Por Jorge Reta publicado en www.infobae.com
El objetivo primordial de una política de defensa es el resguardo de los intereses nacionales, cada vez más interdependientes en el mundo de la posguerra fría
La nubosa mañana del martes 16 de abril resultaba todavía muy fresca para esta época del año. Sin embargo, la atmosfera en el calefaccionado hangar de la Real Fuerza Aérea Danesa era de júbilo contenido indescriptible, compartido en nuestro país por todos aquellos que habíamos esperado más de dos años de idas y contramarchas, las firmas que estaban a punto de rubricar definitivamente el contrato para la compra de 24 aviones F-16, que incluyó repuestos, adiestramiento e incluso todo el armamento de última generación solicitado por la Fuerza Aérea Argentina.
Al margen del trascendental hecho geopolítico histórico donde estuvimos a punto de caer en la opción no deseada del competidor asimétrico chino, la mencionada adquisición “aggiornará”, seguramente, la doctrina militar vigente. Recordemos que el objetivo primordial de una política de defensa es el resguardo de los intereses nacionales, cada vez más interdependientes en el mundo de la posguerra fría. Ello unido a la reconfortante confluencia entre la democracia como sistema político y la libertad económica, en un mundo cada vez más globalizado, implica una búsqueda constante de alianzas regionales, hemisféricas y mundiales, concluyendo inexorablemente que la política exterior es la primera línea de defensa del país.
Se necesita buscar la “paz y la seguridad internacional” en los términos explícitos de las Naciones Unidas, porque es la condición para permitir la inserción del país en una economía mundial en expansión y la consolidación de sus Instituciones.
La opinión pública exige, cada día más, no sólo la graduación racional del poder, sino también la mayor legitimidad: en el mundo de mañana una Nación-Estado sin protagonismo será algo así como un parásito en escala mundial. Ese protagonismo no debe ser sólo en el campo de las ideas o de la economía: debe serlo también en el campo de la acción. Más aún, la opción militar de Fuerzas Multinacionales constituirá sin duda en el futuro, la más legítima respuesta cuando se agoten las instancias diplomáticas y fracase el efecto disuasivo ante los perturbadores del orden y la convivencia mundial, ya que representa una versión en macro escala de la función esencial de las Fuerzas Armadas en cada Estado: ser el instrumento idóneo de la política exterior.
Ahora bien, cabe preguntarse si esta capacidad de integración debe requerirse sólo a los países desarrollados o también a aquellos, como el nuestro, en vías de desarrollo con necesidades múltiples, insatisfechas y carentes, en general, de fuerzas significativas o incluso, de armas sofisticadas.
Creemos que la respuesta correcta es la segunda por dos razones fundamentales: la primera, porque para gozar de los beneficios de la libertad, la paz y el desarrollo, deben asumirse los riesgos y responsabilidades para su defensa. La segunda, porque esta capacidad de protagonismo no necesariamente debe abarcar la participación eventual en operaciones para imponer o lograr la paz, sino también en misiones humanitarias.
En esta etapa integradora, la función de las Fuerzas Armadas es la de ser protagonistas activas, ya que nada da más seguridad en esa complementación económica-cultural, que percibir cooperación y confianza entre los Instrumentos Militares de las Naciones asociados hacia una meta común. Cuando dos o más países con vocación integradora encuentran coincidencias en algunos importantes intereses similares, puede ascenderse a un estadio superior de las relaciones entre Estados: la Alianza Estratégica.
En este nivel, el Instrumento Militar juega un poder de importancia vital porque nadie consolidará una alianza con un inepto o con un indefenso, por más amistoso o idealista que este sea.
Estamos convencidos de que las características y sobre todo la misión de nuestras Fuerzas Armadas deben responder exactamente a los lineamientos de una decisión política del más alto nivel de gobierno, adoptadas sobre la base del proyecto de Nación en desarrollo y a las Alianzas concertadas. Significa que el Instrumento Militar es una herramienta de respaldo del ámbito de las ideas o poder político y de la esfera de los bienes o poder económico.
En este contexto, las Fuerzas Armadas deben asegurar el logro de una disuasión creíble que haga no aceptable una acción hostil por parte de un eventual agresor. Es humano pensar que todas las naciones tendrán siempre la tendencia a sentir más atractivo cooperar con los fuertes que con los débiles y que, cuando se lo haga con estos últimos, sea exigible cierta compensación por el logro de seguridad mutua superior.
Para ello son menester profundos cambios, ya que estamos convencidos de que ha perdido realismo la antigua teoría del “Planeamiento estratégico” basada sobre: una guerra con un enemigo determinado, en una oportunidad específica y con una duración aproximada de las hostilidades.
Es por ello que la positiva vertiente del Instrumento Militar presente y futuro, que es evitar la guerra, hace imprescindible acogerse a la corriente de pensamiento llamada “Estrategia del Conflicto”. Esto hace necesario un Instrumento Militar sin determinismos ni enemigos prefijados y, por lo tanto, no existirá frustración por una guerra prevista que no se produce, sino satisfacción por ser instrumento de poder en los conflictos que enfrente el gobierno.
El Dr. Jorge Castro mencionaba hace unos años con meridiana claridad que siempre la estrategia sigue a la política y en este contexto la defensa de nuestro país también puede ejercerse a 10.000 kilómetros de distancia. Lo comprobamos tanto en la participación argentina en la Coalición Internacional bajo mandato de Naciones Unidas en la guerra del Golfo (1991) como así también, con el masivo despliegue militar nacional en la ex Yugoslavia, porque una Nación igualmente se defiende en las fronteras estratégicas.
Que quede claro, esto no significa abandonar la misión de defensa del territorio y de la soberanía nacional que hace a la razón de ser fundamental de las Fuerzas Armadas como Instituciones permanentes del Estado. Todo lo contrario. Es pensar esa misión en términos de proyección del Instrumento Militar para defender intereses estratégicos esenciales para consolidar el orden y la seguridad internacional.
Por todo lo expuesto, la trascendental incorporación del avión supersónico de combate F-16, unido a nuestro retorno a la Membresía plena de “Aliado Extra-Otan” y nuestra solicitud de incorporarnos también como “Socio Global” de la mencionada Organización supranacional, representa un avance gigantesco en nuestro retorno a los países centrales de los cuales nos fuimos alejando paulatinamente cuando nos acercamos peligrosamente a las dictaduras chavista, cubana y de Corea del Norte. Afortunadamente, hemos despertado del letargo en el cual estábamos inmovilizados y estamos volviendo al camino liberal del cual nunca debimos apartarnos.
En conclusión, podemos afirmar con plena convicción que las Fuerzas Armadas no deben prepararse para una guerra determinada, sino ser útil al gobierno en el manejo de crisis derivadas de conflictos. Enfrentar este desafío requerirá realismo, tolerancia, amplitud de criterio y sobre todo coraje para actuar en consecuencia.
Vencerlo, significará asegurar la vigencia de los valores supremos de libertad y paz en un mundo interdependiente donde la República y la Democracia y el bienestar general son virtudes esenciales y el dique de contención frente al constante atropello de la izquierda y la extrema derecha.