Por distintas razones algunos escritores han dejado un glosario con palabras elegidas -o no tanto- y dando las razones de sus preferencias o rechazos.

No son pocas las veces en que la manipulación del lenguaje deja al descubierto una clara intencionalidad política. El poder a lo largo de la historia ha utilizado y lo hace aún, acaso como nunca, las palabras para este propósito, tanto para ocultar, o peor, para desfigurar la realidad.

Milan Kundera no fue ajeno a esa tentación. En su libro El arte de la novela, comenta que, por ejemplo, la palabra “elitismo” apareció en Francia en 1967; y que la propaganda oficial soviética acentuaba la connotación negativa de este término hasta el punto del desprecio de las “elites”, por supuesto, de aquellas “elites” que no compartían la ideología marxista. Así, la palabra pasa a designar aquello que el poder de turno dispone que signifique.

Decimos esto a raíz de unas insólitas declaraciones del ex Jefe del Ejército, Martín Balza. Hace apenas unos días, entrevistado por Infobae, y a propósito de los desaparecidos durante la llamada “guerra sucia” de los años setenta, dijo que una “elite”, pero una “elite criminal”, había dirigido las fuerzas armadas en aquel conflicto. Una “elite” de la cual se autoexcluye por supuesto, quizás con la intención de que creamos que él pertenece a otra “elite”, la de los soldados de la democracia y los derechos humanos.

Veamos algunos de sus dichos. Sostuvo que, destinado en Perú durante esos años, ignoraba absolutamente que en su país se combatía en las calles, en las casas y en los cuarteles, que desaparecía gente, y que morían militares, civiles (y aún niños), atrocidades estas que en los propios “partes de guerra” del terrorismo se relataban como “daño colateral”. Es muy raro no. Pero el General sostiene que “no sabía nada”.

También declaró con énfasis, que en Perú no tenía información alguna y de ahí el absoluto desconocimiento de los hechos de guerra que inundaron de sangre y de odio a la Argentina. Y continuaba: “Yo leía La Nación por la tarde y La Nación no publicaba un carajo” (sic). Ay General, qué interesante eso de mantener el espanto a cierta distancia.

Pero podría preguntarse, ¿no tuvo familiares, amigos, camaradas o simples conocidos que le alcanzaran un diario, una revista del país? Nada. El asunto es que se fue enterando con cuenta gotas al regresar al país; y remata afirmarmando (la cita es textual): “Yo debo ser un grandísimo pelotudo (sic) porque no sabía nada”. Nuevamente: qué raro General: ¿habrá estado realmente en Perú o fuera del planeta?

Es que suena ofensivo y denigrante para la inteligencia de cualquiera, admitir que un militar en actividad no hubiese tenido el menor conocimiento de que estábamos en guerra, más todavía teniendo en cuenta que esa guerra comenzó mucho antes de ir él a Perú. Aquella fue una guerra abierta, cuyos estragos eran públicos (fuera y dentro del país); una guerra con miles de muertos y heridos en su propia patria. ¿Y un oficial del Ejército sostiene que no sabía nada? Sí, es raro.

EJERCITO PODRIDO

Más adelante, el periodista le preguntó qué sintió al enterarse de lo que había pasado. Balza respondió: “Que era un Ejército podrido”.

No hace falta mayor perspicacia: se advierte que el General ha ido cediendo ante tantas cosas esenciales como la verdad, el bien, el honor militar; claudicaciones que, sospechamos, en algún momento les habrán sido exigidas por razones de corrección política y militar. Aunque también es posible sospechar que continúa impenitente en ese camino; y aún más: que claudica, por las dudas, un rato antes de que se lo pidan.

Que hubo malos soldados, quién se atrevería a negarlo. Pero, a pesar de su “ignorancia”, Balza sabe que también hubo otros -los no podridos- que lucharon a cara descubierta la menos convencional y menos piadosa de las guerras, como fue, y sigue siendo, la guerra contra el terrorismo. Sabe Balza que muchos camaradas tuvieron un comportamiento heroico y que no pocos dejaron la vida. Hubo multitud de soldados ejemplares y hasta heroicos.

Oscar Wilde en una suerte de diálogo sobre La decadencia de la mentira, dice a propósito de los políticos: “El manto del sofista parece haber caído sobre sus hombros. Sus ímpetus fingidos y su retórica tan irreal son deliciosos”.

Sólo un detalle no menor: cuando se es militar, se viste un uniforme cargado de gloria, la mentira se vuelve una indignidad nada deliciosa.

Por Miguel De Lorenzo

Publicado en www.laprensa.com.ar