Según fundamentó la artista rosarina, los cambios obedecieron a su deseo de incluir a las mujeres en la canción patria, en referencia directa a la libertad que, a su juicio, devino de la sanción de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, y en la necesidad de apostar a vivir en momentos en que no solo el país, sino todo el mundo, padece los fatales estragos de una pandemia. Y coronó su justificación con una frase: “Es una licencia poética”. Su interpretación fue compartida en redes sociales, incluso por un organismo oficial como el Ministerio de Cultura de Santa Fe.

La apropiación de símbolos patrios por parte de personas o sectores que quieren hacer visible una situación o un reclamo no es una novedad en nuestro país, pero no por ello debe ser ignorada. En términos históricos, resulta por demás ofensivo proceder de esa manera. Los símbolos patrios son patrimonio de todos los argentinos y merecen respeto. Ya estamos asistiendo a una creciente depredación de nuestras instituciones con los embates del Gobierno a la Justicia, por ejemplo, y esa lamentable y condenable afrenta nos pone aún más en alerta ante otros imperdonables avances que, tan fuera de lugar, solo profundizan una irreverente senda de confusos límites.

La escalada de atropellos institucionales desde las más altas esferas del Gobierno actúa como una invitación a que cualquier individuo crea que todo vale en nombre de un revisionismo de clara cepa demagógica y populista. Una analogía, si se quiere, con el “vamos por todo” que tanto festejaron los seguidores de la entonces presidenta de la Nación, Cristina Kirchner, al leerle esa frase en los labios, durante un acto en conmemoración del primer izamiento de la bandera nacional por Manuel Belgrano, también realizado en la provincia de Santa Fe.

Recientemente, en Mendoza, se conoció el caso de una joven egresada que planteó a las autoridades universitarias que no se sentía cómoda con “jurar por la Patria” como protocolarmente suelen hacer quienes terminan una carrera. Entendió que ese juramento no la representaba porque “dejaba fuera el protagonismo de las mujeres en la historia”. Las autoridades académicas, lejos de poner una cuota de sensatez a la disparatada pretensión, se hicieron eco de su malestar y le permitieron entonces jurar por “la Matria”. El decano de la Facultad de Artes y Diseño le advirtió, también alterando la fórmula de práctica: “Si así no lo hiciere, que la Matria y su honor se lo demanden”. Un absurdo que confirma que se necesitan dos para instalar este tipo de incoherencias.

En otra oportunidad no muy lejana, durante un acto oficial por el Día de la Bandera en Santa Fe, el actor que interpretó a Manuel Belgrano utilizó el término “todes” en su discurso.

Más atrás, en 2013, Jorge Ceballos, referente de Libres del Sur en la provincia de Buenos Aires, impulsó un cambio en la letra del Himno para reincorporar una cuarteta que figuraba en la larga versión original de 1813, a modo de reconocimiento de “la rebeldía del inca, que simboliza la lucha de los pueblos originarios contra el opresor”.

Y surgieron, además, numerosos arreglos y reversiones de la música original, en las que el Himno fue cantado al compás del rock, de la cumbia y del tango, entre otros géneros.

Una vez más, desde estas columnas, insistimos en la trascendencia de los símbolos patrios como prenda de unidad entre los argentinos, de respeto por quienes nos antecedieron y por la historia común, sin intentar desdibujarla, falsearla o acomodarla a las necesidades, muchas veces caprichosas o meramente coyunturales, de un determinado individuo o sector.

Deberíamos también como ciudadanos seguir inculcando a nuestros niños y jóvenes ese respeto que se ha ido perdiendo al punto de que muchos argentinos ni siquiera conocen la letra del Himno. Al tiempo que una parte de la dirigencia se esfuerza por instalar eslóganes como “la patria es el otro”, “Argentina nos incluye” o somos “un país con buena gente”, simultáneamente se agravia a las instituciones, se violan derechos, se abjura del pasado y se crea un falso presente de cara a un futuro lleno de incertidumbre.

No solo se educa en la casa y en la escuela. Se educa en todo momento de la vida y en todos los ámbitos. Para ello se necesitan buenos ejemplos. Como hemos dicho en otras oportunidades desde estas columnas, entonar el Himno Nacional debe ser un momento de recogimiento y de respeto, una expresión de los sentimientos de unidad ante una historia común y un porvenir digno de ser compartido en paz y armonía. No permitamos que algunos trasnochados quieran que bailemos a otro ritmo, cantando letras apócrifas que solo siembran división y desentonan gravemente con el sentir ciudadano.