El Centro Naval, institución centenaria, creado el 4 de mayo de 1882, por un grupo de  jóvenes oficiales de la Armada Argentina que buscaron con ese acto jerarquizar la  profesión naval se siente en la obligación de contextualizar las inquietudes de sus  socios. El Centro Naval, nuclea a muchos marinos, sea cual fuera su estado de revista,  la jerarquía alcanzada o el lugar que hayan ocupado en la Armada. Los que alguna  vez lucieron el uniforme azul con la doble hilera de botones y el luto por Brown, sienten  de una manera idéntica, que aquellos fundadores de la Institución.  

Ese sentimiento sigue vivo por una entidad común, el mar. Aristóteles alguna vez dijo  que había tres clases de hombres, los vivos, los muertos y los que están en el mar. El  mar hace al marino, el mar demanda una conducta, que la tripulación del ARA “SAN  JUAN”, honró, estamos seguros, hasta su último aliento.  

El mar puede ser para muchos, sinónimo de tranquilidad, de esparcimiento o de paz,  pero es necesario conocer otras facetas; la de enfrentar los temporales que obligan al  respeto o la del combate frente a un enemigo en el mar, lo conocen aún más. Al mar  no se le teme, pero sí se lo respeta.  

El mar puede ser impredecible, no permite la improvisación, puede ser cambiante,  obliga a ser flexibles, es poderoso, obliga a trabajar como un equipo sincronizado, no  perdona los errores, obliga a la previsión, el mar tiene una fortaleza infinita y lleva a  dar el máximo esfuerzo, pero aun así puede no ser suficiente y hacerlo sucumbir.  

El mar obliga a tener en vista la meta final, pero hay que concentrarse en la próxima  ola. La tempestad, el combate obliga a que cada tripulante se concentre en su deber  específico, las máquinas, la derrota, las señales, los servicios, pero mientras cada uno  cumple su deber particular hay una figura que es el engranaje central y motor de esa  entidad: el COMANDANTE.  

El comandante es una roca que permanece firme, es ante todo un reservorio de  fortaleza y seguridad, una voz que transmite calma y un padre que vigila y vela por sus  hijos. 

 

Todos confían en él y él confía en todos; buque, tripulación y comandante son una sola  cosa. Ningún buque sale a navegar si todos y cada uno no confía en las otras partes.  Los marinos saben que el buque tiene ALMA. Ese buque confía en ese Comandante  y en sus hombres; esos hombres confían en su Comandante y en su buque y el  Comandante confía ciegamente en sus hombres y en su buque.  

Ningún marino sale a navegar sin esa confianza recíproca. Es por eso que el  comando en el mar reviste una complejidad y una responsabilidad que no puede  entenderse sin vivirse.  

El mar es lejanía, es aislamiento, es incomodidad, es saber cuándo se zarpa, pero no  si se vuelve o cuando se arriba. Es la incertidumbre sobre la llegada del auxilio, es la  certeza absoluta que, en el mar, uno está sólo y sólo uno debe decidir.  

A veces el mar nos muestra su poder despiadado, a veces al mar se suma un  desperfecto imprevisto, a veces sucede en el peor momento y a veces en el peor lugar.  A veces todo ello ocurre junto, eso le pasó al SAN JUAN el 15 de noviembre de hace  tres años.  

Pero abordo había marinos, abordo había un Comandante, ellos eran un equipo con  su buque, todos confiaban en todos y dieron lo máximo.  

Nadie puede juzgar lo que ese Comandante hizo, él siempre es el mejor ubicado y  capacitado para decidir, por eso es el Comandante, por eso nadie puede permitirse  desde sotavento de una escollera, decirle a él, a su buque y a sus hombres qué hacer.  Sólo el Comandante puede, debe y está obligado a decidir: su buque y sus hombres  así lo demandan.  

El COMANDANTE en el Mar jamás debe pedir permiso, aunque alguna vez tenga que  solicitar indulgencia.  

A veces a los marinos que ansían el mar les toca quedarse en tierra, ejercer el  Comando desde ahí. Ello exige una prudencia y un equilibrio inigualable, pues ese  comandante en tierra debe recordar lo que él sentía en el mar, debe recordar que él  está obligado a respetar al Comandante en el Mar y cederle toda la libertad de acción  que su cargo requiere.  

Joseph Conrad, un marino de alma, escribió sobre esa figura capital del servicio en el  mar. En cada barco hay un hombre que, en la hora de emergencia o peligro en el mar,  no puede recurrir a ningún otro hombre. Hay uno que es el único responsable de la  navegación segura, del rendimiento de ingeniería, de los disparos precisos y de la 

 

moral de la nave: el COMANDANTE. Él es el barco. Esta es la tarea más difícil y  exigente en nuestra Marina y en cualquier Marina del mundo.  

El “SAN JUAN”, aún hoy tiene un Comandante, todavía está abordo, junto a su buque  y sus hombres; él era ese hombre que nadie, absolutamente nadie puede reemplazar  ni juzgar. El señor Capitán de Fragata D. Pedro FERNÁNDEZ es el COMANDANTE,  sigue confiando en sus hombres y en su buque, como ellos confían en él y en el buque.  Ellos no están muertos, ni vivos, ellos están en el mar, de Patrulla custodiando nuestro  mar.  

La vigilia del resto de los marinos vivos obedece a una preocupación: sólo los marinos  saben las exigencias del mar, entienden a nuestros camaradas, saben que pudo haber  errores, pero jamás mala intención. Están preocupados porque los conceptos que  expresamos son sagrados para los marinos de todas las épocas y de todo el mundo.  

El Centro Naval aguarda que el Consejo de Guerra en su decisión resguarde estos  principios, valores y votos, porque de otra forma se estaría cambiando la esencia de  la profesión del marino y la ancestral figura del Comandante en el Mar. Este concepto  es lo que el Centro Naval procura resguardar y proteger de modo que el resultado de  las actuaciones permita al señor Comandante, el Capitán FERNÁNDEZ, a su buque y  a su tripulación continuar su guardia en paz.  

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 18 de marzo de 2021.  

CENTRO NAVAL