República Argentina: 9:13:17am

A poco de ser designado ministro de Seguridad, se pronunció sobre el uso de las pistolas Taser por parte de nuestras fuerzas policiales. Expresó que nuestro país no estaba preparado para su uso, una manifestación tan ambigua como oscura que sumió en el mayor desconcierto a quienes lo escucharon, y que nos hizo recordar su vieja afirmación en el sentido de que la inseguridad era apenas una sensación de los argentinos.

¿A qué se refería? ¿Es la ciudadanía indefensa la que tiene que prepararse? ¿Serán los delincuentes, o tal vez la policía? ¿O habremos de reconocer que se sigue tratando de un problema ideológico?

Sería bueno recordarle, además, al nuevo ministro que ha sido irresponsabilidad de la administración que acaba de designarlo la liberación de peligrosos presos, aumentando los índices de inseguridad de modo alarmante. Poco parecían preocuparlo entonces las consecuencias de tanta irresponsabilidad.

En más de 100 países se usan hoy estas armas, cuyo mecanismo de electrochoque vuelve su uso paralizante, por demás sencillo, al alcance de cualquier integrante de nuestras fuerzas de seguridad, sustituyendo la eventual letalidad de un arma de fuego.

La actitud defensiva de un policía que disparó su pistola reglamentaria contra quien lo amenazaba con un cuchillo generó una fuerte reacción ciudadana, similar a la originada frente al caso Chocobar, avivando el debate acerca del ejercicio de la legítima defensa, su exceso, la tenencia de armas de fuego, su uso por parte de las fuerzas del orden, con múltiples derivaciones filosóficas, morales, técnicas y legales.

Si las armas de fuego provistas a las fuerzas de seguridad matan o hieren gravemente, y ellas son usadas a diario, las más de las veces en respuesta contra una feroz y creciente delincuencia, incluidas bandas de narcotraficantes que cuentan con el armamento más moderno de plaza, no se comprende la pertinaz discusión. Salvo que las Taser no fueran eficaces para inmovilizar o repeler, y los policías se vieran en inferioridad de condiciones frente a los delincuentes, todo hace pensar que deberíamos preferir las armas que no matan, al menos para los operativos callejeros, excluidas las acciones de más envergadura.

Quienes oponen resistencia al uso de las Taser argumentan que podrían ser usadas como instrumento de tortura, al modo de las viejas picanas, lo cual no parece serio, ni aún para las trasnochadas ideologías en boga.

Como argentinos, deberíamos exigirle al ministro de Seguridad que nos indique cómo debemos prepararnos para ellas. Continuar con estos eternos y absurdos debates solo nos distrae de la resolución de los verdaderos problemas con una inseguridad creciente que jaquea ferozmente vidas y sueños”.

Editorial de La Nación

 

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