había observado el desfile conmemorativo del Día del Arma de Comunicaciones”.

 

Eran épocas donde el horror brotaba hasta de las piedras. Campo de Mayo fue la mayor unidad del ejército, pero también funcionaba un centro clandestino de detención, apodado El Campito, donde dieron a luz embarazadas secuestradas, cuyos hijos aún se buscan. El diario mexicano no podía conocer esos datos, ni que en el mismo Videla estaría preso por delitos de lesa humanidad.

 

Los que tenían a cargo la protección de Videla informaron a los Estados Unidos que “la detonación ocurrida el 2 de octubre en Campo de Mayo fue un “incidente extremadamente grave-. Aunque los militares intentan bajar el tono del hecho y, como resultado de la vergüenza, tratan de dirigir la responsabilidad a la rama civil del gobierno, es decir los trabajadores municipales”.

 

La tarima bajo la cual se había puesto la bomba, sin embargo, había sido revisada “quince minutos antes de que Videla ocupara el lugar” por expertos en explosivos del ejército, que habían hecho “un examen exhaustivo” y “no habían encontrado pruebas del dispositivo”.

 

Y en una tercera comunicación, la embajada estadounidense explicó el punto más preocupante del “primer intento de asesinato contra Videla desde que asumió el poder en marzo”: que el estallido de la bomba, detonada dos minutos después de que el dictador se moviera del lugar había “ocurrido dentro de una instalación militar fuertemente custodiada, al oeste de Buenos Aires, y representa un aumento en la capacidad de los terroristas de penetrar la seguridad militar”.

 

El texto también subrayó que “significativamente, durante su discurso el presidente había afirmado que las guerrillas habían perdido la guerra pero ‘podría ser que produjeran todavía algunos hechos resonantes’”.

 

En el comienzo de la investigación sobre el atentado, la embajada había creído que la cantidad de explosivos era de “4 onzas de TNT”, algo más de 100 gramos de dinamita, pero poco tiempo después corrigió la información: había sido “un bloque entero de una libra” (casi medio kilo). “Si la bomba hubiera estallado mientras Videla estaba en la tarima, él habría resultado gravemente herido y podría haber muerto por los fragmentos”.