Peor aún, aquellos jueces que procesaron a los guerrilleros fueron progresivamente asesinados o jubilados por el nuevo gobierno, que abandonó a su suerte a la población. La infiltración de la subversión en el gobierno provocó la expulsión de Cámpora. En la presidencia de Perón, para recuperar el control, se organizó un sistema represivo al margen de la ley. A pesar de ello, las muertes y el descontrol acabaron en la toma del poder por las Fuerzas Armadas, que finalmente derrotaron militarmente a la guerrilla. Militares que luego de arriesgar sus vidas combatiendo para restablecer la paz en muchos casos terminaron purgando penas en virtud de haber sido condenados en juicios que remedaron el mejor estilo soviético.

Como antes con la guerrilla, hoy son millones los argentinos que sufren la violencia del narcotráfico. Como entonces, dentro del Gobierno, de las fuerzas de seguridad, de la Justicia, de la política, se esconden colaboradores que lucran traicionando a sus conciudadanos. Son infames traidores a la patria, cómplices de la muerte de adultos y niños inocentes. Hace años que los rosarinos claman por ayuda para detener este tsunami delincuencial, sin encontrar eco en el Gobierno. Un reclamo ignorado. Se elimina la inteligencia criminal, mientras se permite dirigir los sicarios desde las cárceles. Se restringe el envío de fuerzas de seguridad y se permite el accionar de las “fuerzas “desarmadas” (salvo ahora, para tareas de urbanización). Todo mal.

Esta semana hemos visto una pueblada cuando la gente indignada por el abandono y la complicidad del Estado (“siempre presente”) decidió tomar la justicia por mano propia, persiguiendo a los narcos y destruyendo sus guaridas, por todos conocidas. Hoy, como entonces, la complicidad de las autoridades, la negación obsesiva del problema y la extensión de la violencia desenfrenada multiplican las víctimas, que, cansadas de pedir y reclamar, terminan formando parte del tsunami.

Hace 40 años recuperamos la democracia. No la perdamos de nuevo.

 

Miguel Eduardo Gutiérrez Trápani

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Carta de lectores publicada en La Nac